sábado, 28 de septiembre de 2024

El Decamerón contado por un bailador flamenco (+Video)

La danza nos habla, nos propone, quiebra el vacío de la pandemia y las censuras del presente...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 28/04/2021
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Decameron-Teatro El Público
Decameron, del grupo de teatro El Público, bajo la dirección de Carlos Díaz.

Sin dudas, uno de los peores efectos de este cataclismo de pandemia es el tremendo apagón cultural que genera. Salas de cine y teatro, escenarios de danza, festivales, fueron todos pospuestos, cancelados. Y, es que con una enfermedad que penaliza el abrazo, el aplauso, la celebración, no puede haber margen al error. En Cuba, sobre todo en provincias, hay un silencio casi absoluto en lo que respecta al uso de los espacios habituales, mientras que la red de redes, si bien innovadora y propicia, aún no tiene el alcance masivo que se desearía, sobre todo en materia de trasmisiones en vivo, programación de espectáculos y montajes en escena.

La danza es ese fenómeno físico y presencial, ese rito perenne. Una manifestación trunca en estos momentos, ya que ni siquiera los ensayos son sanos y permitidos. Los miembros de una y otra compañía hacen sus pasos en solitario, en las casas, a la espera de que eche a andar la maquinaria de la cultura. En Facebook, un colega periodista, Juan Carlos Roque, residente en Holanda, realizó un documental sonoro sobre Paco, un conocido bailador de flamenco, quien en medio de la pandemia ofrece trasmisiones muy amenas, junto a su anciana madre con Alzheimer. La esperanza es el gran tema de los pasos y las coreografías, de los coros y las remembranzas. La gente se pregunta si todo volverá a ser como antes, si habrá una vuelta a los tiempos normales, a la era física, de los abrazos, de los aplausos.

Es en los pasos de baile solitarios donde el artista recrea el mundo perdido, el que hasta hace unos meses estaba al alcance de la mano. Los salones de ensayo están tan vacíos como los corazones de los públicos, los festivales, los programas que hasta un año atrás rebosaban de confianza, de salud, de risas. La pandemia nos encerró en estancos espirituales donde anhelamos cualquier retorno, el que sea, con tal de que traiga alguna sonrisa. Para Juan Carlos Roque, quien vive con su mujer a miles de kilómetros de mi casa en Remedios, las distancias han sido más bien del alma y su esfuerzo se concentra en escribir, en hacer una obra, para que ello quede, para que sea como la vida de Paco, el personaje del documental: pintoresca, viva, pícara, alegre sin importar que la anciana madre tenga Alzheimer y no se sepa en definitiva si habrá un mañana. La enfermedad de la COVID-19 arreció los padecimientos físicos y trajo otras certezas más internas, invisibles, antes ni siquiera contempladas por la vida del ajetreo y del trabajo.

La danza es un lenguaje más, tan común como el idioma. A ella vamos a expresar aquellas cosas que callamos en la vida, las que dicen más allá de una palabra, de un gesto. El rito se repite desde tiempos ancestrales, nos acompaña, nos dice lo que hay de oculto en los momentos presentes. Quizás la pandemia tenga el misterio de hacernos más danzantes, más honestos, en ese eterno retorno a los inicios. En Santa Clara, ciudad de vida cultural intensa, se realizan varios festivales. Prima ahí desde lo clásico hasta lo cubano, pasando por lo más innovador. Este año que pasó, las tablas y las calles, los escenarios antes repletos, se disolvieron. Nadie pudo ver en esta o aquella esquina al bailarín o al músico, se extrañó el ruido en las instituciones y los teatros, se dijo que la pandemia nos ha silenciado.

En Decamerón los personajes se van a un sitio aparte a bailar, cantar y hacerse historias. Hoy sería impensable, la modernidad nos ha frenado, nos alcanza en cada rincón, en los instantes más escabrosos. Y, es que no existe mayor desgracia que la de anhelar otros tiempos y no tener la manera de retrotraerlos. La humanidad debe reinventar un nuevo baile, uno que codifique otras formas de expresarnos, de figurar en las paredes de esa caverna inmensa de nuestra savia. Se trata de un lenguaje, uno que resulta trascendente, que va más allá de divertirnos.

Ahora mismo, cientos de coreógrafos ensayan en sus mentes los pasos de otras danzas que expresan la historia de esta pandemia. Veremos en los escenarios cómo se reviven los mismos episodios y tendremos las enseñanzas al alcance. Sin embargo, toca a la conciencia el no recaer en los mismos errores, en la insensibilidad y carencia de un valladar ante el egoísmo. Para la nueva cultura, la que viene tras este momento oscuro, hay un renacer muy similar al que se produjo luego de las grandes epidemias europeas de hace más de cinco siglos.

En el documental de mi colega y amigo Juan Carlos Roque, titulado Ea, más que dos vocales, la madre con Alzheimer se va apagando por instantes. El hijo intenta que la llama del amor sea la que arda entre ellos, desafiante, en medio de la desesperanza y el encierro. Las historias de ese Decamerón no abordan sucesos picarescos, ni burlas sociales, sino la vida más familiar, el arte más populoso, el aplauso más sonado. La enfermedad pudo acallar todo aquello que los mantuvo activos, pero no arrasó con las esencias. Para Paco, el bailaor flamenco en el paro por la crisis del coronavirus, el tiempo pertenece al amor, a una danza que se expresa y sobrevive.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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