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jueves, 26 de diciembre de 2024

Dimensiones de lo cubano ¿excluyentes?

La mejor forma de observar el presente es mirar hacia atrás. Y casi en las brumas de nuestro nacimiento cultural pueden encontrarse dos formas de entender la cubanía que han vivido en pugna hasta nuestro hoy...

Justo Planas Cabreja en Exclusivo 20/10/2013
4 comentarios
cultura cubana 13
Resulta imprescindible reinterpretar desde nuestro presente el concepto de unidad.

Recorro la calle Obispo como el Cemí de Lezama sin encontrar en ella figuritas de porcelana china. Desde el 60 a este momento que atravieso, La Habana sigue ocupando el mismo espacio, pero somos otros los habaneros, es otra Cuba. ¿Cómo explicarle eso a las mulatísimas con tabaco y pañuelo que fotografían los extranjeros en ese trozo artificial de la vieja Habana que se considera “casco” “histórico”?

Debajo de su cáscara, de sus juglares de CUC y sus adivinadoras de cartas, quizás encontremos muy poco de los tiempos pasados y sí mucho de un folclorismo oportunista que acoteja lo que somos al gusto del cliente.

Muchos extranjeros llegan con sus preconcebidos para encontrarse una Cuba y, cuando no la ven, sienten que la realidad misma los estafa. En respuesta, algunos hemos preferido reconstruir el espejismo de la ciudad que ellos llevan en su cabeza para que no se sientan obligados a cambiar de opinión.

Si continuamos raspando esa cáscara llegaremos a uno de los criterios más férreos sobre la manera en que debemos entendernos como nación. Según ese criterio, todo elemento, hecho, persona del pasado es más “verdadero”, más “cubano”, que los del presente. ¿Es la rumba más cubana que la timba? ¿O el guajiro más que el botero? Desde esta óptica, estaríamos observando la historia como una degradación de los valores originarios. Nos quedaríamos solo con lo que ha perdido el cubano en el vestir o en la cultura culinaria y con esa perspectiva en blanco y negro, terminaríamos obviando todo lo que ha ganado en ambas esferas. Creo que el filósofo latinoamericano Jesús Martín-Barbero fue quien dijo algo similar respecto a los indígenas que usan jeans, no puede ser de otra forma y no por eso son menos de su cultura. Cuba es un organismo vivo que ha ido reinventándose para sobrevivir y sacar ventaja de los tiempos que corren.

No significa esto: “ya lo pasado, pasado”. La mejor forma de observar el presente es mirar hacia atrás. Y casi en las brumas de nuestro nacimiento cultural pueden encontrarse dos formas de entender la cubanía que han vivido en pugna hasta nuestro hoy.

Si viajamos dos siglos atrás leeremos la “Vindicación…” martiana de una Cuba estoica, mientras voces populares chotean a Titina por montar bicicleta y algunos alfabetizados recomiendan los trágicos amores de una mulata de salón llamada Cecilia, que con los años se desprendería de la pluma de Cirilo Villaverde para alcanzar la categoría de mito. Los Pilluelos de Juana Borrero no convergen con la lánguida Dama del lago de Jorge Peoli. Alejo Carpentier y otros chicos ven desde la otra acera pasar a Yarini, según él mismo cuenta. Y la Macorina, en esa mirada que hacemos desde el presente, que ve superpuestos los hechos… ella contempla cómo se enredan las comparsas de La Chambelona.

Una ribera estoica, la otra hedonista, como agua y aceite han confluido en el río de la historia nacional. Y los pocos que bebieron del lado contrario del hedonista durante la primera mitad del siglo XX conjugaron la filosofía del vino amargo, como ese Jorge Mañach o ese Fernando Ortiz que asestan: “el caldeado clima de nuestra tierra influye en nuestro carácter y por ende en nuestra vida pública. A él se debe la anemia física y mental que sufrimos, que con otros cofactores nos impide a los cubanos la adopción de criterios firmes”.

Hoy, por su parte, David Calzado define su pertenencia a la isla con el gerundio: gozando… “gozando en La Habana”. ¿Cómo pueden vivir en el mismo plato, incluso en el mismo sujeto, sin rencillas ni cargos de conciencia, el cubano gozador y el viril revolucionario? Quizás este sea uno de los retos que como nación deberíamos resolver con el tiempo.

Otro reto, o más bien un verdadero dislate de las consideraciones sobre lo cubano, proviene de confundir circunstancias muy propias del habanero con la de toda la isla. Ese mal, del que padece este texto mismo, ha derivado también en la idea de que la identidad del camagüeyano o la del holguinero son expresiones locales de lo nacional, mientras que la identidad del habanero es perfectamente sustituible por la del cubano todo. Lo escuchamos así en la música, en los discursos, lo leemos en los periódicos y lo vemos en la novela.

Es comprensible entonces que para alguna gente del “interior” (como si estuvieran sumergidos en alguna materia viscosa), vivir en “La Vana” signifique algo así como salir a la superficie, dejar de ser local para comenzar a existir propiamente como cubano.

Por supuesto, nada de esto lo pensó Perucho Figueredo cuando escribió esa “Bayamesa” devenida “nacional” con toda justicia. Ha llovido tanto desde que aprendimos nuestra propia canción de guerra (y luego, afortunadamente, de paz), que podríamos decir, sin cargos de conciencia y con todo el derecho que nos otorga haber nacido y crecido en esta tierra, que somos otros cubanos, cubanos de hoy, productos no solo del pasado sino de las circunstancias del presente, hijos del punto guajiro y hermanos, entre otros muchos, del reguetón y la novísima trova. No hace falta escribir a caballo la letra de un nuevo himno, pero resulta imprescindible reinterpretar desde nuestro presente el concepto de unidad.


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Justo Planas Cabreja

Periodista que aborda temas culturales, especificamente cine y literatura. Recibió el II Premio de Ensayo “José Juan Arrom” por el trabajo “El reverso mítico de Elpidio Valdés”.

Se han publicado 4 comentarios


sakho
 22/10/13 12:30

pienso que los funcionarios publicos deben cuidar su imagen para que luego nadie se aproveche para erosionar su figura,los de abajo abajo y los de arriba con de todo...

Mercy
 22/10/13 9:07

Hola, Eusebio. Según entiendo Justo no niega, sólo pregunta el cómo. A mi juicio, claro que existe, lo que a veces las normas impuestas y los medios le imposibilitan mostrarse tal cual. ¿Es que acaso, el Che fue menos revolucionario cuándo se mostraba como padre o esposo? No. O Raúl con sus hijos y nietos y Vilma tocando piano? No. O cuando Fidel disfrutaba de la pelota? No. Pero parece que ver a un dirigente bailar, cantar, caminar de brazo con la familia, no "deben" formar parte de la identidad del "viril revolucionario".

Livia
 21/10/13 8:42

Gracias, Justo. Es un placer leer tus textos.

Eusebio
 21/10/13 7:42

¿Por qué pensamos que el cubano gozador y el viril revolucionario no pueden ser una misma persona?

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