Por: Estrella Díaz
Un proyecto conjunto en el que participan un artista visual (Ernesto Rancaño), un poeta (Alejandro Moya), un agricultor (Rubén Parés) y un carpintero (Lázaro Sabás García, Lachy), titulado Corteza cerebral, puede verse en la Galería Artis 718, enclavada en el habanero municipio Playa, y constituye un llamado urgente a preservar el medio ambiente en general y el árbol en particular.
En reciente diálogo exclusivo con La Jiribilla, tres de los involucrados conversaron sobre la génesis del proyecto.
Según Alejandro Moya, se siente muy feliz por formar parte de la muestra con sus poemas: “El árbol es el ser más importante de la cadena de la vida en la Tierra. El árbol es el real Prometeo de la civilización: nos regaló el fuego, si no fuera por eso no hubiéramos ido al cosmos. Mientras el ser humano agoniza en su rapaz egoísmo, el árbol es símbolo de generosidad, de amor incondicional: nos regala todo lo que tiene sin quejarse de la extinción a la que lo estamos sometiendo”, dijo.
En conversación con esta reportera, Rubén Parés reveló que ha tenido la posibilidad de residir en varias ciudades del mundo y ahora se refugió en una pequeña finca, que data de 1922 y se encuentra en Mayabeque, en las afueras de La Habana: “Nunca he estado más feliz que hoy rodeado de árboles porque tienen una espiritualidad inherente y eso lo lleva a uno a comunicarse con la naturaleza. Según se dice, el árbol es poseedor de doce sentidos: se comunican entre ellos, las raíces hablan y por lo tanto estar dentro de ellos es algo mágico”.
Desde hacía mucho tiempo quien suscribe estas líneas tenía el deseo de conversar con Rancaño (La Habana, 1968), pero —siempre esquivo— evitaba a esta periodista porque “no me gusta, me es difícil, hablar de mí”. Después de años de insistencia y gracias a Corteza cerebral —y al árbol en particular— accedió a ser entrevistado, pretexto que utilicé para hacer un breve recorrido por su vida y obra.
“En el año 1997 el Historiador de la ciudad de La Habana, el doctor Eusebio Leal, tiene el primer contacto personal con mi obra y me invita a hacer la portada de la revista Opus Habana, de la Oficina del Historiador, que si mal no recuerdo fue el quinto número que veía la luz. A él le gustó mi trabajo y me propuso preparar una exposición para el día en que se presentara la publicación. Esa muestra se hizo en la galería del Hotel Ambos Mundos, que en aquel momento era muy activa.
“A partir de ahí empezó una relación estrecha y comencé a ver cosas que no interpretaba desde la periferia. Ese fue el momento en que, verdaderamente, comprendí la obra monumental en la que estaba enfrascado Eusebio y me sensibilicé mucho. En aquel momento vivía en el reparto Sevillano: tuve la dicha de crecer en un lugar lleno de árboles, casi todas las casas tenían terreno y las matas de mango nos regalaban sus frutos. Había arboles útiles: de frutas, de sombra…, los jardines eran espectaculares y nos sentíamos en un Edén. En la adolescencia salí a la ciudad de concreto y empecé a vivir en apartamentos; eso entraña otras circunstancias, pero esa necesidad arborescente siempre quedó.
“En relación con la amistad que me une a Alejandro, data del círculo infantil, —además de mi padre— la familia de Ale vio tempranamente en mí alguna potencialidad. Empecé a escuchar a Silvio Rodríguez en casetes y también conciertos grabados en vivo en casa de Eduardo Moya y Raquel González, los padres de Ale, y eso también quedó para siempre”.
- Además de la reverencia al árbol, ¿qué ha significado para tu obra trabajar en equipo, es decir, con otras personas? ¿Qué marca puede dejar?
- “Cuando enfrento un proyecto me vuelvo más abierto de lo que normalmente soy y convoco a personas que considero me pueden aportar y contribuir con criterios e ideas. En este caso, Corteza cerebral es un proyecto familiar, entrañable, de génesis; los anillos se fueron cerrando entre todos nosotros. Este proyecto lo quería hacer desde hace tiempo y tiene relación con una serie titulada Sombras del ayer, que son unos videos objetuales.
“Los llamo así porque parto del objeto real y proyecto la sombra viva del objeto usado. El primero estuvo dedicado al amor; el segundo, a la identidad o la pérdida de ella, y este tercero —que está consagrado al árbol— venía gestándose desde hace rato, pero no lograba concluirlo. A este último se le incorporaron sonidos, ambientes y olor, casi se convirtió en una película. El cuarto proyecto, que aún está en fase de investigación y estudio, será un homenaje al cantautor Santiago Feliú, amigo tempranamente fallecido: tengo pensado emplear la banqueta que él utilizaba para los conciertos y, de alguna manera, animar su sombra tocando a la izquierda la guitarra —como él solía hacer—; la banda sonora será varias de sus canciones, pero editadas: un sonido como del más allá”.
- Te gusta trabajar a cuatro manos, a ocho manos, ¿qué te aporta?
- “Es constructivo y uno aprende porque todo el mundo aporta algo. Siempre estoy tratando de rodearme de gente inspiradora. Por ejemplo, hay músicos que me han hecho temas especialmente para un video y diseñadores que me han ofrecido mundos. El sonido que se escucha en la pieza titulada “El árbol”, es un poema de Ale que grabamos en voz de mi abuela que tiene 98 años. Alejandro lo editó y muchas personas me han comentado que han confundido la voz de mi abuela con la de Dulce María Loynaz por lo bien declamado que está. Sin la participación de Alejandro eso no habría sido posible.
“La videoinstalación objetual que está en Corteza… incluye un banco de parque habanero que Rubén le regaló a su novia un día de los enamorados porque no tenía otra cosa. Ese banco él lo trasladó amarrado en su bicicleta china desde Altahabana —donde estaban desmontando un parque— hasta el Sevillano. Ese banco lo acompañó durante mucho tiempo: en él su hija fue amamantada y Rubén la durmió en sus brazos muchas veces. Cuando salió de Cuba a recorrer el mundo, me lo dejó y es el que está en la exposición. Por lo tanto, ese banco tiene una carga emocional muy fuerte. Nada de eso lo puedo hacer solo”.
- Cuéntanos de tus inicios…
- “Desde niño siempre estuve haciendo algo con las manos con la misma seriedad con que lo hago hoy. De pequeño dibujaba y creaba mi propio mundo; pero también construía naves espaciales, cañones para tirar huevos…, desde entonces hacía esculturas. Recuerdo que entre Alejandro y yo hicimos un cañón para tirarle huevos a un vecino, a partir de un barril de manteca con un muelle que funcionaba como catapulta con una palanca detrás que tenía una chivichana para que no nos atraparan. Pero nunca funcionó. Era algo muy loco que hacíamos entre Alejandro, Rubén y yo.
“Lo segundo que me convenció y me dio la certeza de que yo pertenecía a un grupo de gente que vive representando el mundo, fue en sexto grado. Eduardo Moya, destacado director de televisión ya fallecido, hizo un casting para una serie de Aventuras que se llamaba La retaguardia del enemigo (de casi cien capítulos) y fui seleccionado para desempeñar el personaje de Kolia el pequeño, un niño mensajero de la resistencia antifascista y mendigo ruso. A partir de ese mundo que se me abrió, hice los exámenes para entrar en la Escuela Nacional de Arte (ENA) en la especialidad de actuación.
“Alejandro y otros amigos optaron por la Academia Militar Camilo Cienfuegos, Los Camilitos, y yo —cayéndole atrás a la amistad— me fui atrás de ellos. Al primer año, todos abandonaron la escuela y me quedé solo. Ahí fue cuando empecé a pintar murales en los polígonos militares y a hacer retratos de Camilo Cienfuegos”.
- ¿Pero todo intuitivamente?
- “Había un profesor de apreciación musical y otro de apreciación de las artes visuales —los dos espectaculares maestros—. Grillo, que era el profesor de artes visuales, además era escultor y graduado de la Academia de Artes de San Alejandro, y estudió también Historia del Arte. Yo me pasaba todo el tiempo dibujando en mis libretas y no atendía a clases; un día Grillo vio mis cuadernos y, lejos de regañarme, me dijo que lo fuera a ver en la tarde. Así fue que comenzó a darme clases de dibujo y a guiar mi incipiente afición por las artes visuales.
“Ese fue el detonante; recuerdo que me aconsejó dejar la vida militar ‘para la que no servía’ y me impulsó a ir a hacer las pruebas en San Alejandro. Hice tres exámenes: el de actuación en la ENA, el del Instituto Superior de Diseño (ISDi) y el de San Alejandro. Aprobé los tres exámenes, pero suspendí 12 grado en el preuniversitario de la calle y me fui a la Facultad Obrero Campesina a terminar esos estudios en horarios nocturnos. Eso me sirvió para que me validaran y poder hacer el curso nocturno en San Alejandro”.
- Ante las tres opciones de convertirte en un actor, un diseñador o un artista de la plástica, ¿por qué elegiste San Alejandro?
- “Sinceramente, no sé… quizás por mi vicio de dibujar, de representar”.
- ¿Y esa llegada a la Academia cómo fue?
- “Fue impactante y muchos amigos de los que aún conservo hoy, estaban en San Alejandro, como Eduardo Abela, por ejemplo. Cursé estudios por la noche, y por el día no tenía nada que hacer, la mayoría del tiempo estaba en la escuela. Ahí conocí a Roberto Diago, que pertenecía a un grupo que hacía obra y la donaba a los campismos como ambientación.
“Hice el curso diurno y el nocturno, casi en paralelo. Tuve, también, la gran suerte de que al doblar de mi casa vivían Isavel Gimeno y Aniceto Mario, y allí tenían su taller de cerámica. Cuando no iba a la Academia, en las mañanas me colaba en el taller de ellos y Aniceto, con esa técnica medieval descomunal que tiene, me ponía a hacer los dibujos y a corregirme, e Isavel me hablaba de color, de la idea y de otras muchas cosas técnicas que tienen que ver con la creación. O sea, tuve una formación muy integral”.
- De tus profesores de San Alejandro, ¿a cuál evocas?, ¿a cuál recuerdas con especial cariño?
- “El profesor Alejo, que impartía Historia del Arte, daba las clases vivas. Si ponía una diapositiva de Picasso, era él con Picasso; si ponía una con Wifredo Lam, era él con Lam… las fotos que nos enseñaba de las pirámides de Egipto, estaban tomadas por él. Ese viejito era un verdadero erudito, algo excepcional”.
- Llegan los noventa, y con esos difíciles años del llamado Período Especial, ¿qué ocurre contigo?
- “No voy al Instituto Superior de Arte (ISA) y decido quedarme en mi casa. Durante el último año de San Alejandro habíamos recibido un curso de joyería en Coral Negro y junto con Noel Santiesteban, que estudió conmigo y hoy continúa siendo uno de mis mejores amigos, montamos un pequeño tallercito de joyería para tratar de ganarnos la vida. Tenía cierta formación como joyero, pero en las noches, le quitaba a mi mamá todas las cosas que estaban sobre la mesa del comedor y me ponía a dibujar. Como a los cuatro meses de estar haciendo joyería le dije a Santi, que vivía en mi casa porque era de Pinar del Río y mi mamá lo había acogido: ‘mira, compadre, te dejo todas las herramientas, pero me voy a poner a dibujar todo el tiempo’. De ahí salió mi primera exposición (dibujo sobre cartulina), titulada Introspecciones, que fue en La Acacia en el año 1991. Silvio Rodríguez había visto con anterioridad algunos de mis dibujos y me había regalado una gran cantidad de cartulina y lápices de dibujo profesionales de tremenda calidad: en la vida siempre estuve impulsado… recuerdo que mucha gente me regalaba diplomas y yo, por la parte de atrás, hacía unos dibujos fragmentados que trabajaba con el maquillaje de mi mamá.
“En ese momento Pablo Milanés acababa de crear su fundación y le presenté el primer proyecto de artes plásticas: esa sería mi primera exposición, pero aquello se dilató porque yo me demoré como año y medio en terminarla y apareció la posibilidad de exponer en La Acacia. Pablo también me dio un gran apoyo, espectacular: me puso una tremenda tarea que consistía en dibujar sus canciones a mi manera; no se trataba de contar la canción, sino que cada dibujo fuera lo que sentía ante cada texto”.
- ¿Y qué pasó con todo ese material?
- “Se hizo una exposición en el lobby del teatro Karl Marx que acompañaba un concierto de Pablo; pero con el tiempo todo ese trabajo se fue perdiendo, aunque aún quedan algunos dibujos regados por ahí”.
- Se dice que eres un “hibridador de distintos procedimientos” porque eres múltiple: tienes una mano diestra para el dibujo, haces instalaciones, videoinstalaciones, escultura, cerámica y una intensa obra pictórica…
- “Siempre fue así. Recuerdo que en San Alejandro me quitaban puntos porque los profesores insistían en que tenía que tener un estilo: todos los ejercicios de clase los presentaba diferentes y eso a algunos profesores —no a todos— les molestaba, y de alguna manera mi estilo ha sido la indefinición del estilo, aunque mi tema siempre es el mismo”.
- ¿Y cuál es tu tema?
- “El universo como existencia, no es otra cosa: el más infinito, el menos conocido y el más concreto. Lo que sucede que el mismo tema va creciendo, evolucionando y todo eso implica un proceso de aprendizaje”.
- Meterse en el mundo creativo de un artista es complejo, ¿cómo es el proceso creativo ante la obra?, ¿cómo te planteas el nacimiento de una obra?
- “Generalmente viene una idea, llega una imagen que, a veces, viene incluso acompañada de un título. Lo primero que hago es dibujar, pero como un garabato para que no se me olvide, porque mi memoria es un poco perezosa y demora en despertarse.
“Voy creando un banco de ideas: tengo muchas agendas y saco lo que me va interesando en cada momento. A partir de ahí comienza un ejercicio de aprendizaje que hago todo el tiempo porque cada obra exige diferentes soluciones y es como pasar una escuela nueva. Todo eso me exige nuevas técnicas porque siempre pretendo presentar cosas nuevas realizadas de nuevas maneras. Así es mi proceso creativo. Es simple”.
- En cada una de tus exposiciones uno siente que hay un sustrato detrás, que hay una idea central dentro de ese mismo universo. ¿De qué manera conjugas esas ideas?
- “Al final —que es lo que está en mi mente y ¡hasta suena!— trato de hacer una canción, el guion de una canción. Mis exposiciones tienen un principio, un final y un retorno. A veces me parece que doy bien las direcciones y otras no las doy tan claras, pero siempre intento que la estructura sea la de una canción que comunique, como las de Silvio Rodríguez, las de Juan Manuel Serrat o las de Luis Eduardo Aute, por ejemplo”.
- Más que una canción, siento tus exposiciones como obras de teatro: con principio, desarrollo, conflictos, clímax, anticlímax y final. Y lo siento así porque percibo que cada obra tiene su propio idioma, dialoga consigo misma y no discute con la que tiene al lado…
- “No. Sigue siendo una canción. Lo que sí es cierto que preparo el escenario: hago un diseño de luces, de olores y de ambientes: alisto el escenario para poder escuchar el tema. Eso es”.
- Dice una crítica de arte que tu obra “provoca placidez o sobresalto, incertidumbre, claridad, dolor o placer”.
- “No sé. Antes pensaba que mi obra era triste. La tristeza es parte del complemento humano. Hoy no lo veo así y creo que las obras son retratos del momento, son como instantáneas”.
- ¿Influirá que estás en un momento muy feliz de tu vida? ¿Esa felicidad se hace evidente en la obra?
- “Definitivamente. Mi obra tiene ahora más de papá. Trato de dejarles a mis hijos un mensajito educacional”.
- ¿Es más madura?
- “No sé, no me lo he preguntado. No me interesa tampoco. Lo más importante es que la obra sigue siendo sincera conmigo y yo le correspondo también con verdades”.
- Martí es una figura que ha tenido un peso dentro de tu obra. ¿Por qué esas visiones tan múltiples del Apóstol?, ¿por qué Martí en Rancaño?
- “He tenido la gran suerte de conocer seres puros y José Martí es el ser iluminado más completo que he tenido la dicha de conocer. Martí está conmigo siempre, es una presencia. Creo en el espíritu y creo que Martí me acompaña. Simplemente, está”.
- ¿Cuáles son los próximos retos creativos después de Corteza cerebral?
- “Quiero que Corteza cerebral sea itinerante y que vaya creciendo. Quiero incorporarle un par de textos más para llevarla a donde se pueda porque lo que plantea es un problema mundial y de necesaria e inmediata solución: la conciencia de la importancia del árbol para nuestra propia existencia. Ese es el mensaje que hay que dar ahora y, a partir de ahí, nos vamos a salvar todos y se van a salvar nuestras diferencias cuando este mundo sea más habitable y menos peligroso. Mi preocupación por el futuro es absoluta: tengo dos hijos muy pequeños”.
- ¿Obra soñada?
- “¿Obra soñada?: ¡me gustaría tener otro hijo y que fuera una niña! Si algo bueno me ha pasado —eso venía en proceso, pero quizás el nacimiento de mis hijos lo detonó— es perder el ego. Y quiero aprovechar la oportunidad para enviarle un abrazo, grande, grande, grande, ¡inmenso!, con toda la energía del árbol lleno de flores, a mi hermano, a mi queridísimo Eusebio Leal, un hombre incalificable.
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