En un mundo donde la moda se despliega también en la pasarela digital, Shein se corona como el emperador de la tendencia instantánea. Pero detrás de sus vestidos asequibles y ofertas que cambian más rápido que las estaciones, donde la moda y la funcionalidad se entrelazan, emerge una narrativa que desentraña la complejidad de nuestro consumo y su impacto en el planeta.
La moda rápida como fenómeno surge en los años 80 impulsada por el capitalismo, la revolución tecnológica y el aumento del consumo. Incentiva desde esa época el modelo de negocio que promueve el acaparamiento masivo de prendas a bajo costo.
Ha estado en la mira de muchos investigadores por su contribución a la contaminación y los problemas medioambientales. Su estudio ha ganado relevancia en las últimas décadas a medida que aumenta la conciencia sobre el cambio climático y la sostenibilidad en la industria textil.
GIGANTES DE LA MODA RÁPIDA
Shein, fundada en 2008, es una marca china que ha conquistado armarios en todo el mundo, seduciendo con bajos precios y tendencias al instante. Actualmente goza de mucha popularidad y se alza como un coloso en el horizonte de la moda rápida, a partir de ofrecer un catálogo interminable de prendas al alcance de un clic.
Tal viralidad se debe a su astuta estrategia de marketing en internet, especialmente en plataformas como Tik Tok e Instagram, donde los influencers e instagramers con videos atractivos y bajo las etiquetas «haul Shein» o «try on hauls» muestran a su comunidad «lo que no puedes dejar de tener» de las compras que realizan.
Sin embargo, la facilidad de acceso conlleva a la compra compulsiva de prendas con calidad dudosa y que terminan sin uso al fondo de un armario. Este patrón de consumo suscita interrogantes sobre la sostenibilidad de tales hábitos y también resalta la importancia de reflexionar sobre nuestras elecciones de moda.
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La respuesta yace en experiencias que desafían los principios de la ética laboral, y que reciben fuertes críticas por la precariedad de las condiciones laborales de sus fábricas y su contribución al ciclo vicioso de la moda desechable.
Aunque estas prácticas no son exclusivas de Shein, reflejan un problema más amplio en la industria de la moda rápida, responsable de una porción significativa de las emisiones globales de carbono, generación de microplásticos, contaminación de las aguas y un consumo voraz de recursos que no se renuevan.
CONSUMO INSOSTENIBLE
Otras marcas reconocidas, con una premisa similar a la de Shein, contribuyen de igual manera a la contaminación ambiental. Tal es el caso de Zara, H&M, Forever21, etc. A su vez, todas han prometido un cambio en sus patrones de negocios para desarrollar una producción más amigable con el medioambiente, mediante el uso de materiales biodegradables y el reciclaje.
Pero si a través de una simple búsqueda en internet, puede conocer que Shein por mencionar una de las marcas lanza entre 700 y mil artículos nuevos cada día (con más de 5 000 vestidos disponibles ahora mismo), lo que significa grandes emisiones de carbono y generación de desechos, ¿qué mejoría puede haber?
Incluso el transporte global añade una capa más de emisiones contaminantes, sin omitir los envases de plástico que, aunque parecen insignificantes individualmente, suman una montaña de residuos.
CONSUMO EN TODAS PARTES
Cuba, a pesar de no ser un fabricante textil a gran escala, se ve afectado por la globalización, y la moda rápida encuentra sus caminos hacia el archipiélago a través de canales inesperados.
Los cubanos no pueden realizar directamente pedidos en Shein u otra plataforma de compra online internacional, pero la demanda de moda accesible y contemporánea ha dado lugar a una red de emprendedores que actúan como intermediarios, y realizan operaciones de importación y distribución de la ropa.
Este fenómeno no es exclusivo de Cuba y refleja la realidad global, donde la moda rápida trasciende fronteras económicas y políticas, y se infiltra en mercados a través de rutas alternativas.
Pero lo más alarmante se encuentra en el hecho de que la mayoría de las personas no advierten las consecuencias ambientales y, de esta manera, los microplásticos logran alcanzar todos los ecosistemas.
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Este dato pone de relieve la capacidad de la globalización neoliberal para influir en las prácticas de consumo locales y la necesidad de soluciones sostenibles adaptadas a las realidades económicas y culturales de un país, donde la innovación local, aunque presente, no alcanza a solventar la necesidad del vestir; esto sin tomar en cuenta gustos personales.
LA CONTAMINACIÓN INVISIBLE
Los microplásticos son fragmentos diminutos de material sintético que se han convertido en los infiltrados silenciosos de nuestro ecosistema. Menores a 5 mm, estas partículas se encuentran en los océanos, suelos y hasta el aire que respiramos. Su omnipresencia es impresionante, y su capacidad para entrar en la cadena alimentaria plantea serias preguntas sobre la salud humana y animal.
Se originan de fuentes tan variadas como el desgaste de neumáticos de vehículos y la ropa sintética. Una vez liberados, pueden ingresar directamente al agua e intervenir en nuestro metabolismo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), son responsables de dolencias gastrointestinales e interfieren en sistemas como el hepático, cardiopulmonar y el reproductivo.
Son el subproducto de nuestra era plástica, una que requiere una revisión crítica y un cambio de rumbo. La lucha contra los microplásticos y la resistencia a toda práctica industrial que los produzca, requiere la colaboración de consumidores informados, empresas responsables y políticas efectivas.
¿EXISTE UNA SOLUCIÓN REAL?
Un documental de la televisora alemana Deustche Welle (DW) revela una realidad preocupante detrás de las promesas de la industria. En Europa, las toneladas de textil terminan siendo manejadas por vendedores de segunda mano que las comercializan como material de combustión para las chimeneas. Sale más barato comprar ropa para quemar que leña.
El audiovisual hace énfasis en que al comunicarse con marcas como H&M e indagar sobre el proceso de reutilización textil, las respuestas no fueron claras, lo cual demuestra la existencia de una nebulosa tras bambalinas. Hay tejidos que no pueden reutilizarse, pero aun así, algunos entrevistados en el documental, en representación de dicha empresa, «prometen hacerlo».
Al investigar sobre la moda rápida, no se halla contenido explícito que responda si existe una solución real a la contaminación que genera. Podemos intuir que, aunque reducir la producción puede tener un impacto significativo, solo constituye una solución parcial.
La acumulación de microplásticos amenaza con alterar irreversiblemente la salud de nuestros ecosistemas. El final se torna sombrío. La solución parece extraviarse ante la apatía de las élites económicas mundiales, poseedoras de recursos suficientes para marcar la diferencia.
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Se opta por la inacción y la culpa recae en hombros más pobres. La consecuencia de esta disparidad inmortaliza un ciclo vicioso de degradación ambiental, donde los menos afortunados enfrentan las consecuencias de un problema que no crearon y, por tanto, de ellos no cabe esperar una solución.
Se hace necesaria la acción colectiva de fomentar conciencia sobre el impacto ambiental de nuestras compras y los desechos que producen. Sin un cambio en el paradigma, en la distribución de la responsabilidad y en la urgencia de mitigar la proliferación de microplásticos, el futuro se proyecta con una repetición indefinida de este trágico relato.
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