“Yo no me maquillo, pero he maquillado a casi todas las actrices y actores de Cuba”, confesó a este servidor la experimentada maquillista Magaly Pompa, una mujer pequeña, pero con carácter. Este viernes 5 de febrero ella cumple 75 años, de los cuales ha dedicado 58 al cine cubano. Y sigue trabajando, aunque ya se retiró.
Magaly Pompa Batista nació en la finca de su abuelo, llamada El Pontón, en un pueblito de la actual provincia de Granma. Allí pasó la infancia y parte de su adolescencia hasta que una profesora le preguntó que si le gustaría venir a La Habana. A esa interrogante Magaly respondió que sí, que le gustaría becarse.
Aunque las cosas no salieron como esperaba, inicialmente, gracias a la decisión de mudarse a la capital conoció el mundo del maquillaje para el cine, una especialidad que requiere ―según la misma Pompa― recursos, tiempo y concentración, pues hay que atender muchos detalles.
¿Cómo fue su entrada al Icaic?
Cuando vine para acá me recibieron en la casa de los padres de Germinal Hernández, grabador de sonido y fundador del Icaic. Estuve viviendo con ellos un tiempo hasta que, por mediación de los García Espinosa, entré al Icaic un 3 de septiembre de 1962. Todo me deslumbraba al inicio porque nunca había visto siquiera una cámara. Antes, en el campo donde vivía, podía comer todas las frutas que quisiera, pero no sabía ni lo que era el mundo del cine.
Entonces, comencé un curso con el jefe de departamento y profesor de maquillaje del Icaic, Zaragoza, de quien aprendí muchísimo gracias a su nivel de exigencia. Estudiaba y trabajaba a la vez, incluso, estuve sin cobrar un kilo todo un año, porque tenía solo 17 años, era muy jovencita y no tenía idea de nada. Pero empezaron las películas cubanas y extranjeras, en las cuales trabajaba como asistente de maquillaje, porque los “pelos” nunca han sido lo mío ―ríe―. Sé pelar, hasta di un curso de barbería, pero no me gusta mucho hacerlo. Prefiero maquillar. Sin embargo, aprendí a implantar, a confeccionar bigotes, barbas y “chivos”.
Más adelante, recibí un curso en el Instituto por parte del especialista checoslovaco Vladimir Petrina, un muy buen profesor que me enseñó muchísimo, incluso, a ser disciplinada, algo bien necesario para dedicarse a esta profesión que requiere de buen gusto, delicadeza y limpieza. No puedo usar los aplicadores que utilicé para maquillar a una actriz con otra, para evitar los granitos y otras imperfecciones.
A su vez, hay que ser suave al maquillar para no molestar al actor, ni desconcentrarlo. Hay que permanecer mudo y trabajando, contar con una mezcla entre luz blanca y amarilla y con la temperatura adecuada.
¿Había para maquillar?
Casi siempre los profesores traían las cosas de sus países, porque aquí no había nada. Muchas veces solicitamos que abrieran un almacén donde guardar los productos que hacían falta para maquillar (bases, sombras, delineadores, polvos, creyones, lápices, entre otros), pero nunca nos hicieron caso. Entonces, cada vez que se iba a rodar una película se pedían los materiales, o cuando venían extranjeros estos nos los regalaban. En mi caso, y como yo no me maquillo, todo lo que compro o sobra de una producción lo guardo en el refrigerador para la siguiente, siempre y cuando no se haya vencido.
En Cuba si vas a ser maquillista no puedes deshacerte de nada, porque puede hacerte falta luego. Para hacer pelucas, por ejemplo, tienes que comprar el pelo, que resulta bastante caro. Asimismo, el tul inglés (como se le conoce a ese material) es muy caro y cuesta mucho esfuerzo comprarlo. Y el látex, que se usa para envejecer, no es tan accesible tampoco.
¿Quién dirige su trabajo al hacer una película?
Para producir un filme, primero, hay que leerse el guion, reunirse con el director y conversar sobre cómo este quiere que luzcan cada uno de los personajes. Entonces, en ese diálogo, uno acepta o le explica al realizador lo que se puede o no hacer según nuestras circunstancias. Además, partimos de fotos de los actores para saber a quienes vamos a maquillar. Una vez que nos ponemos de acuerdo, se realiza la prueba de maquillaje para verlo todo en la práctica.
En tal sentido, nunca he tenido problemas con los cineastas o los actores, siempre hemos tenido una buena comunicación. Porque es la cara del actor la que va a salir en pantalla y después tu nombre en los créditos. Y el público suele ser cruel.
Por otra parte, los maquillistas son de los primeros en llegar al set, de madrugada y junto a los peluqueros. Y es que tienes que maquillar a muchas personas, estar pendiente de que no suden ni se estropeen el maquillaje.
¿Cuál fue su primer filme?
Mi primera película fue La salación, dirigida por Manuel Octavio Gómez en 1965.
¿Y los últimos largometrajes en los que ha trabajado?
El Mayor y Buscando a Casal, dos obras muy distintas y con visualidades diferentes. En la primera tuve que recrear el bigotico que llevaba Ignacio Agramonte en esa época; y tener muchos, porque cuando el protagonista iba a caballo podía perderlo y no podías decirle al director que no tenías más. En resumen, El Mayor fue un filme de barbas y bigotes. No he podido verlo, pero confío en mi resultado y el del resto del equipo.
Por otro lado, el maquillaje de Buscando a Casal se iba complejizando a medida que avanzaba la cinta. Primero, el protagonista, Yasmany Guerrero (un joven muy tranquilo, dedicado y talentoso), aparecía normal, pero luego había que pintarlo en rojo y otros colores.
¿Con cuál director de cine ha trabajado más?
Con quien más y mejor trabajé fue con Humberto Solás (Lucía, Un hombre de éxito, Amada, Manuela, Un día de noviembre, El siglo de las luces, en fin, todas sus películas menos la última que hizo antes de fallecer). Me encantaba maquillar para él, porque era un hombre muy comprensivo, no gritaba ni decía cosas feas. Además, nos entendíamos muy bien durante el proceso de rodaje.
¿A qué actriz o actor ha maquillado en más oportunidades?
Yo he maquillado a casi todas las actrices y actores de este país, a Raquel Revuelta, quien se quedaba siempre dormida mientras la maquillaba. Igualmente, he pintado casi siempre a Eslinda Núñez, a Adela Legrá, maquillé mucho a Adolfo Llauradó. También, a Mirtha Ibarra, a Daisy Granados, a Isabel Santos y a otras muchas.
¿Con quién resulta más complejo trabajar?
Depende de los actores, porque algunos son muy majaderos. Si se portan bien, no tienes problemas. Sin embargo, cuando se portan mal todo se dificulta. Y es que no pueden fumar, ni hablar durante las sesiones de maquillaje, porque me distraen y pudiera cometer errores. Trabajo con un grupo de maquillistas porque una sola no da abasto, más si son grandes producciones.
¿Le interesa ganar premios?
No me importa eso, lo que realmente me satisface es que cuando los espectadores vean mi trabajo digan: “¡Contra!, qué bonito y bien hecho le quedó todo”.
¿Es bien remunerada su especialidad?
Para nada. Es de las peores pagadas dentro del séptimo arte. Y aunque el Icaic o las productoras internacionales corren con los gastos de la mayoría de los materiales, así y todo debemos invertir buena parte de lo que ganamos en comprar productos que necesitamos y que aquí no hay.
¿Y se valora como es debido?
Tampoco. Los productores siempre te están agitando y no entienden que maquillar lleva su tiempo, como mismo el resto de las labores en la producción de una película. Por cada actor necesito 15 o 20 minutos como mínimo, y eso si no hay que envejecerlo, lo que resulta más trabajoso. Recuerdo, por ejemplo, que una vez tuve que envejecer bastante a Nelson Villagra para El recurso del método (1978), un filme de Miguel Littín rodado en Francia. Eso tardó más de lo habitual por la complejidad del trabajo.
Yo pido varias horas para realizar el maquillaje y eso tiene que respetarse, esperar a que yo termine con cada actriz o actor. A nivel mundial el cine es caro, complicado de hacer y requiere de muchísimo tiempo. Fuera de Cuba hay más cultura respecto al maquillaje, también porque existen más recursos para hacer y se trabaja bajo otro sistema.
De igual manera, en nuestro país los críticos hablan apenas sobre mi especialidad. No sé si esto sucede porque no conocen lo suficiente acerca de la misma o no les atrae. Para ellos el maquillaje no tiene gran importancia, como si el trabajo nuestro no valiera, pese a todo el sacrificio que debemos hacer. A veces tengo que estar lista para maquillar a las 4 de la madrugada, o antes. Siempre soy de las primeras en llegar al set, para trabajar.
dornes
11/2/21 1:29
Muy interesante artículo , en el cual queda claro lo poco que se valora la profesión de maquillaje. Mis felictaciones para ambos, periodista y entrevistada.
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