Lo habían probado el día anterior, con algo menos de viento, y voló largo y sin tropiezos. Pero también el arte puede trastocarse con las magias del imprevisto, y cuando a las cinco de la tarde arribaron las cámaras y los micrófonos a la Plaza de la Revolución, ya aquello no era el happening de Flora Fong y su cometa oriental, sino una “papalotada” popular con más de veinte artefactos surcando el cielo de la villa en la cual la chinita risueña se insertaba a ratos, cuando su gran gallo se embullaba a levar anclas.
Un señor con cara de saber auguraba “la cola es demasiado larga” y nosotros, entrometiendo por acá, que si “le han dado demasiada cuerda”; pero Flora estaba gozando de lo lindo, porque en el fondo lo suyo no era deslumbrar con una obra allá arriba por los cielos, sino precisamente que la gente de su Camagüey se le uniera en alegría para saludar los 500 años de la ciudad, empinando papalotes como una vez lo hiciera ella de niña, allá en Plaza Méndez, junto a su padre chino.
“Papá nos hacía tremendas cometas, algunas con formas de pájaros o con silbatos, y entonces nos íbamos a hacerlas volar la familia, los amigos, y realmente era hermosísimo, era un espectáculo. Yo tengo fijo ese recuerdo de mi infancia en Camagüey, por eso, cuando vi que se acercaba el 500 de la villa me dije: ¿porqué no empinar un papalote en la plaza junto a mi gente?, ¿qué mejor manera de festejar?”
Y realmente el asunto terminó siendo gozoso. En la misma explanada a donde van a practicar cada tarde los trompetistas se formó tremendo corretaje, de padres auxiliando a sus más pequeños, de adolescentes con los modelitos esos que llevan cuchilla en el rabo para intimidar.
Al de Flora, la gente del INDER lo remolcó con un barrilete igual de grande que se habían inventado y al que le habían puesto una cola que decía algo de la felicidad por el aniversario de la ciudad. Ya después de eso, no se cayó más.
Entonces se lo dieron para que lo empinara, pero el viento estaba fuerte y ella que es un comino llamaba a Mireya Luis y le decía muerta de la risa: “Mireya, ¡agarra!”, y Mireya no se sabía si aguantaba el hilo o a Flora para que no se nos fuera volando.
Los chamas se le acercaban para fotos y ella ponía la sonrisa esa casi sin ojitos, de felicidad de verdad.
Siempre hubo alguien que se puso a vender papalotes, porque el cubano la inventa donde quiera. Y siempre estuvimos los que caímos en la tentación de comprarlos, para integrarnos y no quedarnos con el enano enquistado.
Por lo demás, nos contó que el papel del artefacto era traído de Japón, que fue su padre antes de morir quien le enseñó a hacerlos, allá por el año 80, cuando ya desistió de rogarles a los viejitos chinos del asilo de La Habana por la técnica; y que ya una vez había montado una expo con ellos en la II Bienal de La Habana. Pero esas cosas las dejo para el final, por si hay que cortar algo, se lleven este último párrafo y no la parte más bacana de la historia.
Flora Fong con su papalote comparte con las personas. Leandro Pérez Pérez / Cubahora
Pequeño empina su papalota. Leandro Pérez Pérez / Cubahora.
Papalote de Flora Fong en el aire. Leandro Pérez Pérez / Cubahora
Otro de los participantes en el happenig empina un papalote con forma de avión. Leandro Pérez Pérez / Cubahora
Otro de los cometas, con una cola donde resalta los 500 años de Camagüey. Leandro Pérez Pérez / Cubahora
Grupo de participantes junto a uno de los cometas antes de comenzar el happening. Leandro Pérez Pérez / Cubahora
Plaza de la Revolución de Camagüey con uno de los papalotes empinados ese día de fondo. Leandro Pérez Pérez / Cubahora.
Beatriz
10/2/14 13:26
Bella iniciativa de Flora Fong. Todos pensando por los 500 años de Camagüey. Es meritorio, además, que aún se preserven e inculquen las tradiciones (cada niño cubano debiera haber empinado un papalote alguna vez), sobre todas las que pueden realizarse con toda la familia.
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