Aunque ya la Bienal de La Habana lleva un largo trecho en su realización como proyecto cultural, todavía hay quien intenta divulgar dudas sobre su verdadera naturaleza y quedan no pocos rezagos en las redes sociales sobre cierta politización de un evento que cuenta con los más lujosos escenarios.
La cobertura de los medios, a los cuales Cuba les concede acreditación, ha ido desde el desconocimiento hasta la parcialización, pasando por obviar realidades ajenas a la agenda de la política oficial que les dicta sus líneas de mensajes.
En la libertad de expresión cabe todo, hasta dudar de dicho estatuto, pero no acechar el derecho a tener derechos, que no es otra cosa que la existencia misma. Y esa verdad es la que se defiende cuando aparecen gacetillas que atacan el acontecer de la Bienal. Por ejemplo, conozco a una colega periodista que en la embajada de un país europeo fue abordada por otro colega europeo, con una fiereza casi militar, a raíz de cuestionamientos al hecho cultural de la Bienal.
En mi caso, hablé con una muchacha quien me dijo ser “meteoróloga” y cubana, aunque según noté era argentina y, quizás, de algún empleo político; ella me refirió los peores criterios sobre el panorama actual de la cultura cubana. En verdad, tuve que detenerme más de dos horas explicándole la larga historia de la política cultural, con sus luces y sombras, solo para que ella me “otorgara algo de razón” y se fuera con la reiteración de su discurso anti-todo.
Creo que la mejor manera de mostrar que el arte tiene en Cuba una naturaleza distante de lo que se quiere publicar, es con el arte mismo, o sea que no hay que buscar una contra matriz al respecto. Sin embargo, se hace evidente que no tenemos aún la madurez mediática suficiente ni la cultura del debate para desmontar lo que se nos monta, y sufrimos del prejuicio de “no decir lo que no conviene”.
La contra matriz es la realidad misma, y narrarla es el reto, hacerlo creativamente, con libertad, como cuando se hace con una meteoróloga argentina en un parque de La Habana. La Bienal, en sí misma, tiene mucho que mejorar, pero está lejos de ser el acto político puro que se le imputa. Habrá mucho que decirle a las instituciones, menos que se hayan convertido en plataformas panfletarias.
No es programático el arte real, sí lo es lo que se quiere pasar por arte, no deviene en delito nada que critique desde lo auténtico, sí clasifica lo que plantea la ruptura del status quo como condición sine qua non de cualquier autenticidad. Un pago que media para que acontezca alguna provocación, más allá de performance, delata la mediocridad de quien no sabe decir desde la sutileza de la obra.
Si se quisiera censurar, ¿para qué hacer una Bienal?, si no se quiere mostrar, ¿para qué exponer?, la contradicción en sí misma de la matriz va más allá de la lógica, pero tiene todo el espacio y el profesionalismo al servicio de casas bien pertrechadas en la guerra mediática. Muy ingenuo aquel que cree que las denuncias son mentiras o simples frases que se lanzan a través de las redes, tan irresponsable que no sabe que se pone en duda y en peligro su propia viabilidad como existencia.
Como dijo un colega en uno de los dossiers que hizo La Jiribilla sobre la Bienal, el arte no es un delito ni el delito un arte, pero a esa transposición de realidades se apuesta, y eso, el poder, ha diseñado la historia a su manera, declarando cuando le place su final. Eso, la cuestión socioclasista, no se debe dejar de lado a la hora de hacer crítica de arte, como tampoco se destierran de las artes los estudios políticos.
Lo que sí quisieran las matrices es que la ciencia y el arte dejen de tener ese arraigo terrenal, que se encierren en papers y academias, una vieja pretensión de las élites, esas mismas que construyen las universidades modernas bien lejos de las ciudades, para que el pensamiento no se ligue a la acción y no salte la chispa rebelde.
Sucede que cuando el arte se hace desde la centralidad social, y no en la periferia, hay que crearle una periferia neoliberal, que le conteste y que genere una “ilusión de libertad” fuera de las instituciones. En las redes sociales se extiende una realidad que parece real, pero solo eso, en realidad se usa la noción de “ser percibidos” una categoría filosófica que se puede manipular en aras de intereses ex profesos.
La verdad es la lucha entre las verdades, lo cual no implica dimitir a la verdad, sino la renuncia a la propaganda y la extensión de la libertad de los hechos. Aunque la meteoróloga predijera el mal tiempo a priori y sin medir los vientos, hay una realidad tangible que solo necesita que se debata sin parcialidades.
Una Bienal que es como un país, una exposición de arte que es consustancial a la crítica, pero no el agujero negro de la censura que se quiere arremeter a la fuerza. El mal tiempo como un hecho en sí mismo, solo se puede predecir mediante otros hechos, las frases no hacen más que otras frases, aunque pretendan fabricarnos espacios alternos.
La meteoróloga argentina, que nunca me dijo en verdad qué cosa era, se fue calle abajo, eran como las nueve y media de la noche y aun así vi en su mirada que no sabía nada de los tiempos que corren, a pesar de que lance airados juicios.
Al día siguiente, la Bienal todavía estaba allí.
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