Este 1ro de mayo el pueblo de Cuba volverá a desfilar por las principales plazas. Tras dos años de limitaciones y ausencias a causa de la COVID-19, miles de trabajadores se reunirán para validar su compromiso con el proyecto de nación que defiende la máxima dirección de nuestro pueblo y gobierno.
Llegamos a esta fecha luego de meses difíciles, en los que el movimiento obrero jugo un papel extraordinario. No solo ya por el valeroso personal de salud que se enfrentó y enfrenta a una terrible enfermedad o por los científicos que con ínfimos recursos crearon dos vacunas de extraordinaria efectividad, también por los trabajadores de los sectores más variados que, movidos por el sentido de la responsabilidad, arriesgaron su vida como voluntarios en los lugares más peligrosos y en los momentos más difíciles de la pandemia.
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Ni siquiera en los peores momentos, cuando producir fue cuestión de vida o muerte, se flaqueó. Cada sindicato supo responder a las necesidades del momento y se encargó de velar por el cumplimiento de las medidas relacionadas con el empleo, el salario y la responsabilidad social que respaldan las garantías de los trabajadores.
Son varios, en definitiva, los motivos que se han de festejar, pero no se debe perder de vista lo que viene por delante. Como protagonista histórico del proceso revolucionario cubano le corresponde al obrero y al campesino sostener cuanto se ha logrado en materia de justicia social y laboral.
Queda la lucha contra el burocratismo, la improductividad, el victimismo y la complacencia. Se requiere, sobre todo, cohesión entre las formas tradicionales de producción y los nuevos actores de la economía. Hacer de la atención al hombre una obligación inquebrantable y buscar alternativas para, en la medida de lo posible, satisfacer cada demanda material, espiritual o intelectual.
Aunque falta mucho por cambiar todavía, Cuba sigue siendo un ejemplo para el mundo y debemos saber estar a la altura. Festejemos, sí, y pensemos entre todos el país que queremos.
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