A los pocos segundos ya tenía conquistado a todo el auditorio y rápidamente se sucederían risas, una y otra vez. Al evocar a Antonio Núñez Jiménez, en el evento “En canoa hacia una cultura de la naturaleza”, con motivo del 30 aniversario de la llegada a la bahía de La Habana de la expedición “En canoa del Amazonas al Caribe”, Abel Prieto se adentra con su humor característico en otras zonas de nuestra historia reciente. Esas reflexiones paralelas sobre distintos temas, incluido el periodo especial, le dan un valor adicional a sus palabras, en las que es difícil no esté presente Fidel, como referente permanente.
Abel, en sus múltiples años ejerciendo responsabilidades en distintas instancias del Ministerio de Cultura y en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), compartió disímiles vivencias con Núñez, a quien admiraba. Al recordarlas también nos regala anécdotas sobre sus propias exploraciones en las cuevas —a pesar de considerarse a sí mismo como una persona muy sedentaria— y la historia del yeti pinareño. En más de una ocasión se hizo visible el orgullo por su tierra natal. Al finalizar la intervención, Ángel Graña, compañero de Núñez de muchos años y actual vicepresidente de la fundación que lleva su nombre, le agradeció sus palabras, esa etapa de explorador y le recordó que él también era pinareño. Ambos se abrazaron.
Gracias Lilo (Liliana Núñez Velis, hija de Antonio Núñez Jiménez y presidenta de la Fundación “Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre”), gracias por invitarme y un abrazo a todos los amigos, compañeros y compañeras que están acá. Yo, escuchando las ponencias de hoy y escuchando a los distintos compañeros, me doy cuenta de que son personas que estuvieron en la expedición, o que estuvieron muy cerca de Núñez, o que fueron alumnos directos de Núñez, o que comparten el tipo de inquietudes científicas de Núñez Jiménez; y yo realmente lo que le decía a Liliana era que lo que yo podía hacer aquí era contar algunos recuerdos, alguna remembranza de la relación que tuve con Antonio Núñez Jiménez en distintos momentos de mi vida.
Y de pronto me he encontrado aquí con personas que estuvieron conmigo en un grupo espeleológico… Está Enrique Rodríguez-Loeche por ahí, mi hermano del pre de Marianao, estuvo conmigo en un grupo espeleológico. Yo, increíblemente, estuve en un grupo espeleológico, es decir, mi deporte era el ajedrez, el tipo más sedente, menos aventurero de mi generación; sin embargo, estuve en un grupo espeleológico. Pero encontré también a Gotera, de la Isla de la Juventud, otros compañeros de distintas etapas de mi vida de estudiante que están acá y me dio mucha alegría eso.
Núñez Jiménez en Viñales, uno de los sitios que más exploró (Foto: Cortesía del autor).
Núñez Jiménez durante sus exploraciones al pico Suecia en la Sierra Maestra (Foto: Cortesía del autor).
El capitán Antonio Núñez Jiménez en el puesto de mando de la Columna 8, a las órdenes del Che, durante la toma de Santa Clara (Foto: Cortesía del autor).
Hice unas notas anoche, que las voy a comentar con ustedes. Yo, por supuesto, como la gente de mi generación, supe de Núñez Jiménez cuando ya era una verdadera leyenda, ya era una especie de enciclopedista, geógrafo, investigador, arqueólogo, guerrillero, director del INRA, después redactor de la Primera Ley de Reforma Agraria, alguien muy cerca de Fidel, alguien del entorno más íntimo de Fidel.
Durante la firma de documentos relacionados con la Primera Ley de Reforma Agraria (Foto: Cortesía del autor).
Para los cubanos de mi generación, Núñez era un apersona muy conocida, muy admirada, yo había estudiado —lo decía el compañero de Camagüey que ahora no recuerdo su nombre, Alexis— por la Geografía de Cuba, creo que todos estudiamos por la Geografía de Cuba, que era más que una geografía, algo que se dio cuenta la tiranía de Batista y por eso la quemaron, es decir, era una geografía que entraba en temas de carácter social, asociados a la miseria, a la desnutrición, al desamparo del campesinado cubano y por eso la quemaron. No la quemaron porque dijera algo incorrecto geográficamente, sino porque lo que decía era un llamado a entender a Cuba no solo como archipiélago, con todos sus accidentes geográficos, la composición de sus minerales, todo ese tipo de cosas… sino porque había ahí una mirada sobre la inequidad, la explotación, la miseria.
Núñez junto a Fidel en el INRA, desde donde se adoptaban importantes decisiones para transformar la realidad plasmada en su libro Geografía de Cuba (Foto: Cortesía del autor).
Acompañando a Fidel en sus recorridos por todo el país, hechos narrados en su libro En marcha con Fidel (Foto: Cortesía del autor).
No vi a Rosario Esteva, no sé si vino, porque ella fue la editora de Núñez por mucho tiempo. Cuando yo estuve en Letras Cubanas me llegaron los primeros tomos de la gran enciclopedia Cuba, La Naturaleza y El Hombre. Me llegaron también quizás los dos primeros tomos de En Marcha con Fidel, ese libro revela la pasión de Núñez por dejar un testimonio minucioso de la historia de la Revolución, sobre todo de esos primeros años cuando Fidel empleaba las 24 horas del día en transformar el país y cuando usó el INRA como una especie de puesto de mando, vamos a decir así, para todas las transformaciones, y ahí estaba el capitán Antonio Núñez Jiménez.
Con Fidel, Raúl y Vilma en una reunión de trabajo (Foto: Cortesía del autor).
Yo recuerdo todavía con cierta angustia —anoche me puse a pensar en eso— las batallas campales con la poligrafía, con las imprentas. No sé si hay alguien aquí de las imprentas de esa época, que me perdonen; pero realmente era terrible, porque Núñez no pensaba en un libro, sino pensaba en colecciones. A mí me espantaba cada vez que —además era un encanto porque nos invitaba, conversábamos, era un conversador extraordinario, un hombre campechano, siempre, afable, siempre optimista, siempre abierto— de pronto te hablaba de una colección completa y tú decías: ¿cómo hacemos? Él hasta le ponía fecha a eso. Yo trataba incluso de desanimarlo: “Eso va a ser dificilísimo Núñez, la carga poligráfica”...
Radamés Giro tenía un libro sobre el calesero, que estuvo como 17 años en la imprenta, y cada cierto tiempo había que sacarlo de la imprenta porque la goma que se usaba —bueno no es la tecnología de ahora—, la goma que usaban los diseñadores para las ilustraciones se echaba a perder y se estropeaba (...). Yo siempre le decía a Radamés: “Ya tú tienes en tu karma una muerte, que eso es terrible”; pero Núñez no me escuchaba en ese momento o me escuchaba con una confianza en que yo no entendía que él iba a vencer el imposible. Esa idea de Cintio, que los cubanos tenemos siempre por delante el imposible… para Núñez no existía el imposible, tenía una voluntad, una fe y una certeza en que las cosas iban a salir bien que era envidiable, él sonreía con esa fe tremenda y uno terminaba confiando.
¿Él no vio este libro?, ¿no? La primera edición no la vio… ¿La primera edición cubana él la pudo ver? No la pudo ver (le responden que no, que pudo ver la edición que se hizo en Ecuador). Además, él quería que los libros fueran bellos como objetos, algo realmente admirable y lógico; pero que en las condiciones en que trabajábamos nosotros, en Letras Cubanas, en Arte y Literatura, era muy difícil lograr determinado tipo de papel, era muy difícil, él quería que los libros tuvieran su solapa, cómo le llaman, el jaquet, ¿no? Tuvieran su jaquet, él quería que el libro fuera acariciable, hermoso visualmente, con ilustraciones a color, como este libro que me regaló Maikel, él soñaba con estos libros.
Explorando la cueva Juanelo Piedra (Foto: Cortesía del autor).
Y realmente, me acuerdo que Rosario, yo no me acuerdo quien era el diseñador, si era Rubido, no me acuerdo quién era el diseñador (le dicen que Medina). Ah, Roberto Medina, exactamente, que no sé qué se habrá hecho de él, era el diseñador de los libros de Núñez, y teníamos largas reuniones con él, que siempre eran muy gratas. Núñez, incluso, aunque veía que se retrasaban los procesos, él no se impacientaba, él no se irritaba (le comenta Liliana, hija de Núñez, que tuvo suerte). Tal vez tuve suerte, nunca vi a Núñez colérico, no me lo imaginaba colérico, no me lo imaginaba con una explosión de ira ni mucho menos.
Y de esa fe de Núñez, inconmovible realmente en sus proyectos, habla García Márquez, su gran amigo, en el prólogo a En canoa del Amazonas al Caribe. García Márquez dice que Núñez llegaba con su guayabera bordada, su barba, sus maneras de caballero, se sentaba en una mecedora, en su sillón, le decimos en Cuba, bueno en Pinar del Río le dicen un sillón. ¿Cómo le dicen en Baracoa, Hartmann, sillón? Balance en oriente, si pero balance en mi caso balance son las asambleas esas del Ministerio de Cultura donde se dan las estadísticas, para mí un sillón es un sillón, y yo la mejor manera de pensar en ese balanceo, no ministerial, sino en ese balanceo del sillón, esa oscilación, que no sé si a Núñez le gustaban tanto los sillones. ¿Le gustaban? (Le responden que sí).
Núñez conversando con García Márquez y Raúl Castro (Foto: Cortesía del autor).
Es muy linda la evocación de García Márquez de Núñez contando el viaje que iba a hacer, en su mecedora, como dice él, en la casa de Gabo aquí en La Habana. Él dice que Núñez llegaba, interrumpía cualquier conversación y se ponía suavemente a explicar el viaje que iba a hacer y él elabora una teoría muy propia de un gran narrador como Gabo, de que realmente el viaje más riesgoso era ese viaje imaginado, ese viaje que Núñez diseñaba en su imaginación y que después todo en la realidad salió mucho más fácil de lo que él había pensado.
Yo recuerdo que en el peor momento del período especial, cuando se crea la Fundación de la Naturaleza y el Hombre, que fue en los años 90, temprano, 94, Núñez me invitó a ver las instalaciones de la Fundación. Eran los momentos —lo recordarán los cubanos muy bien— en que prácticamente había muy pocas horas de electricidad. El transporte urbano había colapsado totalmente, la gente andaba en bicicleta, todo el mundo bajó de peso, fue una etapa muy saludable, todo el mundo bajó de peso, a la gente se le creó un rictus, como no comían grasa y solo había un pan diario por familia, a la gente se le creó un rictus. Estando yo en la UNEAC, hice unas asambleas por provincias, y personas que hacía rato yo no veía, le encontraba una sonrisa rara y era que estaban chupados por la inanición; pero felices de estar en aquellas asambleas de la UNEAC.
Núñez me invitó —tú eras muy jovencita Liliana— a las instalaciones de la Fundación y él había colocado su mesa de trabajo detrás de un ventanal; pero lo había hecho minuciosamente para aprovechar las horas del sol, las horas diurnas al tope, al máximo. Él había hecho un estudio ahí, con un optimismo. Yo decía, coño, yo que llegué arrastrándome, porque yo andaba con una depresión, yo reptaba. Beatriz (se refiere a la Dra. Beatriz Marcheco Teruel, directora del Centro Nacional de Genética Médica), eso no sé cómo saldría en mi genética. Yo andaba en una especie de depresión reptante y me encontraba a aquel hombre extraordinario, con tantos proyectos, con tantos sueños, con tantos libros, investigaciones por realizar, que estaba buscando el ángulo, el lugar exacto donde el sol pudiera ayudarlo a seguir trabajando en horas de apagón, que eran todas, con mínimas excepciones.
Ustedes se acordarán, los cubanos sobre todo, los amigos de afuera que estuvieron en esa época también se acordarán; pero si no estuvieron es muy difícil imaginarlo porque realmente es difícil imaginarlo. Fueron años muy, muy, muy duros, muy amargos, muy difíciles; pero él mantenía esa sonrisa imperturbable, esos modales de caballero, como dice García Márquez, a pesar del derrumbe aquel, que nos habíamos quedado solos en el mundo, el derrumbe del llamado socialismo real, a pesar del recrudecimiento de la hostilidad y el bloqueo de los yanquis, de la escasez de todo, todo escaseaba, todo, todo, todo, absolutamente. Él mantenía su sonrisa, su voluntad de seguir trabajando, contra viento y marea… y era un optimismo que resultaba contagioso.
Yo recuerdo que salí de esa visita a Núñez Jiménez mucho mejor de ánimo que como había llegado. En aquellos años 90, estábamos en la UNEAC, ¿tú te acuerdas Gelmo? Aquellos años que no se hacían ni chistes, ni chistes se hacían —cuando no se hacen chistes es peligrosísima la situación—, no se hacían ni chistes. Yo tomaba un ron que era el que daban en el Hurón Azul, que era Bocoy —yo no estoy seguro si era Bocoy legítimo o si era resultado de un alambique que tenían allí—, lo teníamos que dar por tiques. Una vez le dedicamos una reunión en el secretariado. La pobre Graciela… Graciela, Miguel, Enrique Núñez discutimos una mañana entera sobre qué hacíamos para el ron, porque la idea era crear un café literario, que la gente hablara como Verlaine, como la bruja verde, sobre todo aquello… los decadentes franceses; que la gente hablara en torno a un vaso de ron de la literatura y eso….. Pero los tipos se tomaban el ron a una velocidad tremenda y a los diez minutos de abierto el Hurón Azul —que se llama así el bar nuestro, en homenaje a Carlos Enríquez— se había acabado y entonces inventamos unos tiques, que fue el resultado de una reunión casi teológica que tuvimos en el Secretariado de la UNEAC, y entonces los borrachos, que nunca se habían levantado tan temprano, amanecían en las asociaciones para coger los tiques, algunos los revendían, era una guerra… Es decir, la idea de crear una atmosfera literaria, de intercambio inteligente, culto, todo eso era una utopía; pero bueno. Todo tenía una sombra encima, muchos de nosotros estábamos dispuestos a morirnos; pero muchos de nosotros no sabíamos si podíamos salir del hueco aquel, hay que decir la verdad, ese es uno de los grandes momentos, de las grandes epopeyas de este pueblo, era muy incierto el futuro nuestro en aquella situación.
Yo me acordé cuando leía Expedición en Canoa del Amazonas al Caribe” que la idea nace en torno a un encuentro por el quinto centenario del llamado descubrimiento, y yo me acuerdo cuando en el 92 fue la Cumbre Iberoamericana del Quinto Centenario que acorralaron allí a Fidel, sobre la idea de que había llegado el gran momento en que el mercado iba a solucionarlo todo, el mercado traía la libertad, traía la emancipación, el Estado no tenía que meterse en nada y Fidel dijo allí en España todo lo que iba a pasar, esto que estamos viendo.
Núñez Jiménez en una canoa en su travesía por el Amazonas (Foto: Cortesía del autor).
Hoy vi por la mañana temprano en TeleSur que hay otro barco de inmigrantes, no sé cuántos niños, mujeres embarazadas, gente desamparada… que ahora no tienen donde desembarcar. Acaba de ocurrir la tragedia anterior, que finalmente creo que desembarcaron en España, los 600 y pico de inmigrantes. Y ahora hoy por la mañana había otro, otro barco de inmigrantes. Claro la gente está pensando en el fútbol, es decir, no es tiempo de pensar en migrantes, hoy esas tragedias están en un segundo término. Y Fidel dijo todo eso, yo recuerdo que Fidel dijo: libre flujo de capitales sí, pero libre flujo de personas. Eso Fidel lo dijo y fue como una sentencia aplastante. Estoy de acuerdo con el libre flujo de capitales si hay un libre flujo de personas, es decir que la gente vaya donde van los capitales, que es donde está el trabajo, donde están las oportunidades de vivir dignamente, donde está la oportunidad de tener una opción de supervivencia.
La manera de ser de Núñez era verdaderamente muy seductora, un encanto de persona, un conversador extraordinario, tenía el don de los grandes conversadores. Tú podías conversar interminablemente con Núñez sin jamás sentirte aburrido en lo absoluto, él tenía ese don, y yo recuerdo, se lo decía a Enrique, que yo le conté una vez esta historia de que yo fui con un grupo de espeleología del pre de Marianao a unas cuevas, fuimos a la cueva de los murciélagos, a una que se llama Amistad —que creo que la había descubierto una expedición cubano-polaca—, otra a la cueva de los murciélagos y lo que más me motivó fue que —me engañaron, por supuesto, yo era de una ingenuidad, todavía lo sigo siendo, pero en ese momento… conmovedora— me dijeron que había un yeti pinareño, que es verdad que existe la leyenda del yeti pinareño, incluso, está en el diccionario de mitología cubana. Yo no sé Enrique si tú te creíste ese cuento, yo sí me lo creí, también yo soy pinareño, un pinareño absolutamente apasionado y me encantaba la idea de que Pinar del Río tuviera un yeti, y fuimos a buscar ese yeti pinareño, que después leí en no sé dónde que algunos hacendados tenían antes de la Revolución pequeños zoológicos privados, con zorros, con algunos animales, no propiamente de la fauna cubana, que habían importado y que cuando se fueron del país soltaron esos animales que empezaron a mutar y a convertirse en criaturas indescifrables, y se dice que el yeti pinareño nació de un animal de esos escapados; pero bueno, a mí me encantaba la idea esa.
Una vez se lo conté a Feijóo y lo sacó en Signos, lo del yeti pinareño, y yo le conté eso a Núñez, le llamó mucho la atención que yo hubiera ido con un grupo espeleológico. Le hablé del profesor de Geografía que era el guía del grupo, él no tenía muy buen criterio de ese profesor. Núñez tampoco era alguien que hablara mal de otros, esa cosa que se da mucho en el medio nuestro, que la gente son un poco… hay un cierto canibalismo en los gremios. Él no tenía nada que ver con eso. Pero quizás por eso, y hoy Graña lo recordó, ¿Graña está ahí? (Graña responde que sí). Porque yo anoche estaba buscando lo que leí aquel día en la cueva donde presenté el libro, porque yo sé que eso está publicado en algún lugar —y es la cueva de la Candela, me lo recordaba ahora Graña—; y yo me acuerdo que basé la presentación en una comparación, un poquito entre broma y en serio, entre la propaganda turística típica, que siempre dice que Cuba es alegre como su sol, que Cuba es un eterno verano, que es una propaganda siempre diurna, de playas, el mar, el sol resplandeciente… y de pronto ese reverso de Cuba que nos estaba mostrando Núñez, y yo hice una broma en ese texto —que no la recuerdo ahora— que a Núñez le gustó, entre la propaganda turística y ese reverso oscuro, ese reverso oculto, ese reverso que es tan deslumbrante como el otro y que sin dudas Núñez era uno de los pocos cubanos que conocía el anverso y el reverso de la isla. y recordaba que Martí dijo: “Dos patrias tengo yo, Cuba o la noche” y dice: “o son una las dos”. Si había un cubano que conocía el anverso diurno, solar, de la Cuba turística tradicional, y también conocía el reverso misterioso de la Cuba nocturna, de las cuevas, era Núñez Jiménez.
Núñez explorando el río Toa en 1997 (Foto: Cortesía del autor).
Yo recuerdo un compañero —creo que el compañero de Perú, habló de los distintos hallazgos arqueológicos, ¿fue el compañero del Perú? Sí—, un compañero que habló del hallazgo en Camagüey del Dios Murciélago. Yo me acuerdo que yo leí una cosa de Núñez sobre el Dios Murciélago de los arahuacos, de un Dios Murciélago, las alas miden no sé cuánto y una pieza de arcilla también, eso yo lo metí en la novela mía El vuelo del gato y encontré creo que en José Juan Arrón, que al Dios ese le dicen Maquetaurie Guayaba. Me perdonan la pronunciación, yo no sé arahuaco; pero el murciélago ese era el murciélago que se alimentaba de guayaba. ¿Graña no habías oído el Maquetaurie ese? Bueno, yo me leí el libro de Gilberto Silva Taboada, ese de los murciélagos. ¿Él está aquí? Sería un misterio que estuviera aquí también porque me apasionó ese libro, a mí me encanta el murciélago y, bueno, menos Batman. Ahora a mí me influyó Núñez, en ese dios que yo meto en ese texto, que escribí en esa novela.
Yo creo que él era un científico, sin ninguna duda, pero era también un poeta que amaba las señales. Hoy Graña hablaba de que él se asomó, vio el número 11, recordó que ahí había vivido el propio Núñez, todo eso son señales. Yo creo en el espiritismo marxista, ustedes lo deben saber, estoy promoviéndolo, incluso Eusebio pasó por el cementerio Pere-Lachaise y me trajo unas flores secas de la tumba de Allán Kardec, que es la tumba que tiene más flores de Pere-Lachaise, donde están Jim Morisson, está Oscar Wilde, allí hay un montón de gente, Miguel Ángel Asturias…; pero la que tiene más flores —hay una viejita ahí que la cuida— es la tumba de Allán Kardec, por algo lo será. Tampoco quiero hacer propaganda espiritista aquí, no es el lugar; pero sí, a él le interesaban las señales, los símbolos… en ese sentido era un poeta, así yo interpreto que él le haya pedido a Guayasamín el estandarte de la expedición porque es bellísimo, aquí está, ese pájaro multicolor, montado en una canoa estilizada, que apunta hacia la utopía con el pico, eso es poesía y Núñez lo incorpora, o sea, él era un científico como sabemos bien, no de gabinete, como explicaron varios de los compañeros que intervinieron; pero tampoco de una ortodoxia, vamos a ver, era un hombre de la cultura y también del arte, y su amistad con Guayasamín era extraordinaria.
Núñez mantuvo una gran amistad con Guayasamín y contribuyó a la amistad de Fidel con el pintor ecuatoriano (Foto: Cortesía del autor).
Guayasamín hizo creo que más de un retrato de Núñez, que están entre los mejores retratos de Osvaldo. Yo creo que fue Núñez quien le acercó Osvaldo a Fidel, seguramente, que fueron después muy amigos también, el hecho de que él haya usado a Osvaldo, mestizo de indio, para que hiciera el estandarte, tiene mucho que ver con la orientación descolonizadora, anticolonial de la expedición “Del Amazonas al Caribe”.
Un día descubrí —no me acuerdo cuando— que compartíamos una admiración similar, —claro, él desde el conocimiento, yo desde una intuición superficial— por Tranquilino Sandalio de Noda, el gran sabio pinareño. Núñez me dijo que él tenía las obras completas de Tranquilino digitalizadas. ¿Es así? Habrá que hacer algo con eso porque ese es un gran desconocido porque es pinareño, bueno ahora por la división es artemiseño; pero bueno, no voy a discutir eso, sigue siendo pinareño Tranquilino, hasta Cirilo Villaverde es artemiseño ahora, el de Excursión a Vuelta Abajo. Una cosa es la división, vamos a decir desde el punto de vista administrativo, y otra cosa son las regiones culturales.
Ahora, Tranquilino Sandalio de Noda descubrió los peces ciegos del Cuyaguateje, son cosas tremendas, aparte de ser agrimensor, matemático… era un Desiderio del siglo XIX; hablaba hebreo, hablaba no sé cuántos idiomas, traducía, era poeta, era periodista y es un gran desconocido, quizás entre ustedes no, porque están en el mundo de la ciencias; pero yo he preguntado en centros científicos, donde me han invitado, si lo conocen. ¿Tú lo conoces Beatriz, a Tranquilino? Mírame a los ojos. Pero mucha gente no lo conoce, se ríen del nombre, Sandalio, parece de Vivir del Cuento, creen que es un personaje de estos humorísticos y es un tipo increíble, un enciclopedista, autodidacta, además, y Núñez lo admiraba enormemente.
Y recuerdo un día, una mañana, Lilo, una mañana que yo iba a ver a Chela, yo estaba creo que en el Marinello, quien sabe dónde estaba yo o en la Dirección de Literatura, yo iba a ver a Chela, iba por el pasillo y Núñez tenía a la izquierda su oficina, a la izquierda del pasillo central, como viceministro, la primera a la izquierda, y yo iba entrando por ahí con el apuro con que uno anda a ver a Chela en aquel momento. Chela, bueno, Chela siempre ha sido Chela; era una mujer admirable; pero a veces bajo la tensión del trabajo, a veces Chela tenía malas pulgas, yo tenía que entrarle con una diplomacia para explicarle que me hacía falta un ventilador para el centro Marinello. Todo eso porque un día le traté de hablar a Hart del ventilador y me expulsó de su oficina, porque a Hart tú si no podías traerle ese tipo de temas: vete a ver a Chela… y fui para allá, y Chela por suerte me consiguió un Órbita 5, de última generación.
Ahora, iba yo a ver a Chela con la cabeza así que parecía un torbellino y Núñez se asoma con una sonrisa traviesa y me dice: “Tienes que ver esto”. Y de pronto me detengo, entro. ¿Qué le iba a decir yo a Núñez, que respetaba y quería tanto? Y es verdad que tenía que ver aquello. De pronto cuando entré en la oficina de Núñez el tiempo se detuvo —él tenía otra noción del tiempo, no era el apurillo este, la locura esta, la carrera hacia la muerte, hacia el infarto que llevamos todos, era otro tempo— y me puso un video de la Antártida, de él en la Antártida, él metido en una bruma, fíjate que a mí me dio coriza, me dio escalofrío, yo soy muy friolento, unos pingüinos, una especie de bruma blanco-azul, témpano. Cuando le pregunté la temperatura que hacía, me dijo una temperatura bajo cero que no la puedo repetir, me llegó a los tuétanos; pero fue como una especie de extraña pausa fresca, yo diría helada en medio de la agitación que yo traía, y él estaba feliz. Él te enseñaba eso como un muchacho, él estaba tan contento, es como si en su lucha contra lo desconocido, él hubiera dado un paso más, ya él había estado en el polo norte diez años atrás, ahora había estado en la Antártida.
Son esos chispazos que a uno le quedan, no, eso es tremendo. Núñez realmente no era previsible, era verdaderamente imprevisible y al mismo tiempo no tenía fronteras ni límites su curiosidad. Rilke, decía el gran poeta, Rainer Maria Rilke, decía que la verdadera patria es la infancia, y Núñez nunca abandonó esa especie de curiosidad del niño que descubre su entorno, esa especie de hermosa, bella curiosidad, él nunca se dejó envejecer. A mí Lupe me contó, Lilo, que estando en las últimas horas, estaba haciendo planes, es decir, Núñez no permitió ni que la edad, ni que la enfermedad, le mataran esa voluntad de conocer, de aprender, de investigar, de crear, de escribir.
A mí me gustó mucho el texto que releí ayer en que Núñez habla de cómo esta expedición se inició con un homenaje a los indios exterminados por los conquistadores y su oposición a las caricaturas que se hacen de las regiones del Amazonas, del Orinoco, que están divulgadas por documentales, por libros de aventuras, que en su mayor parte reflejan esas enormes cuencas solo por medio de pirañas, anacondas e indios folklóricos emplumados. Es decir, hay una oposición, él habla con los distintos grupos étnicos, él se comunica con esas personas. Como él dice, no fuimos agredidos, no nos mordió ninguna serpiente venenosa, los mosquitos nos molestaron muy poco y ningún indio tuvo un gesto de hostilidad hacia nosotros, porque él dice, sabían distinguir entre el conquistador, entre el colonizador y el que viene a cercarse con amistad y con solidaridad desde otras tierras.
El Amazonas, dice Núñez, ha sido mitificado y es necesario exponer las realidades de sus poblados, nuevas ciudades, luchas sociales, abuso y exterminio de los indios… denunciar la destrucción ecológica del gran ecosistema, acción vandálica que puede convertir el llamado infierno verde en un posible desierto rojo. Al acercarnos al quinto centenario de la irrupción de los europeos en estas tierras, levantemos el estandarte de la esperanza militante, como Martí, creemos ahora con más firmeza que hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar bien la América.
Este proyecto es una conmemoración de aquel encontronazo —porque alguna gente decía encuentro de dos culturas, de no sé qué—, de aquel genocidio, porque fue un genocidio desde una posición abiertamente anticolonial, revolucionaria, con los pobres de la tierra, desde el ángulo desde el punto de vista de los pobres de la tierra y cuando él llega a la punta más occidental de la hija de Chacachacare —que tuve que buscar en Wikipedia—, que está en Trinidad y Tobago (le dicen que está en tierras venezolanas). Bueno, Wikipedia está atrasada, la que yo tengo. Yo sabía que yo iba a cometer algún error Liliana, yo estaba seguro de eso, pero no sabía que me iban a descubrir tan rápido, pero, bueno. Graña perdóname esa, lo voy a rectificar. Él dice la proa —es muy, muy hermoso, muy emotivo—, la proa… hay como un clima de emotividad en ese momento… la proa de la canoa Simón Bolívar avanza y sube una hermosa playa de arenas negras con cantos rodados de brillantes cuarzos y esquistos negros, embargados por la emoción, desembarcamos y pone ahora entre signos de admiración: “¡Hemos puesto nuestros pies en la primera isla del Caribe, tras haber dejado atrás la América del Sur! Se cumplen así los objetivos fundamentales de nuestra expedición, la reedición de cómo pudo haber sido el viaje de los indios de las cuencas del Amazonas y el Orinoco al mar Caribe y dar un paso hacia la unidad de los pueblos de América Latina por la vía de la ciencia y de la cultura”.
Y yo me acordé —salvando las distancias, por supuesto, entre una circunstancia y la otra— de aquella frase tremenda de Martí cuando en playita de Cajobabo, al pisar tierra cubana, dice: “¡Dicha grande!”. Es un momento de esa emotividad expansiva, no tan frecuente en Martí, que se da también en este gran hombre nuestro, Núñez, cuando ve que los objetivos de aquella expedición se han cumplido.
Termino felicitando a Liliana, a su equipo, a todos a los que han ayudado a este evento, es muy importante no dejar pasar estos aniversarios, las efemérides no sirven para nada si no es para efectivamente recordar la obra de figuras como la de Núñez y hacerlas nuestras para releerlo, para regresar a él. Eso es para lo único que sirven las efemérides, lo demás es retórica y cosas absolutamente efímeras. Yo creo que lo que ustedes han hecho es como debe ser, y me di cuenta —aunque solo pude estar un rato por la mañana—, que han venido personas y se han metido muy a fondo en este tema, en lo que significa la obra de Núñez, como profesor —también lo decía el compañero de Camagüey— y como investigador, como creador… Y bueno, un abrazo, gracias.
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