sábado, 29 de junio de 2024

La mallorquina y el rabo del cometa

Desde los albores de los tiempos, los cometas que surcaban el firmamento impresionaron hasta lo indecible al ser humano...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 25/05/2014
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Cometa
En la antigüedad griega, Aristóteles dictaminó que los cometas eran emanaciones singulares.

Desde los albores de los tiempos, en la noche prehistórica, los cometas que surcaban el firmamento con su cabellera espectral impresionaron hasta lo indecible al ser humano.

Pero todo tiene sus excepciones, y en La Habana de 1843 —hacia donde hoy movemos nuestras libérrimas coordenadas— todo el posible terror se diluyó en una guarachita que narraba la cosa tremenda que La Mallorquina perpetró sobre su marido mujeriego.

ASTROS CON HISTORIA

Sí, desde que la humanidad era niña los cometas, entonces imprevisibles visitantes del espacio, fueron considerados como mágicos portentos.

En el año 1066, durante la aparición del cometa después llamado Halley, se dijo que este cuerpo celeste guiaba en su campaña a. Guillermo, el Conquistador

En 1456, el mismo cometa apareció a los ojos de los cristianos como un alfanje y, a los de los turcos, como una cruz. Ambos contendientes, por tanto, lo interpretaron aciagamente.

En Rusia, el paso de un cometa coincidió con la muerte de Iván, el Terrible, y hubo quien afirmó que el astro había venido para llevarse a los infiernos el alma feroz del zar que había asesinado hasta a su propio hijo.

En la Antigüedad griega Aristóteles, dándoselas de sabihondo, dictaminó que los cometas eran “emanaciones singulares”.  (Sí, así y nada más, “emanaciones singulares”, y con estas palabritas se fue muy orondo, pensando que se había limpiado el pecho). Mucho más sensato, hace dos mil años Séneca comentó: “Día vendrá en que todo lo que es hoy un misterio será puesto a la luz. Nacerá un hombre que hará ver cuál es la naturaleza de los cometas”. (Y ese hombre, en efecto iba a nacer: Isaac Newton).

Mientras, la gente seguiría despavorida ante los cuerpos celestes. Excepto en Cuba, donde los tiraban a mondongo, como sucedió cuando el sangriento suceso de La Mallorquina.

UNA DAMA DE TEMER

En 1843 transcurrían  los últimos momentos en el mando del general Jerónimo Valdés, enviado por la Metrópoli para regir los destinos de más de un millón de cubanos que entonces respiraban bajo este cielo.

Un día apareció en el firmamento —hacia el sur, como si estuviese suspendido sobre el castillo de Atarés— el cometa.

Asegura la tradición que Plácido —el poeta que pronto sería asesinado en el Proceso de la Escalera—  estaba enfrascado en trajines conspirativos y compuso estos versos ante la aparición celeste: “Ese cometa que veis / en el sur, con grande cola, / anuncia una batahola / que en vano la evitaréis”.

Siempre hay gente impresionable y esos —entre nosotros muy pocos, por cierto—  comenzaron a consumir tilo y pasiflorina en cantidades industriales, mientras las socorridas guayabas verdes no resolvían su enteritis rebelde, convencidos de que el astro anunciaba el fin de la humanidad.

Pero la mayoría de los criollos, que no creían en El Diablo, en los cometas ni en la madre de los tomates, andaban por las calles habaneras tarareando esta guarachita: “Dicen que se acaba el mundo, / dicen que se va a acabar, / pero antes de que se acabe, / mamá, me quiero casar”. Y continuaba con un montuno que repetía: “Que se acaba el mundo, / que se va a acabar…”.

Coincidentemente con la aparición del cometa, sucedió aquí un hecho que terminaría choteando al astro terrorífico.

Sucede que una mujer que las crónicas solo nombran como La Mallorquina, en un arranque de celos le amputó a su marido cierta parte de la anatomía que yo, emborronacuartlllas que he tenido muy decente crianza, no voy a mencionar.

El agredido, propietario de una berlina, se ocupaba del transporte de pasajeros entre la capital y San José de las Lajas. Y llegó a la conclusión de que lo más razonable era tener dama de buen ver en ambos extremos del recorrido. Sí, como después diría la canción sudamericana: “Dos puntas tiene el camino / y en ellas alguien me espera…”.

Pero alguna comadre lengüilarga le fue con el chisme a La Mallorquina, hembra de armas tomar. Y, como quedó dicho, agredió a su marido de modo que el pudor solo nos ha permitido insinuar.

Insistimos en que durante aquellos días de la aparición astral circulaba por La Habana una pieza movidita que decía: “Que se acaba el mundo, / que se va a acabar…”.  Ah, pero cuando ocurrió el espeluznante atentado de La Mallorquina contra su marido, empezó a escucharse otra, que negaba a la anterior.

La porción más publicable de la tonada decía: “No te apures, Enriqueta, / que el mundo ya no termina – pues ayer La Mallorquina / le cortó el rabo al cometa”. 


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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