Por: Ivette Leyva García
Ocurre que un día (no cualquier día, sino uno de esos que se esperan con ansiedad) el teléfono suena para comunicarnos que sí, Eusebio Leal va a concederle una entrevista a La Tiza; él conoce la importancia de los temas abordados en la revista y por eso va a abrirnos un espacio en su desbordada agenda, el tiempo será breve, de 20 a 30 minutos, el encuentro será en la fecha tal, a primera hora…
Eso es todo.
Un ligero tono precede al silencio que denota el fin de la llamada y, sobre ese silencio, la satisfacción de haber conseguido finalmente “la entrevista” va tiñéndose de un desasosiego pueril. Frente al Historiador de la ciudad de La Habana se han sentado decenas de personas con el mismo propósito; de incontables formas se ha recabado su opinión acerca de “lo humano y lo divino”, lo inmaterial y lo tangible.
¿Qué pregunta, entre todas las deseadas, presentarle a nombre de La Tiza? ¿Cuál, que no sea reiterativa?¿Cómo deslindar y establecer en tan poco tiempo un puente entre su obra de rescate patrimonial y la promoción de una cultura de diseño en el entorno visual del Centro Histórico habanero?
Si el tiempo es corto es preciso ir a las esencias y centrarnos en el factor común que caracteriza el trabajo de la Oficina del Historiador al intervenir un inmueble, un espacio abierto o editar una publicación: la estética de lo bien hecho.
El diseño ha jugado un importante papel en la nueva museografía interactiva del Palacio del Segundo Cabo. (Foto: tomada de segundocabo.ohc.cu).
— La belleza, en su relación con el diseño, no es resultado de una acción cosmética, de una convocatoria a destiempo para poner “lindas” las cosas. En cambio, un producto de buen diseño irradia belleza en la armonía que integra su expresión material, el uso al que invita, las ideas que representa. ¿Cómo se forma en usted la noción de lo bello?
— Para empezar, habría que tomar como exergo ese hermoso poema cantado de Silvio Rodríguez, cuando pide que el rabo de nube se lleve lo feo y deje con nosotros lo bello.
“Lo bello siempre es una relación misteriosa entre nosotros y lo que admiramos, pero no cabe duda de que eso también es fruto de una educación y de la interacción con una serie de señales que nos van marcando pautas.
“Cuando era niño, en la escuela se nos pedía hacer diseños con papelitos de colores, algo parecido al origami japonés. Aquello era una sugerencia para el uso del color y de la forma, para la búsqueda de una estética de la vida cotidiana, que es para mí la cuestión fundamental.
“Hay una necesidad de transmitir a todas las generaciones ese culto a la belleza. Para ello el diseño debe entrar en el universo del hogar y estar presente en los cubiertos, la loza, el vestuario.
“Hace años una gran amiga, Nisia Agüero, realizó grandes esfuerzos por llevar el arte y el diseño a los tejidos. Enseñanzas como esa ayudaron a formar en nosotros —la Oficina del Historiador—una urgencia por decir nuestra palabra a partir de una política: incorporar el diseño a las diferentes esferas de nuestro quehacer. Así lo hicimos con las publicaciones, es algo en lo cual ha trabajado mucho (Carlos Alberto) Masvidal, Premio Nacional de Diseño y que se ejemplifica en los títulos de nuestra casa editora Boloña o en los números de la revista que testimonia nuestra labor, Opus Habana.
“También hemos integrado el diseño a la concepción de una moderna versión del museo que trasciende la muestra de la colección y apuesta por la interactividad; es lo que hemos desarrollado en el Palacio del Segundo Cabo.
“De igual manera, en la nueva museología didáctica dirigida a los niños y jóvenes del Centro a+ espacios adolescentes, hay todo un diseño que aprovecha los códigos de la antigua fábrica que existía donde hoy está enclavada la institución, para hacer un discurso de la belleza en el mundo fabril.
“Hemos tratado de incorporar estos principios en la concepción de una vivienda decorosa y digna, para lo cual hacemos algo más que levantar paredes, dentro de los límites que imponen las carestías. Soy de los que creen que con poco se puede hacer mucho”.
(Sin necesidad de pausas para rebuscar en el pasado, Eusebio elige entre sus memorias una vivencia muy peculiar, que ejemplifica su afirmación.)
“En la antigua casa de la Obrapía, que no era lo que conocemos hoy sino un edificio habitado, un gran solar lleno de barbacoas y laberintos, vivían unos amigos que precisamente trabajaban en una revista. Un día me invitaron a que comiera en su hogar y, al llegar,me encontré algo inconcebible. Habían arreglado todo usando cajas y otros objetos que las personas desechaban, armonizando colores; tenían una jaula de güin con un canario, una mesita con sus cuatro sillas diferentes…Ellos me demostraron que era posible, con escasos medios, construir un pequeño espacio de felicidad. Con poco se puede hacer algo útil y bello, siempre y cuando bien se utilice.
“La Oficina del Historiador ha apostado por expresar ese maridaje entre forma y función a través de obras de alto impacto social. Así vemos viviendas, escuelas, centros de atención a adultos mayores o a menores de edad que son referentes tanto estéticos como en los servicios que prestan. ¿Cómo se llega a este concepto?
El centro a+ espacios adolescentes es hoy referente de una institución diseñada, estructural y funcionalmente, para el trabajo vocacional con los jóvenes. (Foto: Jorge Luis Baños)
“Es el resultado de una evolución; siempre he negado que sea la obra de un iluminado, rechazo para mí el protagonismo absoluto en estas cuestiones. Tenemos varios puntos desde los cuales florecen iniciativas que se expresan en proyectos como el de “a+”, uno de los más importantes, en mi opinión.
“La manzana donde se ubica el Centro —delimitada por las calles Teniente Rey, Habana, Muralla y Compostela— era un amasijo en el que se encontraba una antigua fábrica de medicamentos, otra de envases, unos depósitos de alcohol; lo que había sido el colegio de José de la Luz y Caballero[1] se había convertido en un taller de reparación de vehículos… Todo aquello había sido anarquizado, nada tiraba en una sola dirección.
“El nuevo proyecto se concibió como un desarrollo armónico en el cual habría viviendas, se restauraría la farmacia, rescataríamos la huella positiva del pasado que era la escuela, pero quedaba una piedra por solucionar: la vieja fábrica.
“Ahí se diseñó el Centro de Adolescentes. La dirección de Arquitectura y Urbanismo de la Oficina del Historiador, particularmente ese equipo que trabajó con el arquitecto (Orlando) Inclán, hizo un trabajo precioso, dejando toda la maquinaria industrial a la vista, la viga de hierro transformada con un cambio de color, las ruedas dentadas… Rescatar y mostrar el patrimonio industrial es importantísimo”.
(De la descripción del proyecto hecho realidad Leal pasa, casi sin transición, a hablarnos de un nuevo anhelo; como si para él no hubiera posibilidad de conformarse mientras exista un lugar relevante opacado por el deterioro o la infrautilización.)
“Sueño con el gran edificio de la fábrica de electricidad [2] convertido en un centro de arte moderno, donde toda esa antigua tecnología pueda dar una explicación de sí misma y nos introduzca a un mundo donde ya no habite el silencio sino la cultura, la conferencia, el trasiego de las personas de un lugar a otro. Lograr introducir esos códigos en las nuevas generaciones es trascendental, sobre todo ante el avance de una degradación de la ciudad.
“En distintos lugares vemos cómo va surgiendo un tipo de arquitectura desorientada donde la gente busca resolver sus problemas, pero no hay una palabra que le diga ‘esta es la línea, este es el pequeño espacio de caminar, aquella el área verde, así la fachada’. Se trata de una arrabalización que ignora lo bello como necesidad incorporada a la necesidad elemental de tener un techo”.
— Ante esa proliferación de ambientes anárquicos, ¿cuán necesario resulta hacer del diseño un componente más activo en el modelo de prosperidad que queremos construir?
— Primero he de decir que no se puede convertir en consigna o en esquema grabado en lápida algo tan serio como aspirar a un socialismo próspero y sostenible. ¿Cómo puede ser próspero y sostenible nuestro modelo si no se desatan las manos de la creatividad, si no se establece un diálogo perenne con la realidad. ¿De qué manera lograrlo si primero no se pone la mano en el corazón de la necesidad, si de pronto un acontecimiento extraordinario —como el tornado que castigó gran parte de capital cubana el pasado 27 de enero— nos pone de manifiesto y nos tira sobre la mesa las enormes necesidades acumuladas en la gran concentración que la ciudad supone, quizás una de las más grandes en esta latitud de las Antillas?
“Cuando yo hablo de la monumentalidad de La Habana nunca me refiero al Centro Histórico, porque siempre he afirmado que tiene muchos centros históricos, como Luyanó, otros espacios de Diez de Octubre, La Lisa… En cada uno de ellos se ha manifestado la originalidad y la creatividad de generaciones para construir un diseño orgánicamente previsto desde el día en que nace la ciudad, cuando se orienta que las calles deben caminar de norte a sur, buscando los vientos; la plaza será lugar de reunión; la fuente servirá para buscar el agua, lavar la ropa y dar una imagen de tranquilidad en la relación del hombre con el agua.
“Creo que esa noble aspiración a la que todos queremos contribuir (el socialismo próspero y sostenible) tiene que basarse sobre esos parámetros. La ciudad no es un campamento, es algo más; precisamente, el campamento ha quedado atrás, la ciudad es una expresión superior; hay una racionalidad en su diseño que no puede ser omitida, ni tampoco pretender que sea homogénea. Cada barrio tiene su personalidad, cada invisible frontera aporta un carácter diferente, una forma de conducirse, de expresarse, de ver el mundo.
“Hay una síntesis de ese diseño en el gran paseo de la 5ta. Avenida, donde cada cierto tiempo los árboles cambian, cada tramo tiene su especificidad; por un momento vemos las palmas de corojo, luego aparecen las palmas barrigonas, en un punto están las acacias nudosas, en otro lado la araucaria… esa es la ciudad”.
La media hora acaba. Otros compromisos esperan por Eusebio. Nos despedimos reticentes. Una siente que a este entrevistado excepcional habría que haberle preguntado por el decoro, la Patria, la humildad, la migración, la escuela, los pregones, las tradiciones o el café; por La Habana Vieja que renace o La Habana nueva que envejece. Del otro lado, con la hidalguía indeclinable que su eterno traje gris no puede esconder, habríamos recibido siempre una respuesta generosa, sabia, intensa.
Pero una comienza y termina hablando de “lo bello” porque, como dijera a La Tiza el Premio Nacional de Diseño, Carlos Alberto Masvidal, en la Oficina del Historiador la belleza funciona, y bella es la obra de conservación patrimonial emprendida por esta institución, la cual nos permite amar y vivir una ciudad de 500 años con su bullicio, su eclecticismo y sus sábanas multicolores —ya nunca más solo blancas —izadas en los balcones. Porque bello es el legado de este Historiador dedicado a la restauración de las esencias de una urbe y de los sueños de quienes la habitan. Porque bello es ser leal al propósito de levantarse cada día para hacer de Cuba un país mejor, ser leal desde la médula, desde el apellido.
[2] Edificio otrora generador de la electricidad que consumían los tranvías.
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