Casa de la Américas emergió de la corriente fundacional de la Revolución. Aspiró a ser, desde el principio, un puerto de confluencias. Nació, como distinguiera Mario Benedetti, siendo «un centro de difusión, de estudio y de encuentro del arte y las letras latinoamericanas, o sea, una nueva forma de lucha contra la segmentación y el desmembramiento de nuestra cultura, fomentado desde siempre por el imperialismo»[1].
Desairando las simulaciones, escritores, músicos, dramaturgos, artistas visuales, alteraron, juntos, las perspectivas dominantes. Calibán radicalizaba su conducta. Usó el lenguaje aprendido de Próspero para liberarse. Parado sobre sus pies deshizo el desencuentro acumulado. La narrativa de la historia del subcontinente se insertó a toda velocidad en el proceso reflexivo que a escala planetaria estremeció el universo cultural de los 60. Progresivamente se corregía el carácter utilitario y didáctico que tantas veces tipificó a las construcciones culturales en medio de una convulsión social. Extemporánea, la idea del arte, per se, cambiando realidades se fue disipando para abrir paso a la colaboración directa de los creadores.
En efecto, Haydée Santamaría vertebró un importantísimo reagrupamiento intelectual. Casa en sus primeras décadas de existencia desempeñó un papel decisivo en el cruzamiento de factores divergentes. Ayudó a superar el cerco diplomático. Vencida la incomunicación, una poética latinoamericana entraba en fase de universalización. Un discurso público, portador de un carácter confrontacional y esclarecedor, vehículo de elevadísimos resortes movilizadores. Sobre las fraudulentas ruinas de una entidad como la Sociedad Colombina Panamericana se refundó en la práctica la noción de martianidad.
Borroso todavía, se delineó un ejercicio de interpelación al complejo y articulado escalafón de significaciones provenientes de la condición colonial y del subdesarrollo. Casa ayudó a reconocernos en el espejo del Tercer Mundo. Por otra parte, reclamó el diálogo con los incomprendidos de cualquier latitud, incluyendo, claro está, los del espacio nacional que a inicios de los 70 empezaba a bifurcarse.
Con limitados recursos modificó los lenguajes creativos. Su mapa estético ubicó un prisma electivo, heterodoxo por definición. Al territorio polémico de la hegemonía revolucionaria, incorporó la reflexión sobre los imaginarios populares y los deberes del intelectual. Acortó la brecha entre los entornos académicos y los populares. Defendió una perspectiva antropológica, etnológica y sociológica en sus investigaciones. Su resultado mayor, en medio de un mayúsculo conjunto de problemas y circunstancias variables, fue la edificación de un proyecto tan dinámico que pudo politizarse sin nunca renunciar a ser un enclave cultural.
Casa de las Américas acompañó el ruedo formativo de la Revolución. Realidad y fantasía experimentaron cohabitar. Colocó una ruta para superar la rudimentaria percepción del llamado realismo socialista. Riñó con el dogma tropical, y los ejercicios de poder que de él se desprendían. Previno la trasformación del ambiente y logró colocar representaciones renovadas del pasado, el presente y el futuro, que demostraron su utilidad llegado el instante de sustituir el gris por otra coloración. Dicho de otra forma y en mayor escala, separó hasta hoy en términos culturales el verdadero socialismo del que no lo es.
El aniversario 60 de Casa se precipita ahora sobre nuestra memoria colectiva. Desafiada por los embates del tiempo ha tenido que solucionar siempre a su favor la paradoja entre el mar y la montaña. Como un acto de respeto, cientos de jóvenes tomamos sus inmediaciones el pasado viernes junto a Silvio para homenajearla. No éramos tantos como en otras oportunidades. En el diverso público, sin embargo, más de una generación pudo distinguirse emocionada.
No basta solo con rescatar la historia. Roberto Fernández Retamar incitó a recordar el porvenir. En un extraordinario mensaje puso énfasis en los tiempos que se anuncian. Enfocó el tránsito generacional, pero también el contrapunto entre lo movilizativo, lo temático, lo orgánico y lo circunstancial.
Se precisa mirar hacia dentro, evaluar el comportamiento y la composición actual del gremio. Negociar soluciones de consenso. Plantearse líneas estratégicas que conduzcan a un análisis total del comportamiento social, y por ende cultural, de los pueblos a los que nos debemos. Rehacerse continuamente para seguir congregando, más allá de los aspectos artístico-literarios, las lealtades de una familia de creadores dispersa y distante, construyendo un camino de confianza.
Casa ha sido, de todas formas, ese puente. Su gran desafío, cuando entra en la adultez, es ayudar a establecer luces y encontrar otras plataformas para dialogar. Devenir en factor decisivo para la conformación del ejercicio de la práctica de la política cultural. Poner al descubierto las diferencias que marginan. Intentar mediante el debate y la investigación encontrar poco a poco la ruta hacia el reconocimiento de la verdad. Aferrarse a la idea de que por sus logros y fuerzas acumuladas, hay que colocar el pasamiento social a la altura de las revoluciones o no podremos avanzar. Ayudar a que afrontemos los grandes desafíos de la época, descifremos las claves y aprendamos, en términos concretos, a tomar el pulso de la realidad.
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