A mí, la carne rusa, me suena a algo desconocido. Ignoro cómo sabe, cómo huele, cómo se ve. Sin embargo, cuando pienso en ella casi recuerdo los tiempos en que todo costaba muy poco y ningún producto desaparecía del mercado nacional.
Personas mayores que yo se han encargado de trasmitirme recuerdos que no son míos. Tanto me han hablado de la carne, de las cervezas, de los dulces a precios irrisorios que, a veces, pienso que yo también viví antes de los 90. Carne rusa me espetó en la cara que, definitivamente, yo no estuve allí.
Esta obra, con texto y puesta en escena de Alejandro Palomino y Vital teatro, se presenta en el Bertolt Bretch en los horarios habituales. El trabajo asume el reto de un tema largamente abordado en el cine, la televisión, la literatura e, incluso, el teatro: la emigración.
Jesús, el personaje central, evade el sentimentalismo y las justificaciones en la narración de su historia. Las palabras lo asaltan, lo llevan a rastras por caminos que no se había planteado, lo conducen a un reencuentro con su yo, su mundo, sus emociones.
Jesús sencillamente recuerda, y las memorias, casi tanto como los sueños, se mezclan unas con otras y, en su entramado, explican los porqués que el personaje no se plantea. Él tan solo nos cuenta y a nosotros nos queda interpretar la ansiedad que lo acompaña.
Nos ha narrado su historia, sus decisiones, sus reacciones, sus motivos, su vida y la de sus amigos. Si se ha detenido a pensar bien las cosas, si desenredó el asunto una y mil veces, si motivos trascendentales lo avasallaron en algún momento, eso no nos lo cuenta. Ahí están los hechos: sírvase usted mismo.
Carne rusa nos habla de una época que por distinta se nos ha hecho lejana. La melancolía y las recriminaciones tampoco deben sorprendernos, pues conforman ese pasado que Jesús nos relata. Esta obra no es un ensayo, no rebusca, no critica, sino rememora y como tal debe entenderse.
Kelvyn Espinosa es el encargado de mostrarnos a Jesús y lo hace sin exageraciones ni mediocridad. A él se deben la emoción, la comprensión, el hilo de la historia, pues lejos de ser Kevyn, en esa hora y media, se ha convertido en Jesús.
La lata de carne rusa es tan solo el pretexto, el inicio, el gancho. Sin embargo, cumple el objetivo; y lo hace despertándonos, a unos, la ilusión de lo insospechado y a otros, el recuento de lo pretérito. Lo peor es que casi todos sabemos lo que siente Jesús, a casi todos nos ha agriado algún recuerdo, algún olor, alguna fantasía. Si a algún espectador no lo atrapa la historia que nos cuenta Alejandro Palomino, no se preocupe, lo hará su propia memoria.
Fernando Quiñones desde FB
11/2/14 9:36
Lo rica que es la MaLing.
Beatriz
10/2/14 13:02
Tema controvertido, muchas veces tratado; sin embargo, valen las miles de interpretaciones, cada una tiene su arte, su magia. Sin dudas, asistiré a ver la obra pues sigue siendo el teatro una de las artes que más disfruto.
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