La televisión comenzó siendo ese divertimento que nadie imaginaría tan poderoso. A la altura de finales del siglo pasado, todo sucedía en torno a esa caja oscura que se iluminaba para dictar las normas, las pautas, el estilo de una época. No había nada más inmediato para sostener un discurso de masas. Quienes hoy son milenials y no vivieron aquello, no pudieran comprender la manera insólita en que la familia se reunía para ver los diferentes programas y cómo la cotidianidad giraba en torno a este o aquel espacio, lo que allí se dijo, el material que se exhibió, etc. Hoy todo es más complejo, los canales que impactan en la vida son muchos y variados, la mayoría de ellos responden a pautas que están lejos de la sociedad cubana y nuestras tradiciones e ideología. Las redes sociales y su paradigma vienen a corroborar que deberá haber una transformación en las lógicas comunicacionales, de pensamiento y de conducta.
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Por ello no es nada fácil hacer televisión, como no lo fue en el pasado. Las viejas fórmulas de los sets sencillos, los shows con uno o dos comediantes, un presentador y música popular ya no compiten; pues nuestro gusto sufre el impacto de otras formas de entretenimiento. Las tertulias, igualmente, tienen el reto de no ser aburridos programas que están ahí por compromiso, para cubrir un hueco, como sabemos que ha sucedido durante décadas con espacios que “por tradición” no se han retirado de la parrilla y que ya no cuentan con un público ni impactan a la opinión masiva. En cuanto a lo noticioso, aunque se hacen esfuerzos, la calidad del periodismo cubano está retada constantemente por la presencia en el espectro mediático de dos buenas propuestas televisivas: Telesur y Russia Today (RT), cuyas dinámicas dejan atrás cualquier rezago de viejas prácticas sin una visión competitiva e inmediata, así como polemizadora.
Para poner un simple ejemplo, en las elecciones norteamericanas, mientras RT y Telesur seguían minuto a minuto cada suceso, muchos cambiamos de canal para ver cuál era la postura de nuestro noticiero cubano y, para sorpresa y disgusto, hallamos que la noticia más importante del día apenas fue trabajada y ni siquiera era primer titular. Muchos piensan que hacer televisión es un ejercicio de imagen, de sets hermosos, de muchachas y chicos jóvenes y bonitos, de gasto monetario; pero en realidad debiéramos apuntar hacia cambios en la modalidad del pensamiento, de las dinámicas productivas y de la hechura de los materiales en dependencia de los intereses de las audiencias. Sin un cerebro que modifique determinadas pautas enquistadas, no podremos avanzar en materia de realización y el dinero será echado por la borda.
La televisión puede ser ese medio que ataje las fake news, que desmonte las campañas difamatorias, que proponga panoramas alternativos de pensamiento y de acción, pero para ello deberá alcanzar un profesionalismo del cual, mal que nos pese, debemos reconocer que hoy carece. Desechar el punto de vista de un canal estático que no rinde cuentas ni interactúa, que sale poco a la calle y que todo lo trasmite o grabado o mediante ensayos previos, costará muchísimo menos dinero, pero nos llevaría a un entorno comunicacional diferente, en el cual el ciudadano dispondrá de las herramientas prácticas para enfrentarse a un universo de informaciones que lo bombardean, en el cual se apela precisamente a los silencios y zonas grises dejados por los medios nacionales.
Una mediocridad manifiesta no merece ser mimada, ni la tolerancia de nadie, sino que deberá sufrir el procesamiento lógico de las dinámicas críticas; adaptándose a los tiempos y las exigencias o pereciendo. La televisión, no por ser pública, es gratuita, ni puede permitirse el “lujo” de espacios fantasmas. Por ello, resulta ineludible el uso de encuestas y de estudios de audiencia, de comunicadores, de especialistas en el campo audiovisual, de herramientas críticas como lo fuera en su momento el programa La Columna. Hemos padecido, ya demasiado, cierta condescendencia hacia la falta de talento y la poca hechura, a la simplicidad de algunas propuestas incluso. Cada minuto cuenta, así como cada moneda que se deroga.
La televisión es un medio informativo, de entretenimiento, pedagógico, participativo y ciudadano, de ayuda y apoyo psicológico, de compañía. Las funciones orientadoras que son la base de una filosofía pública no deberán dejarse de lado por una moda hacia lo banal y lo efímero en esta era de las redes sociales. No hay, en los realizadores, la justificación suficiente para no seguir tales pautas, toda vez que se forman anualmente tantos, en las escuelas de arte audiovisual y comunicación.
Una hermosura del pensamiento es lo que requiere la programación, y no sets nuevos, ni luces mejores o trajes y vestidos. RT nos muestra que, mediante simples webcams, con los periodistas en sus casas o en locales sin muchas condiciones, se hacen tertulias, debates, noticiarios fabulosos. Y es que lo esencial está en el mensaje, tanto en el contenido como en quien lo trasmite, la manera cómo lo hace. No se perdona que no sigamos, a la par que el mundo, la noticia del día y muchos menos que no demos nuestra opinión o que copiemos a determinada televisora, reduciéndonos a una postura pasiva. La noticia hay que hacerla y eso compete a nosotros mismos.
Carlos
26/11/20 15:45
Se requiere estimular la creación y cambiar la dinámica de las noticias, a riesgo de equívocos. Pero un cambio de mentalidad es siempre difícil. Hay periodistas que de solo oirlos, se sabe que viene un cuento soso.
caso
18/11/20 14:09
Mientras se controlen lo que se puede decir o no por alguien que no es periodista no se podra hacer periodismo libre y real de lo que se vive y opinan los cubanos
Loli
18/11/20 8:24
Buenos días: La TV cubana solamente da noticias buenas, deja mucho que desear los periodistas nuestros. Aquí todo es bueno.
Saludos.
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