Considerado como uno de los colectivos más revolucionarios y renovadores de la escena cubana actual Teatro de Las Estaciones de Matanzas nunca deja de asombrar por sus puestas en escena, excelentemente concebidas, gracias al trabajo conjunto de Zenén Calero y Rubén Darío Salazar, diseñador y director, respectivamente.
Como parte de las llamadas obras familiares que integran la muestra nacional del Festival de Teatro de La Habana se presentó en la sala de la Orden III la puesta en escena Retrato de un niño llamado Pablo, espectáculo estrenado en el 2018 que se alzó con el Premio Villanueva de la Crítica del pasado año.
Se trata de un texto de Rubén Darío Salazar inspirado en el cuento ¿Pablo, qué te pasa?, de la antropóloga y maestra catalana Carmen Fernández Villabol, quien lleva a la literatura los problemas de sus alumnos. Cuenta con coreografía de Yadiel Durán y la música original fue compuesta por Raúl Valdés, quien alude al sonido de video juegos, play station y nintendos.
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“Nace del interés de nosotros por ver hacia dónde va la familia cubana contemporánea. La gran mayoría de los padres no dialogan con los hijos, no se relacionan. El protagonista es un niño llamado Pablo (premio Llauradó de actuación para María Isabel Medina) que vive en una casa un poco disfuncional”, explicó Rubén durante una Expuesta o desmontaje de la obra con la presencia de teatristas y espectadores al finalizar la última función del espectáculo.
El padre de la obra está sumido todo el tiempo en su trabajo, hablando a través de su celular sobre asuntos laborales. La madre (premio Caricato de actuación femenina para María Laura Germán), es una actriz frustrada, una Raquel Revuelta en menor escala, a quien el marido no deja trabajar en la calle porque él la mantiene con todo lo que trae del extranjero.
Al respecto agregó Rubén: “Ha sido un espectáculo muy controvertido porque los niños son inmensamente felices y terminan enjuiciando a sus padres. Muchas madres salen del teatro llorando. Seguramente tendrán culpa. Es el momento de pensar en hacer algo porque no podemos perder la comunicación necesaria para educar, guiar y darles alas, libertades, optimismo, esperanza, fe, a nuestros niños. Este es un espectáculo que yo califico de necesario por lo que dice y lo que quiere expresar”.
La obra está pensada para una escenografía minimalista donde solo se aprecia una mesa para la consulta de los psicólogos a toda la familia. Dentro del plano onírico ocupa un lugar fundamental una técnica tan expresiva y sugerente como la luz negra, que data de los años 50 y se emplea para denotar un momento único, mágico, donde la sicóloga, que sigue la historia clínica del niño, canta con músca grabada.
En el texto teatral aparece la figura de una maestra diferente, capaz de estimular la imaginación de sus alumnos y respetar sus sueños: “Nuestra maestra ama de verdad su profesión y le habla al niño de Matemáticas, Biología, Química pero también de una película, de danza, de la poesía de Nicolás Guillén y Pablo Neruda. Esa maestra se sube con él a los árboles, viaja con él y lo acompaña en su vuelo con las aves”.
Rubén Darío Salazar, director de Teatro de Las Estaciones de Matanzas. (Foto: Tomada de Radio Camagüey).
Zenén obtuvo el premio Rubén Vigón por sus diseños armados alrededor del concepto de un cuadro, retrato o marco con elementos que van cambiando de paisaje en paisaje, a medida que se desarrollan las acciones de la obra. Por ejemplo: el comedor, que en vez de ser un punto de reunión familiar, se convierte en sitio donde ocurren –en forma de ópera– las discusiones familiares a la hora de la comida.
“Pablito vive la vida encerrado en su casa, con ganas de volar, quiere ser cosmonauta y esa metáfora es una alegoría grande: es tener la libertad de pensar y de ser uno mismo”, acotó el director.
Cada titiritero porta colores afines con la psicología de los personajes. Los psicólogos, interpretados por Rubén y la joven Lucelsy Fernández, visten una versión de una bata de médico contemporánea, desde los zapatos hasta el pantalón, el pulover, la chaqueta, el tocado.
Por su parte, los esperpentos de los padres se engalanan con trajes escandalosos: el de la madre es convertible, con collares, con gafas máscaras, unos espejuelos-ojos que la distancian del niño, y una gran peluca roja que guarda similitud con la de la mujer de Simpson, en el dibujo animado infantil.
“Esos personajes se contraponen a Pablo, un niño azulado, con unos ojos cielo, con un jean y sus tenis. En un momento del espectáculo aparece desnudo cuando está orinando. No tenemos prejuicios es mostrar los llamados temas tabú porque los niños nacen nuevos, felices, vírgenes y Pablito es un poco así. Simboliza la defensa de todo eso”, sentencia Rubén.
Cada personaje tiene réplicas en las diferentes técnicas del teatro de títeres. La madre y el padre son también unos pequeños títeres planos “que salen en la casa paisaje, esa casa entre violeta y verde”. Para el director esos títeres son considerados menores pero a él le parecen “hermosos siempre y cuando tengan una representación simbólica y sígnica”.
“En la zona del títere están los juguetes de la maestra, Pablito y su hermano mayor. Son unos pequeños muñecos estructurados, de madera como los que había en La Habana en los años 80 en la Casa de la Cultura Checa. Otra dimensión encontramos en la maestra totémica de madera, con su cabello que se le puede mover naturalmente o una pequeña moto que es el alter ego del hermano con un pantalón de última moda que su padre le compró en una tienda cara de Europa”, explica Rubén.
Por último, Zenén diseñó unas grandes máscaras planas de cartón o de madera que Rubén ha bautizado como “carnets de identidad” de los personajes que acuden a la consulta del psicólogo donde los que hablan son los retratos de los personajes para comunicar lo que sucede en el mundo incompleto de la casa. Esas máscaras cumplen con el rol de contravenir, contradecir, metaforizar, criticar, hiperbolizar todo lo humano.
Todavía el director no sabe cómo definir esa nueva técnica de animación de figuras. Para él es una fusión de la máscara, el plano, el mimado. Se trata simplemente del cuadro de personas que conversan con el niño pero no dialogan de la manera que debe ser. Los padres aceptan sus máscaras, las disfrutan y hostigan al infante con sus preocupaciones adultas.
En el programa de mano se anuncia Retrato de un niño llamado Pablo como un Psicoanálisis de un infante actual con figuras y actores en ocho flachazos, género que ha inventado Rubén. En realidad son escenas retrospectivas donde los padres cuentan su versión de los hechos.
Para el montaje el director acudió a varias investigaciones realizadas por psicólogos y otros especialistas. Así conoció que en 1985 el nivel de atención de los niños era de 40 minutos mientras que en 2015, descendió solo a tres minutos.
“Es muy fuerte para nosotros como teatristas competir con el mundo de los video juegos y toda la tecnología existente. Hemos visto niños durante la función con un teléfono en la mano. En un espectáculo para niños uno corre constantemente el riesgo de equivocarse, de tantear, de experimentar.
“Para nosotros estos son espectáculos en proceso, vivos, que vamos cambiando, arreglando. No es como el cine que se grabó y ya. Si no estoy conforme con lo que está pasando en Ecuador, en Siria como voy a estar conforme con mi obra. El teatro es una caldera de sensaciones y de intercambios”.
La alegría que transmite la comedieta crítica y ácida Retrato de un niño llamado Pablo se contrapone a la tristeza del espectáculo Los dos príncipes. La nueva obra está montada en tono farsesco, algo poco habitual en las últimas puestas en escena de Teatro de las Estaciones.
“Creo que la comedia ayuda mucho a decir verdades y no es un invento mío porque desde los tiempos de Lope de Vega se reía con el acíbar en la boca. No es una obra para llorar. Es una obra para reírse y reflexionar. La comedia es el arte de poder decir las cosas sin tanto trauma ni tanta tragedia, decirlas y punto. La comedia limpia, permite sacar demonios de adentro. Todos los sentimientos son buenos: el llanto, la risa. Además, a los niños hay que prepararlos para perder cosas materiales y humanas”, concluye Rubén.
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