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domingo, 6 de octubre de 2024

Milagros de septiembre

Cada historia personal o familiar de septiembre se hace milagro. Un milagro anónimo que cada año se repite...

José Armando Fernández Salazar en Exclusivo 07/09/2018
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Inicio del curso escolar 2017
Inicio el nuevo curso escolar en todo el país. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

Y antes de que mamá apagara la luz del cuarto Irina lanzó una última mirada a la mochila que colgaba de la agarradera del closet. Volvió a pensar en ese matutino del primer día de clases, en el rencuentro con los amigos, y no pudo evitar entusiasmarse. Luego la puerta quedó semi-abierta, y la luz de la cocina, donde se preparaba la merienda del día siguiente, iluminaba el uniforme, recién planchado, colgando de una percha. Se quedó dormida a los cinco minutos, con una sonrisa en el rostro.

Irina tiene que caminar ocho cuadras para llegar a su escuela primaria, pero Giorlys necesita trasladarse casi un kilómetro, cruzando un río y un platanal inmenso. En el aula del niño coinciden otros ocho muchachos, de diferentes grados, que reciben sus asignaturas de una forma especial, de acuerdo con los programas previstos por el sistema educacional cubano para las escuelas rurales. Hace unos años, la bucólica casita que los acoge, con sus brillantes techos de paneles solares, solo tenía un alumno y a pesar de eso no cerró.

Irina y Giorlys tienen la misma edad, y este lunes, cuando llegaron a su aula, a pesar de las distancias de sus realidades, tuvieron encima de su pupitre, de forma completamente gratuita, libros, libretas, lápices y demás materiales necesarios para su aprendizaje.

En esa primera composición en la que hablan de lo que hicieron en el verano pasado, quizás ella cuente de su visita al parque de diversiones y él, de sus chapuzones en el río, pero los dos tendrán la misma posibilidad de, con estudio y perseverancia, convertirse lo mismo en médico que ingeniero agrónomo.

Los rituales familiares que acompañan cada septiembre son similares para todos los hogares, independientemente de las diferencias económicas. Y no hablo de elegir una marca de zapatos o el color de una mochila, detalles superficiales de un hecho cultural más profundo: la movilización completa del país en el primer día de clases.

Y esa semilla se sembró cuando toda una Isla se empeñó en la Campaña de Alfabetización, para que nadie sintiera vergüenza de no saber escribir su nombre. Y estudiar, que antes era un lujo, se convirtió en un deber con el tiempo y la sociedad. La mística que hoy tiene septiembre se tejió con historias como la de los niños de 14 años dando clases a carboneros de la Ciénaga de Zapata, o las casas de La Habana abriéndose para acoger a brigadistas de toda Cuba que llegaron para inundar la Plaza de la Revolución José Martí, donde se declaró al mundo que este era el primer país de América Latina libre de analfabetismo.

Ese milagro, para un continente que estaba condenado a la ignorancia, porque para los ricos era más fácil robarlo, se repite desde entonces cada septiembre. De forma testaruda, si se quiere, es uno de los países que más alto por ciento de su PIB le dedica a la educación y refrenda su gratuidad y calidad como un derecho inalienable, con reconocimiento constitucional.

Es cierto que faltan maestros y que el sistema institucional emprende un tercer perfeccionamiento porque todavía tiene el desafío de abandonar la mera instrucción para educar también en valores, pero nadie deja de ir a la escuela porque no tiene dinero.

Cada historia personal o familiar de septiembre se hace milagro. Un milagro anónimo que cada año se repite y que comenzó este lunes, o quizás antes.

El domingo previo las calles quedaron casi vacías antes del atardecer, para garantizar dormir temprano y madrugar. Sentados en la mesa, a la luz de una chismosa, o en un portal, aprovechando el fresco que comienza abrirse paso con septiembre, se habló de posibles asignaturas, proyectos, sueños, ilusiones, metas. Se reorganizaron los horarios, expusieron expectativas y no faltó el aliento o el consejo. Siempre alguien mayor aprovecha para hacer alguna anécdota, de cuando era obligatorio ir a la biblioteca y leer las enciclopedias porque no existía Google.

Y ese lunes los conductores extremaron las precauciones, los vendedores de refrescos y dulces suspiraron con alivio porque las ventas volvieron a subir, y el país entero comenzó a desperezarse de los 62 días de julio y agosto, que aunque para la mayoría fueron laborales, la presencia continua de los muchachos en la casa los convirtió en un inmenso fin de semana.

Ese primer lunes de septiembre vuelve a repetirse cada mañana, sin que falte la anécdota de las primeras bromas del grupo de estudio o la aparente contradicción de un universitario que lee los Diálogos de Platón escuchando a Chocolate. Los horarios del hogar se ajustan a los de la escuela y el milagro de los números y las letras se nos hace cotidiano pero no ajeno.


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José Armando Fernández Salazar

Para mí no hay nada mejor que estar con los que quiero, riendo y escuchando a los Beatles


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