En cierta ocasión, durante indagaciones sobre la conga camagüeyana, tuve la oportunidad de conocer a “Quintín” (Luis Mariano Zayas, fallecido hace unos años) el mayor rumbero de los Sanjuanes. Una agrupación ensayaba en áreas de la sala polivalente Rafael Fortún, en la capital provincial.
—¿La conga va en la sangre desde la niñez, heredada de los ancestros africanos? Pregunté a quien siempre consideré una fuente fidedigna en temas folklóricos.
—Mira un ejemplo —respondió mientras llamaba a un jovencito con un tambor colgado en bandolera frente al pecho.
El muchacho negro interpretó a petición de nosotros un toque de conga.
—Ahora mira para este otro —señaló “Quintín” mientras con una señal de la mano convidaba a otro integrante del grupo musical.
No se podía asimilar la diferencia en la interpretación de su predecesor.
—¡Y es un blanquito! —sonreía resueltamente, satisfecho por una clase práctica, elemental pero que mucho tenía que ver con la actualización del espíritu de los congueros camagüeyanos. Añade que tuvo que intervenir a favor del joven pues los padres, profesionales de la salud, no entendían la predilección musical.
Con el fundador en el año 1958 de la Comparsa “Los Marqueses del Cristo” comenté de todo un proceso dialéctico en este ajiaco criollo en la formación de la identidad nacional, según la definición de Don Fernando Ortiz.
ANTIGUA Y MASIVA FIESTA POPULAR DE LA VILLA PRINCIPEÑA
No tiene la conga camagüeyana celebraciones paralelas a la fiesta mundana del San Juan, surgida hace más de 300 años. Por aquellos tiempos, la Villa de Santa María del Puerto de Príncipe cambiaba su imagen de bonanza por la algarabía de la gente de campo. Se abrían las puertas de las viviendas a la alegría de la primavera y brindaban bebidas y ricos manjares. Los visitantes traen en alforjas carnes saladas y viandas con las que preparan un habitual y criollísimo caldo al que llaman ajiaco. Esta es una época para la venta anual de las vacas engordadas en los potreros y, por tanto, había un pretexto para la fiesta mundana más que la celebración católica del Día del San Juan Bautista.
En las “Escenas Cotidianas”, El Lugareño (Gaspar Betancourt Cisneros) describe en el año 1853 estos festejos: “Era todo un saltar de la cama, almorzar o no, ir al pesebre o patio, ensillar el caballo, salir a la calle a dar carreras, gritos desaforados, provocar a los mirones, invitarlos, llevárselos [...]”.
Por su parte, en su libro “Leyendas y tradiciones del Camagüey” el poeta y ensayista contemporáneo, Roberto Méndez Martínez destaca: “A pesar de su nombre genérico no se trataba de una fiesta religiosa sino profana que se ubicaba de manera estable entre las celebraciones católicas de San Juan Bautista (24 junio) y San Pedro (29 junio), aunque muchas veces su extensión es mayor”.
A la fiesta se sumaron los paseos vespertinos de volantas con refinados pasajeros y bellas camagüeyanas (Amalia Simoni, el amor de Ignacio Agramonte, fue elegida reina de la nobleza en 1866), junto a carretas engalanadas, personas cubiertas de cabeza a los pies con sábanas, “ensabanados”, y otros rústicos disfraces, conocidos como “mamarrachos”, hasta la controversial “caza del verraco”.
SONAR LOS TAMBORES EN LOS DESFILES DEL SAN JUAN
Tras la obligada pausa por las guerras de independencia, se reanima la tradición con desfiles de carrozas y comparsas, disfraces, áreas de bailables, engalanamiento de calles.
Sin embargo, la conga estuvo ausente a los cordones y desfiles. Según el máster Reinaldo Echemendía, investigador, compositor y director del Ballet Folklórico de Camagüey, su presencia data de los años 30 del siglo XX, con ritmos inspirados en bandas militares de música.
El periodista Eduardo Labrada Rodríguez, del semanario Adelante, destaca que por ese entonces salieron a las calles “Los Comandos”, una de las más antiguas aún en funciones y la segunda del país en recibir un premio otorgado por el Centro Nacional de Casas de Cultura. La primera fue la santiaguera “Los Hoyos”.
Anterior a esa etapa en la historia cultural de la Villa Principeña los cabildos de negros libertos asentados en la periferia de la población, barrios de indios, como se les llamaba a estos asentamientos suburbanos, organizaban toques de tambor o congas, atendiendo cada cual a sus etnias, entre estas, aquellas procedentes de Dahomey, el Congo, Angola o Guinea.
“Fueron muy famosas las congas de la calle Triana, Rosario, San Ramón, las barriadas de Matadero, las Cinco Esquinas, San Francisco y de otros muchos sitios —señala Labrada Rodríguez—; igualmente, se identificaban por el apellido del director que la había organizado o acaso por quienes la integraban, tal es el caso de la conga de Los Pimienta, Los Pulpos, los Marqueses del Cristo y la muy antigua conga de Macagua y sus muchachos”.
También existieron las congas de La Catedral y La Farola, que eran del barrio de La Caridad, la primera de ella patrocinada por una fábrica de salchichas de ese nombre. En el entorno de la plazoleta de Bedoya se organizaron las congas de Los Tinajones y la cubana, y por la calle Palma, plaza fuerte de las congas locales, la de Los Jamaiquinos.
EL TOQUE DISTINTIVO DE LAS CONGAS SANJUANERAS
Las congas camagüeyanas se distinguen mucho de las congas santiagueras, que incorporaron la trompeta china y de las de La Habana, con instrumentos de viento como las cornetas. En las agrupaciones lugareñas todos los instrumentos musicales son de percusión, con diversidad de notas como tambor, bongo, bombo, quinto y requinto, cuyos cueros se calientan con pequeñas hogueras en tramos del desfile; cencerros y sartenes, junto a la campana o llantas de autos, que se golpean con válvulas de motores o barras de metal, para sumar una sonoridad diferente.
Falta muy poco para que este 24 de junio inicie el San Juan camagüeyano, una de las fiestas carnavalescas con más arraigo en la isla. Serán cinco días de jolgorio en toda la ciudad, hasta que en la tarde del 29 culmine con el simbólico entierro de San Pedro.
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