Esta no es la historia de Enrique Chiquito, el galante caballero que cortejaba a la simpática Marcolina en ¨La Sombrilla Amarilla ¨, aunque de eso hablaremos también. Esta es la historia de un niño muy humilde, de un pueblito perdido en la costa del golfo de Guacanayabo, que se atrevió a soñar con la actuación en un lugar donde (antes de 1959) solo se podía estudiar hasta cuarto grado, y que pasó de ver la televisión a través de las vidrieras de las tiendas a aparecer en ella.
Su nombre, Michaelis Cué. Su pasión, el teatro. Su orgullo, Carolina.
Aunque muchos lo ¨descubrieron¨ por su trabajo en la gran pantalla, ha dedicado más de medio siglo al arte de las tablas, porque esa comunión que se establece entre público y espectáculo no tiene comparación.
Llegó a La Habana desde su natal Campechuela, provincia de Granma, tras el triunfo revolucionario; y se insertó en el movimiento teatral gracias a un plan de becas gubernamentales al que accedieron muchos de los protagonistas de la Campaña de Alfabetización. Graduado en 1967, fue fundador de la Escuela Nacional de Arte.
— ¿Qué momentos marcaron su carrera en el teatro?
Recuerdo con mucho cariño al grupo Los 12 (1968-1970), que es un referente no solo en Cuba, sino también a nivel internacional. Pero solo pudimos trabajar durante dos años, porque era la época de la zafra de los millones y el esfuerzo decisivo en el país. Además, nosotros estábamos haciendo teatro experimental, y en aquella época todo lo que fuera experimentación era sospechoso. Tuvimos mucha presión en contra, no obstante, logramos estrenar obras.
Posteriormente, formé parte de Teatro Estudio (1970-1978), donde trabajé con grandes figuras como Raquel y Vicente Revuelta, y Ernestina Linares. Allí también pasamos por mucha zozobra a la hora de hacer algunos espectáculos. En el Quinquenio gris (1971-1975) -que yo le llamo decenio gris- todo se miraba con lupa y muchas veces existía autocensura. En aquel momento me daba cuenta que había cosas mal hechas, personas injustamente relegadas por su orientación sexual o por su religión. Yo siempre he comulgado con la Revolución, porque soy un producto nato de ella, pero estaba en contra de todo eso y sabía que era algo coyuntural.
Luego integré Teatro Mío (1990-2005). En este grupo tuvimos el privilegio de trabajar con un dramaturgo, Alberto Pedro, e hicimos obras muy transgresoras para la época. Por ejemplo ¨Manteca¨, que es un clásico cubano, nunca se llegó a estrenar de manera oficial, porque los funcionarios de Cultura estaban muy preocupados con ese espectáculo en medio del Periodo Especial. No nos prohibían, pero siempre había un problema para su estreno, y entonces decidimos hacer ensayos con público, y así logramos gran audiencia.
Hay otras puestas en escena que marcaron mucho mi carrera, como Madre coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht; Delirio Habanero, de Alberto Pedro; y Las tres hermanas, de Antón Chéjov.
—Marx en el Soho, de Howard Zinn, también tuvo gran impacto…
Sí. Lo que pasa es que esa obra se hizo en la era de la digitalización, donde las cosas tienen otro nivel de trascendencia. Antes de llegar a mí transitó por varias manos, pero nadie quería interpretar a Carlos Marx. Cuando la leí me gustó por varias razones: primero, porque tenía mucho que ver con mi posición política y filosófica, pues era una figura que yo admiraba mucho; y segundo, porque físicamente no tengo nada que ver con el personaje y eso era un reto. Me di cuenta que tenía en las manos la oportunidad de hacer algo distinto.
Todo el mundo auguraba un fracaso, porque en 2004 hablar del marxismo era casi una mala palabra. Pero yo no hice una caracterización profunda, no me puse barba, ni pelo… en realidad partí de mí y transmití lo que me había causado ese texto. Poco a poco se fue corriendo la voz, y empezó a ir mucho público, tuvo buena crítica. Incluso, se hizo una versión para la televisión. Esa obra todavía está en repertorio
—Se ha referido a varios momentos que pueden interpretarse como acciones de censura hacia el teatro cubano. ¿Ha sido esto una tendencia?
No. En determinados momentos el contexto sí condicionó puestas en escena, pero el teatro tiene que ser transgresor, si no, no cumple su función. Y yo pienso que el teatro cubano tiene un alto nivel de transgresión, porque palpa la realidad. Esto no quiere decir que no haya habido conflictos con algunas obras, porque la burocracia está ahí y de vez en cuando muestra su preocupación; pero cuando los directores son bien serios logran poner su creación.
—Entonces, ¿el teatro en Cuba tiene vitalidad?
El movimiento teatral es tan fuerte, tan poderoso, que ha formado su público, y ahora las personas, sobre todo los jóvenes, acuden masivamente a sus instalaciones. Hay problemas como en todas partes, pero que una ciudad como La Habana tenga cuatro o cinco grandes grupos de teatro, con diferentes poéticas y con resultados artísticos notables, es muestra de su vitalidad. Y todos gozan de una enorme libertad de expresión, como debe ser. El teatro es algo que cuestiona las realidades, que trabaja con los conflictos humanos, por lo que no puede ser mentiroso, por eso muchas personas lo siguen.
En los años 60 existían grandes figuras y se llevaban a escena clásicos mundiales, pero eran pocas las obras nacionales que subían al escenario. Eso es algo que en estos momentos está resuelto. Hay grandes dramaturgos, y a la gente le gusta verse representada en escena. El teatro goza de buena salud a pesar de la burocracia, los grupos tienen una independencia enorme de forma y contenido. Se hacen grandes puestas en escenas, muy bien logradas, donde están representadas todas nuestras problemáticas.
— ¿Puede un actor vivir del teatro?
Es un trabajo poco remunerado, pero a pesar de todas las dificultades, podemos decir que somos privilegiados, porque al ser subvencionado por el Estado tenemos un salario fijo, y eso nos ha permitido hacer lo que nos gusta. Cuando le decimos a actores de otros países que aquí nos pagan por hacer teatro nos envidian, porque es lo que ellos quisieran; aunque, como le pasa a personas de otra profesión, el sueldo no cubre todas las necesidades.
También podemos ganar un plus a partir de los ingresos por taquilla, o si logramos otro tipo de financiamiento para determinado espectáculo. Algunos actores complementan con otros trabajos para aumentar sus ganancias. Pero aun así seguimos haciendo teatro.
—Si bien ha dedicado la mayor parte de su vida al teatro, también ha trabajado en la televisión, y fue precisamente este medio el que lo lanzó a la popularidad. ¿Cómo llega a La Sombrilla Amarilla?
En el teatro una obra exitosa puede llegar a 20 mil personas, mientras que en la televisión el alcance es de millones. Durante casi 4 décadas me dediqué exclusivamente a la representación teatral, porque debido a determinadas leyes sindicales los actores no podíamos trabajar en varios medios a la vez. Fueron decisiones absurdas que afortunadamente se rectificaron.
Empecé en la televisión haciendo algunos cuentos y teatros, pero La Sombrilla Amarilla es inolvidable. A inicios de los 90 Ivette Vian (guionista) me comentó que tenía un serial escrito y quería que yo hiciera un personaje. El nombre de Enrique Chiquito viene por el padre de Ivette, así le decían en la familia. Ese proyecto transitó por varios directores hasta que, afortunadamente, Mariela López decidió hacerlo.
Las personas me decían que un personaje infantil no iba a ser bueno para mi carrera, y sin embargo le debo mucho a Enrique Chiquito, porque se ganó el cariño del pueblo; y no solo en Cuba, a veces viajábamos al exterior y me reconocían, ya que el programa también se transmitió en otros países.
Cuando uno se enfrenta a un nuevo proyecto nunca sabe qué resultados tendrá, pero muy pronto nos dimos cuenta de que La Sombrilla Amarilla era un gran programa. Se logró hacer un buen equipo de trabajo y nos llevábamos muy bien, eso influyó bastante.
— ¿Han mantenido el contacto?
Sí, algunos de los miembros del equipo no están en Cuba y nos comunicamos por internet. Tenemos un grupo privado en WhatsApp llamado ¨Los Sombrilleros¨. Con Norma Reina converso de vez en cuando por teléfono, y alguna que otra vez quedamos para tomar algo y ponernos al día.
—También ha incursionado en el cine…
No he hecho tantas películas como me hubiera gustado, pero tuve la dicha de trabajar con directores como Fernando Pérez, Rogelio París y Enrique Colina.
—A sus 74 años trabaja incansablemente, ¿qué proyectos le ocupan?
La llegada de la pandemia puso en pausa la grabación de una telenovela llamada ¨Tú¨, de Lester Hamlet, donde interpreto a un cirujano de implantes cocleares. Es bonito porque Lester fue alumno mío de actuación, y ahora será él quien me dirija. También tengo una obra de teatro junto a Verónica Lynn, y algunos seriales cortos para la televisión. Pero por el momento estamos esperando a ver qué pasa.
Filmación de la novela Tú, de Lester Hamlet (Foto: cortesía del entrevistado)
—A propósito de la pandemia, ¿cómo han sido los días de Michaelis Cué en los últimos meses?
A veces despierto sin un norte, no sé qué día es. Me imagino que le pase a muchas personas. Preparo mi café, es algo que me encanta. Escucho música, adoro la clásica y también a Los Beatles. Me gusta cocinar.
Generalmente ocupo mi tiempo con la lectura, el cine o internet. Leo muchas noticias, me interesa la política internacional. Duermo poco. Cuando es necesario salgo a hacer compras. Pero sobre todo trato de no deprimirme, porque no poder hacer vida social puede ser una situación estresante. Y me cuido mucho, fundamentalmente pensando en mi hija Carolina, que ahora está lejos, porque a veces uno quiere estar vivo más por los demás que por uno mismo.
—Carolina ha seguido sus pasos en la actuación…
Ella nunca quiso ser actriz, pero desde que participó en la película ¨José Martí: El ojo del Canario¨, de Fernando Pérez, se enamoró de la profesión. Eso a mí me horrorizó porque esta es una carrera muy dura, muy competitiva. Yo hubiera preferido que tuviera otra profesión, pero una vez que lo decidió le di todo mi apoyo. Nunca le di clases directamente pero soy su crítico más grande.
Está haciendo una buena carrera en España y está feliz. Carolina es muy talentosa. Me siento muy orgulloso de ella.
Una prolífica trayectoria, avalada por múltiples representaciones nacionales, participaciones en festivales internacionales, y reconocida con la Orden por la Cultural Nacional y el Premio ACTUAR por la obra de la vida, entre otros galardones, parecieran el sueño cumplido de aquel niño extremadamente pobre, que una vez soñó con ser actor, y que aún se mantiene vivo en Michaelis Cué: “Conservo la pureza, la inocencia y el candor de aquel guajirito. Y sobre todo la fidelidad a mis orígenes y mis principios”.
Felix Antonio Bolaños Leyva
16/9/20 7:54
Hay un detalle en la vida profesional de Michaelis que no se aborda en la entrevista y es su labor meritoria como profesor de actuacion en la Escuela de Instructores de Arte, ubicada en la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, Caney de las Mercedes, provincia Granma. Yo fui uno de sus alumnos y lo recuerdo siempre con mucho cariño, pues además de excelente maestro fue muy querido por todos por la excelente persona que siempre ha sido...
Agustín
15/9/20 16:38
Michaelis; admiro tu tenacidad y ese espíritu crítico y agradecido como buen Artista y cubanisimo hombre. Mis Felicitaciones por tu obra de entrega al Teatro, y por compartir una amistad fundada en el respeto. Mi abrazo en 40rentena.
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