Cuando hace dos años se transmitía en el horario estelar de Cubavisión la novela Tierras de fuego, una polémica emergió en los medios de prensa y las redes sociales. ¿Es la campesina cubana precisamente como el personaje de Isabel Rodríguez (Laura Moras), esta presidenta de una Cooperativa de Créditos y Servicios en el poblado de Palmarito, quien laboraba en el campo con blusas blancas, jean ajustado y pelo intachable?
Algunas personas vieron en la caracterización un encartonado y cosmopolita modo de ver a la fémina en el entorno rural, que, tras la aparente intención por posicionar un concepto más contemporáneo y transgresor, mostraba estereotipos tradicionales de lo femenino. Otras tradujeron el personaje cual forma de evidenciar que ellas en el campo son más que guataca y pañuelos en la cabeza, barredoras de patio o criadoras de gallinas. Unas y otras mantuvieron puntos de contacto en cuanto a reinterpretar el rol de las mujeres rurales como parte de un ambiente cada vez más equitativo entre sexos.
Pero más allá de intentos mediáticos, todavía la isla vivencia la ancestral dicotomía campo-ciudad a la hora de valorar las cuestiones sociales más elementales, de cuyos predios no escapa la igualdad de género.
IGUALES…
Aunque parezca trillado, al resumir los avances cubanos en este aspecto resulta imprescindible la comparación con épocas precedentes. Si en 1953 solo el 2,1 % de los puestos profesionales, científicos e intelectuales eran ocupados por mujeres; ya para la fecha sobrepasa los 55 puntos porcentuales.
La eliminación de disparidades, amparada por resoluciones jurídicas, propició un incremento en el acceso de las féminas, sean del campo o la ciudad, a diferentes niveles de educación o empleos de calidad.
Desde sus inicios, la Revolución Cubana predicó ejes temáticos esenciales en función de la equidad, desde la formación de profesionales, el empoderamiento de las mujeres, hasta la lucha contra la violencia de género y la promoción de mayor autonomía económica.
Persiguiendo tal fin social, un constante interés por proveer similares oportunidades ha centrado el papel de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), de diversas organizaciones gremiales del país y agencias extranjeras de cooperación.
Es Cuba, en ese sentido, una nación que predica y aplica, más allá de algunas lagunas jurídicas por solucionar, un proyecto público en función de revindicar el papel femenino en sus diferentes entornos, aun cuando las residentes en la ciudad (4 431 914) casi cuadripliquen las habitantes (1 204 989) del campo.
Hoy el país está abocado a institucionalizar la perspectiva de género. ¿Cómo se traduce esto? En promover justicia de forma flexible y democrática. Sin una verdadera convicción y voluntad política para cuestionar y realizar cambios en actitudes, comportamientos y prácticas, todo ello puede traducirse en discursos políticamente correctos, pero no conducir, verdaderamente, a la equidad.
Bajo este análisis, si bien los objetivos primordiales amparan tanto a mujeres del contexto urbano como del rural, en estas últimas se han enfocado mayores y mejores políticas públicas, en función de potenciar cambios estratégicos en uno de los espacios más permeados por prejuicios y estereotipos.
Las experiencias de las productoras, el aprovechamiento de oportunidades de trabajo, las líderes naturales, las iniciativas emprendedoras, la participación y dirigencia femenina en labores agropecuarias, comenzaron a formar parte de programas nacionales que abogaban por la incorporación de una perspectiva de género en la gestión institucional agrícola y la población rural en su generalidad.
…Y TAMBIÉN DIFERENTES
Conforme las leyes cubanas defienden la igualdad entre hombres y mujeres, en el caso de estas últimas todavía perviven sesgos de discriminación con énfasis en los entornos rurales.
Aunque se pudiera enfatizar a favor que existen más programas destinados a defender e incentivar derechos y oportunidades de las féminas en los contextos agrícolas, son ellas las más necesitadas de demostrar capacidad y superar obstáculos. Los cambios paulatinos en los roles femeninos provocaron tensiones en las familias campesinas asentadas sobre bases históricas de desigualdad. En estas se manifiesta todavía una resistencia a la revalorización del papel social de la mujer.
Estudios sobre cuestiones de género en la comunidad agraria muestran que a las mujeres se les reconoce más su contribución al desarrollo rural por el papel que desempeñan en la reproducción y en función del hogar que por su aporte económico o laboral. En el caso de las dirigentes, se constató que estas se ven obligadas a demostrar sus posibilidades, capacidades y aptitudes con mayor intensidad que los hombres, al enfrentar tareas valoradas por el sexo masculino como propias.
Si en las grandes ciudades cubanas resultan usuales mujeres independientes económicamente, líderes de opinión y matriarcas de familia, en la ruralidad todavía se percibe con recelo estos “nuevos poderes” asociados a ellas.
Es por eso que múltiples organizaciones de corte agropecuario destinan campañas de sensibilización enfocadas a un público amplio del campesinado, así como se perfeccionan manuales de estilo para facilitar la introducción del enfoque de género en las publicaciones del sector rural y en busca de mensajes e imágenes no sexistas.
Hoy, algunos resultados se traducen en las más de 60 000 mujeres incorporadas a las diferentes cooperativas del país y una mayor afluencia en cargos de dirección en estas estructuras. Pero el número aún es poco representativo y mal interpretado, más allá de mostrar estadísticas superiores con respecto a etapas precedentes.
¿Por qué mal interpretado? Porque aun cuando es evidente el progreso social de la mujer, el grado de calificación profesional alcanzado y su proyección socio-laboral en el campo, esto no garantiza la ruptura total con el modo en que se ejerce la maternidad, las relaciones de pareja y el laboreo doméstico.
Sin descartar que todavía sigue siendo la agricultura un sector preterido por estas, incluso radicando en el propio entorno rural; toda vez que solo representan un poco más del 18 % del sector agropecuario, mientras redondean el 30 % del total de los empleados en la industria manufacturera, superan el 40 en las diferentes modalidades de turismo y son mayoría en servicios, actividades financieras y de corte social.
Transversalizar los temas de género en los proyectos de desarrollo sostenible deviene premisa, en aras de abrir nuevos espacios de participación femenina, en tanto construir metodologías y contribuir a innovadoras formas de hacer desde procesos y alianzas participativas.
Dentro de este fenómeno es preciso, además, un abordaje interseccional que afronte los temas de género en el contexto rural desde otras múltiples áreas como las clases sociales, la raza y la identidad cultural.
Apropiarse de los procesos de género e impulsarlos en términos y parámetros, sobrepasa el hecho de “compartir” poderes; debiera pensarse en fórmulas ganar-ganar, donde unos ceden y adquieren responsabilidades, en la misma medida que las otras comparten vida doméstica y se apropian de una mayor cultura laboral y empresarial.
En ese escenario, una mirada diversa a la mujer rural nutrirá aún más la cosmogonía del género. Pero, como recalcan especialistas en el tema, no existen recetas universales ni panaceas para lograr la equidad entre hombres y mujeres; lo que no niega el accionar cubano, como pista útil y algunas lecciones aprendidas, para incentivar la equidad de sexos como una parte integral de la justicia social.
RECUADRO:
El Día Mundial de la Mujer Rural se conmemora cada 15 de octubre. Fue instituido en 2007 por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En el país se llevan a cabo diversos programas e iniciativas que contribuyen a la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en este sector estratégico.
Entidades como la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA) o la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) incluyeron, en sus respectivas estructuras, proyectos orientados hacia el fortalecimiento institucional para la implementación de estrategias de género en diversas formas cooperativas agropecuarias y entornos labores y/o sociales.
Tales empeños han contado también con el apoyo de la Agencia Suiza para la Cooperación y el Desarrollo (Cosude), el Instituto Humanista para la Cooperación con los Países en Desarrollo (Hivos), Ayuda Popular Noruega (APN), Entrepueblos, el Proyecto Palma-Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)-Unión Europea, el proyecto Palomas y la Consejería Cultural de la Embajada de España en Cuba.
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