Sería ingenuo pensar en la Feria Internacional del Libro de La Habana solo como un evento cultural. Sí, es el mejor momento para obtener buenos títulos, a veces a buen precio, otros un poquito caro y por supuesto, están los textos chapados en oro y con incrustaciones de diamantes en sus páginas. Pero además de libros, hay una cantidad monstruosa de productos ajenos a la literatura que también ven pueden adquirirse por unos precios fuera de la órbita del bolsillo del cubano.
Desde una perspectiva muy personal, respeto el trabajo del Instituto Cubano del Libro; vender a un precio tan bajo literatura de calidad con un margen de ganancia muy estrecho, más si tenemos en cuenta la pequeña tajada del autor, es admirable. Pero igual me parece deplorable el sistema de precios establecidos para los textos provenientes de las casas editoras extranjeras; a veces no solo rozan el ridículo, sino que levantan sospechas sobre cómo los tasan. Los rumores, con un margen de error medio, se refieren a precios por encima de los establecidos por estas editoriales foráneas con un claro fin de lucro. Pero son solo rumores y nadie está para comprobarlos.
La Feria del Libro puede provocar vértigo a quien la visite. Miles de personas, colas imposibles tanto para hacerse con un texto como para comerse un pan con lechón, bisutería, artesanía, baños públicos, olor a baños públicos donde no los hay, merchadising sobrante de otros países, revistas extranjeras fuera de fecha, polvo, cubanos vestidos como japoneses del período Edo, ecuatorianos defendiendo su cultura en una mezcla de orgullo nacional y venta del patrimonio (justo como lo hacemos nosotros), niños sonrientes, niños con lágrimas en las mejillas, niños empinando papalotes, personas de todas las edades ojeando sus nuevas adquisiciones, familias almorzando bajo los escasos árboles, soldados de un período lejano de nuestro país que vuelven a recorrer las calles, vendedores de los más disímiles productos gastronómicos, periódicos, mapas y programas que sirven como asiento a quienes no quieren ensuciar el pantalón o la saya blanca; todo esto en una fortaleza colonial construida hace tres siglos, bajo un sol cegador y con una melodía de fondo que solo puede ser concebido desde el pastiche y la globalización: Titanic y Hotel California salidos de la música folklórica del país invitado . Tres horas bastan para terminar agotados, eso sin entrar al pabellón donde uno puede adquirir los libros de nuestro interés, no por la temática sino por el precio.
Si eres fotógrafo, basta con sentarte en una de las aceras y esperar la instantánea del día, las posibilidades de ver algo maravilloso en cualquier lugar del Complejo Morro-Cabaña son altas, demasiado para la sensibilidad humana.
En este reducto de surrealismo podemos ver de todo: si entras al stand de ETECSA encuentras ¿teléfonos? y algunas revistas promocionales de la institución; luego pasas por donde están los de la casa de la moneda y miras anonadado el precio de algunas ediciones conmemorativas, incluso si te gusta la numismática; al final, decides comprar blocs de notas, cada uno por un peso no convertible. Después te diriges a la Fundación Núñez Jiménez y por veinte pesos te llevas un libro de geología cubana, para luego pasarte por el pabellón de la UNEAC y adquirir una antología de caricaturistas de nuestro país. Cuestión de gustos.
Y son tantas las posibilidades dentro de la Feria que incluso puede ser vista como una salida en familia. Los niños disfrutan de su espacio en el pabellón infantil: escritores y editores se reúnen con ellos para contarles cómo hicieron el libro que están a punto de comprar, otros aprenden cómo hacer origamis o a moldear el barro; en otra locación, un grupo de payasos realizan talleres de manualidades y muestran a los niños cómo construir muñecos con tubos de desodorante y pomos de champú.
Los padres también tienen un espacio para despejar; con el niño feliz, ellos van en busca los libros que les acompañarán en la mesa de noche hasta la próxima feria. Es un ciclo sin fin donde todos ganan: el evento, los vendedores de comida, los artesanos, los revendedores y puede que hasta el Instituto Cubano del Libro se lleve sus pesos.
¿Y cuál es el merchandising que venden en la Feria? Pósteres de futbolistas (Cristiano Ronaldo y Messi sobre todo), pegatinas de los dibujos animados de turno, bolsitos con barbies, mochilas con Ben 10, lápices con adornitos, y hasta ahí todo bien, pero cuando encontramos las revistas de hace tres meses, ya sea de fútbol o de moda, una sensación desagradable lo invade a uno, como si a nosotros nos tocaran las sobras, y para colmo, con un precio mayor al que dicen estas al dorso. Tal vez sean locuras mías, pero en esos momentos, cuando el desasosiego me agarra por el pescuezo, la Feria del Libro se me convierte en otra feria, una de esas donde se anuncia al gallo de dos cabezas, el perro con seis patas y el chivo de tres colas.
La Feria del Libro atrae a una gran cantidad de personas. Fernando Medina / Cubahora
La entrada a la Feria no es sencilla debido a las grandes multitudes. Fernando Medina / Cubahora
Personas de todas las edades confluyen alrededor de la fiesta del libro. Claudia Soto / Cubahora.
La literatura Braille también es una opción en la Feria del Libro. Fernando Medina / Cubahora
Las instituciones también tienen sus diferentes stands. Claudia Soto / Cubahora
Las personas se agrupan alrededor de los libros en busca de qué pueda interesarles. Claudia Soto / Cubahora
Algunos libros tienen un precio que escapa a una gran cantidad de los visitantes. Fernando Medina / Cubahora
Las revistas y los pósteres deportivos también ocupan un espacio importante en la Feria del Libro. Fernando Medina / Cubahora
Muchas personas se sientan a leer lo comprado en el mismo recinto Morro-Cabaña. Fernando Medina / Cubahora
Doris
18/2/14 15:49
Esta descripción "surrealista" es muy buena. Al menos es popular y no tan elitista como la de Guadalajara.
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