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jueves, 26 de diciembre de 2024

Cuba, la otra USAID y la cultura del internacionalismo

Hay un basamento fundamental en la diferencia entre la cultura del asistencialismo a la que responde Estados Unidos y la cultura del internacionalismo que forma parte de la idiosincrasia de Cuba...

en Cubasí 25/10/2022
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Daños de huracán Ian por Cuba
El anuncio de que la Usaid, luego del paso del huracán Ian por Cuba, realizará un donativo de ayuda humanitaria a través de la Cruz Roja Internacional, generó de inmediato una algarabía mediática

Por: Javier Gómez Sánchez

El anuncio emitido el pasado 18 de octubre de que la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), luego del paso del huracán Ian, realizará un donativo de ayuda humanitaria valorado en 2 millones de dólares a través de la Cruz Roja Internacional, generó de inmediato una algarabía mediática y la emisión de un cúmulo de opiniones en las diversas redes digitales.

Los titulares de los diferentes medios de prensa internacionales transitaron por el abanico de posturas posibles desde la perspectiva “gobierno estadounidense envía…”, hasta el “gobierno cubano acepta…”, según el interés de dónde hacer el énfasis.

Con claridad, algunos pusieron a circular el cálculo de la insignificante cifra en comparación con las pérdidas que cada año la economía cubana sufre por el bloqueo; matiz que hace ver el ofrecimiento como un acto de cinismo, y que la mayoría de los principales medios de prensa internacionales prefirieron no mencionar.

No faltaron quienes, acostumbrados a apostar a “ganar o ganar”, dijeron que la aceptación del donativo consistía en una humillación del gobierno cubano ante el estadounidense. Son los mismos que, de no haberlo aceptado, hubiesen acusado de soberbia a la parte cubana.

Flotó en el aire la pregunta, movida en redes y formulada en alguna conferencia de prensa, sobre por qué el gobierno cubano, que en otras ocasiones ha combatido y denunciado proyectos con financiamiento de la Usaid, ahora acepta una cantidad de dinero proveniente de esa misma entidad. La respuesta es muy simple: ahora, por primera vez en mucho tiempo, la Usaid —cuyas siglas hacen un juego de palabras con aid, que en español significa ayuda— realiza en Cuba el verdadero papel que debería tener, como lo practican otras agencias de colaboración internacional.

Los programas de becas y proyectos de distinto tipo, que en algún momento han sido enfrentados, no constituyen asistencia ni ayuda alguna, sino actos de injerencia para la subversión y el cambio de régimen.

Valdría recordar el programa de becas World learning de cursos de verano para la formación de líderes de cambio político orientada a jóvenes en edad preuniversitaria, entre 16 y 18 años, cuyas intenciones fueron expuestas en un ciclo de denuncias en los medios y centros escolares cubanos en 2016.

Pero desde mucho antes, la Usaid operaba en Cuba. Solo del año 1998 al 1999, entregó a grupos opositores cubanos más de 6 millones de dólares en forma de equipamiento de informática, comunicación, grabación de audiovisuales, publicaciones y otros recursos. Entre 2001 y 2006, la Usaid asignó para la subversión en Cuba más de 61 millones de dólares, a través de 142 proyectos. Entre 2007 y 2013, 120 millones de dólares fueron distribuidos en 215 proyectos con ramificaciones en diversas ONG. En las dos últimas décadas, se calcula que la cifra total manejada por la agencia para el financiamiento político en Cuba ronda los 300 millones de dólares. Durante el gobierno de Donald Trump, según el sitio web Cuban Money Project, unos 50 grupos de distinto carácter de operación política en Cuba recibieron dinero proveniente de la Usaid.[1]

“Ahora, por primera vez en mucho tiempo, la Usaid realiza en Cuba el verdadero papel que debería tener, como lo practican otras agencias de colaboración internacional”.

En 2009, la Office for Transition Initiatives (OTI), perteneciente a la Usaid, elaboró un programa de apoyo a la “sociedad civil” cubana presentado en un evento en San José, Costa Rica. El programa de acciones ponía mucha atención a la comunicación masiva a través de la red de teléfonos móviles en Cuba. El programa de San José incluía criterios a partir de la experiencia del grupo serbio OPTOR, propias de la realización de golpes blandos. De ahí salió el proyecto Zunzuneo, consistente en el envío masivo de sms que se intentó poner en práctica entre 2009 y 2011, y que se calcula llegó a alcanzar a más de 45 000 usuarios cubanos, con pretensiones de llegar a 400 000. Esta red permitiría hacer un llamado a la desobediencia civil a partir de la organización de manifestaciones.[2]

Ese ha sido históricamente el tipo de “aid” que la Usaid ha ofrecido a Cuba.

Pero el ofrecimiento estadounidense de ayuda financiera luego del paso del huracán Ian viene a reflejarse en una dimensión mucho más profunda entre los conceptos que mueven a ambos países. Ocurre poco después del incendio en la base de supertanqueros de Matanzas, que Cuba logró apagar con la ayuda en el terreno de especialistas y equipamiento de México y Venezuela, los que corrieron el mismo riesgo que los bomberos cubanos. Mientras que Estados Unidos, a solo 90 millas del incendio, se limitó a ofrecer asistencia técnica por vía telefónica.

Hay un basamento fundamental en la diferencia entre la cultura del asistencialismo a la que responde Estados Unidos y la cultura del internacionalismo que forma parte de la idiosincrasia de Cuba. Ambas se han puesto en evidencia en el actuar internacional tanto de un país como del otro.  La asistencia es cuantificable, el internacionalismo no.

En 2005, el huracán Katrina destruyó parte de los Estados Unidos, considerándose uno de los mayores desastres climatológicos de la historia de ese país. La ciudad de New Orleans fue duramente golpeada, cuando el 80 por ciento de su centro urbano quedó inundado. En todo el territorio estadounidense se contabilizaron más de 1800 muertes. Una enorme cantidad de personas permaneció aislada durante días, en los techos de sus casas inundadas, hasta ser rescatadas y llevadas a centros de evacuación. La imposibilidad de acceder a servicios médicos pesaba sobre las zonas de población de mayoría negra y pobre, las que sufrieron la peor parte.

Ante la situación, Fidel convocó a 10 000 médicos cubanos para crear la Brigada Henry Reeve, una fuerza sanitaria organizada con capacidad de enviar ayuda inmediata “a cualquier rincón del mundo”, haciendo alusión a la manera en que el presidente estadounidense George W. Bush había anunciado la posibilidad de que las fuerzas armadas de su país atacaran en “cualquier oscuro rincón del mundo” luego de los atentados del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001. Cuando ocurrió el impacto del huracán Katrina, Estados Unidos estaba enfrascado ya en dos guerras, en Afganistán e Iraq, y las bases de la U.S. Navy y la USAF que debían ayudar a la Guardia Nacional a evacuar a la población de New Orleans tenían la mayoría de sus helicópteros y personal en esos “oscuros rincones”.

Cuba ofreció el envío de los médicos a las zonas afectadas, junto a una cantidad de medicamentos. El gobierno estadounidense rechazó el ofrecimiento.

Difícilmente se pudiera cuantificar lo que costó a Cuba formar esos médicos, y hacerlo bajo las condiciones de bloqueo que el propio gobierno estadounidense nos ha impuesto durante décadas. Pero el principal valor de ese ofrecimiento es ser el resultado de la formación de una cultura internacionalista como carácter propio de la identidad nacional cubana. Según esa idiosincrasia, un envío de ayuda no es un gesto distante, formal, simplemente material, sino un acto de destino compartido. Es la diferencia sustancial entre la asistencia internacional y el internacionalismo.

No queda más que dar la bienvenida al pequeño paliativo que envían al país bloqueado los mismos que lo bloquean. Cuando el uso del último de los 2 millones de dólares haya sido contabilizado, y nadie recuerde ya los titulares que generaron, el bloqueo y la otra Usaid para Cuba seguirán estando ahí.


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