Para Roberto Bolaño la escritura era un ejercicio peligroso, no se trataba de poner palabras con coherencia, sino de una cuerda floja que se movía entre el éxito y el ridículo. Esa latencia está presente en la mayor parte de su obra, donde se refiere a los periodistas y los autores de literatura como una misma cosa, abocados a una búsqueda a través de desérticas e infestadas zonas.
En la novela Los detectives salvajes la trama transcurre mediante la averiguación sobre los integrantes del movimiento real visceralista y su poetisa líder, una cacería donde los propios investigadores (devenidos literatos) terminan perdidos a su vez. Bolaño capta así la paradoja del crítico, quien en el viaje a través de una obra, es él mismo un autor.
Más allá de si el autor murió, como sostiene buena parte de la teoría más reciente, lo que sí notamos es la deriva de la exégesis del arte hacia una crítica separada del periodismo, esto ocurre porque la comunicación de masas, en su afán de cumplimentar las expectativas de un público, se aleja del discurso académico, el cual a su vez denosta de los periódicos y produce papers más abigarrados de vericuetos de la teoría. Este divorcio, producto de la división social del trabajo, que tiene su base en una estructura socioclasista y económica, lejos de coadyuvar a una mejor exégesis, nos deja fuera de los mejores análisis en el campo de las artes, a la vez que condenan a la comunicación a un monólogo de nimiedades.
Si acudimos a las universidades de las artes en Cuba, veremos valiosos profesores, incluso alumnos con un altísimo entendimiento de los fenómenos de la creación, pero que se las verían en aprietos si alguien les da la oportunidad de sostener una columna en un medio generalista, ya que falta en ellos la potabilidad suficiente y propia del impreso masivo. Vale preguntar por lo útil de un profesional que enmudece, a pesar de que tiene mucho que decir. La escritura como oficio peligroso queda entonces muerta, al no ocurrir y entonces sí se aviene la teoría acerca del deceso del autor en los nuevos escenarios del arte. Bolaño, que ejerció el periodismo en diferentes periódicos antes de ser un autor de culto, sabía de la vecindad entre la elevada cultura y la comunicación, así como del vínculo, la cuerda floja, entre uno y otro ámbito.
¿Y qué decir del periodismo?, atrapada entre la desprofesionalización de años y la falta de espacios con la suficiente legitimidad para la crítica de arte, la prensa generalista o acude a los escritores de prestigio para sus columnas o deja el ejercicio en manos inexpertas, contentándose con un resultado a medias en el mejor de los casos, pero nunca satisfactorio. El periodista cultural, salvo honrosas excepciones, anda más la nota y la reseña que el análisis, en un ámbito que debiera proporcionar herramientas para el empoderamiento en el campo del consumo. Por suerte, en Cuba aún no se cae en los excesos de la seudo farándula exaltada al plano del arte, pero no falta quien así lo deseara y hasta lo intente en más de un espacio del espectro comunicacional.
Crítica y periodismo, van unidos de la mano de valiosos profesionales que marcan el camino a las nuevas generaciones, pero se trata de sujetos de excepción para los cuales no suele haber un relevo, ya que ha primado más la nota y la reseña que el análisis y ello tiene un impacto en la formación de los públicos. El profesional de la comunicación no puede ser un jíbaro entre la empírea y la escritura, aunque haya quien a partir de ese punto se haya construido una excelente obra, ya que en este mundo cada vez queda menos margen para la improvisación y se necesita más de los andamiajes de la sociedad del conocimiento. El periodista retorna en estos tiempos a su labor en la construcción de sentidos, al intelectual, no ya más el reportero que quiere lanzar el primer palo informativo, pues tal éxito murió con la masividad de las redes sociales. Quien ejerce el criterio generalista, más en el campo del arte, obviará la rapidez para concentrarse en la profundidad, ya no es una bala, sino un submarino.
De ahí la emergencia de modalidades como el periodismo de datos, el que contrasta fuentes y determina casos de postverdad, el renacimiento de la investigación multidisciplinar. Todo ello cabe en el plano de la crítica de gran alcance, pero mediante las herramientas de la escritura que nos permitan ir en la cuerda floja, ni para lo académico ni hacia lo banal. Esta hibridación de contextos comunicacionales se acerca más a la realidad que la red de divisiones del trabajo que separan las diferentes carreras, que dejan que los resultados se reviertan apenas en mercancías o en objetos escondidos en gavetas de universidad. La crítica guía, pero a la vez supone un autor, una obra, un humanismo, por lo cual no se trata de un simple escribiente al que se le encarga cualquier recado, sino un sujeto que palpa la realidad en su dimensión y nos arroja al universo más profundo de las verdades meditadas.
No puede Cuba seguir con profesionales excelentes y mudos, que no publiquen sus papers, y con periodistas que tienen aún mucho que andar, pero que se niegan a moverse de la nota a resultas de una cobertura de eventos. Para que haya un humanista, solo se necesita de un sujeto, que no quiere decir persona individual, sino la construcción del pensamiento crítico a partir de la acumulación de saberes dialécticos y en estado vivo. La crítica no se queda en decir que habrá un festival de teatro, con un número determinado de obras, sino en el intríngulis del suceso, que más allá de fecha y lugar, tiene su metafísica, su realidad más allá de lo visible.
Cada época tiene su más allá, como dijera Fernando Ortiz, y no solo en lo referente a lo religioso, sino a una idealidad que mueve las pasiones humanas, lo cual implica que debemos cuidar los sentidos que abrigan en nosotros, si no queremos escenarios peores. Un arte sin crítica muere, o deriva hacia su opuesto, ya que la exégesis sostiene y pule, apuntala los meandros de un desarrollo al que conviene seguir de cerca por sus implicaciones en las raíces del pensamiento más actual. El periodismo en definitiva se define por la temporalidad de un material de interés mayoritario, pero tiempo e intereses son construcciones humanas, que a veces olvidamos como si fuesen entidades supra e inmanejables, crueles dioses de un más allá muy ajeno. La academia siempre quiso comunicarse, andar como peripatéticos por el mundo, peregrinos de un ser más entendido, menos ausente de luces. Se trata de escenarios equivalentes y puestos en las mismas miras, aunque las divisiones surjan como parte de cierta vulgarización.
Para Bolaño, la escritura no solo camina la cuerda, sino que guía al hombre y lo define, hace de él un constructor de sí mismo a la vez que de otros. De eso se trata, porque los sentidos jamás nos pertenecen individualmente sino que se lanzan al mundo, y ellos van por ahí generando a su vez otras proyecciones. Tal es la real temporalidad de las ideas, muy cercana a lo eterno. De ahí el dicho latino ars longa, vita brevis. Por eso tenemos que leer otra vez a Baudelaire, padre de la crítica moderna, quien sin embargo no abandonó jamás su papel humanista, siendo incómodo para los divisionistas que ya intentaban la mudez y la charlatanería.
Los lectores de privilegio, los críticos, deberán compartir el color de los muertos, tal como dijo el Oráculo de Delfos a Zenón, quien indagaba la forma de hacerse sabio. En ese camuflaje, el autor no llega jamás al deceso, sino que se sumerge en una tintura que es el mismo río, igual fuego, para traernos ese camino de la cuerda entre uno y otro mundo, el del ridículo y el del arte, el que desea y el que odia, Eros y Tánatos.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.