“Menos mal que se extinguieron los cancioneros”, dice un señor mientras esperamos unas pizzas en uno de los nuevos comercios reglanos. En modo automático le respondo: “¿Ay, por qué, si eran muy lindos?”, y me mira a los ojos, como calculando mi coeficiente cultural, antes de responder: “¿Se imagina lo que se leería en uno de esos ahora?”.
Río abiertamente para darle la razón, y río aún cuando se marcha con sus olorosas joyas de queso. Pero a la media hora, como las mías tardan y la “música” del local me tiene hasta la coronilla, la risa se vuelve desesperación y termino preguntándole a la joven dependienta cómo aguanta esos decibeles y esas palabrotas todo el santo turno de trabajo.
Ella me mira con cara de “esta mujer está loca”, lo piensa unos segundos, y con un toque mágico en su celular hace aparecer una salsa, igual de alta, pero menos indigesta que el anterior batido de palabrotas y mala praxis sexual.
Más mágico aún, mis audífonos lila deciden funcionar, y en uno de los grupos wasapeños que sigo encuentro la historia de Nelson Ned y varios de sus temas antológicos.
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Ahí vuelvo a sentir nostalgia de los cancioneros, sólo superados en mi adolescencia por los diarios de figuritas en los bordes y las libretas de poemas cursis, que al menos protegieron nuestra entrada al mundo de las relaciones amorosas y los escarceos eróticos, de lo cual no quiero ni imaginar detalles hoy.
Quien fue / quien no tuvo en la vida / un fracaso de amor, una desilusión. /Quien es / el que nunca dio abrigo a una amarga tristeza / en su corazón…
Pues sí, yo también era entonces “simpatizante” de algunos bolerones, sobre todo si rompían esquemas y reconocían a los machos el derecho a sufrir sin ser violentos, ni matar a nadie, ni emborracharse para demostrar su hombría.
…Aquel que no fue por lo menos / un día en la vida juguete de amor, / quizás asegure tal vez que en asuntos de amores ya sabe quién es quién.
Aún no era feminista declarada, pero ya tenía claro que las canciones eran para procesarlas, no sólo para berrearlas de camino al surco o en noches de beca preuniversitaria, y nada que justificara un femicidio o un abuso sicológico iba con mi naturaleza, ni para hacer coros de aburrido apagón.
Quién es aquel / que no buscó momentos felices / para olvidar un poco lo triste / de una gran decepción…
Me acuerdo de una estudiante de mi año que suspiraba con Nelson Ned. Cantaba sus canciones con entonadísima voz (que no es tarea fácil) y coleccionaba lo que salía de él en las revistas.
Incluso cuando supo que era enano de nacimiento lo siguió amando, porque aquella voz era más importante en sus sueños púberes que unos centímetros más o menos de estatura, y la cara del brasileño le fascinaba.
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Claro que a esa edad las decepciones amorosas estaban a la orden del día, y cada noche en el albergue nos tocaba consolar o aconsejar a la dolida de turno, pero a falta de experiencia propia, las canciones eran patrón de referencia para ayudar a procesar el dolor y sugerir salidas esperanzadoras…
Si un amor ardiente / se nos marcha de repente / nace la llama de un dolor sentimental. // Quien me ve llorando / notará que estoy amando, / pues de verdad / yo también soy sentimental…
Y sí, me gustaría pensar que los reguetones de hoy no se usan con ese propósito, pero vivir cerca de adolescentes no me permite mentir en ese punto, ni siquiera como autoconsuelo para mi asustada generación.
Suena duro, pero muchas niñas hoy creen que en el sexo burdo y en la facturación de groserías estarán las respuestas a sus ilusiones… y hasta suspiran mientras se llenan la boca para repetir esas tonterías de puro desprecio y disfunción sexual contagiosa.
La peor parte es que sus mayores no sólo les aúpan el consumo de esa música, sino que les permiten creer que “eso” es la expresión más auténtica de disfrute y amor que estará a su alcance en fecha cercana… si no es que empezaron ya.
Quien me ve llorando notará lo preocupada que estoy con la falta de opciones para que estas niñas aprendan a querer(se) como se merecerían, porque yo escuché a Feliciano y José José con sus temas misóginos, pero tenía a un Ned, y a la nueva trova, y al filling que adoraban mis mayores.
Ojalá Buena Fe, Arjona y los novísimos trovadores que van surgiendo salven a las niñas de esos pozos de acritud reguetónica, que a veces parecen tomados del testimonio de un parafílico en una consulta por internet.
Espero que ellas mismas se salven de ese Kraken, pues de verdad, yo también, soy sentimental…
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