Recurrente en el paisaje urbano de estos días y como símbolo ineludible de la ausencia del más elemental civismo encontramos sin demasiado esfuerzo en los lugares más insospechados la acumulación desmedida de desechos sólidos.
A veces, la hayamos en la esquina de siempre, condenada por años a convertirse en el epicentro de cuanta enfermedad o vector tenga las condiciones propicias para su desarrollo. En otras ocasiones, y como si realmente existiera alguna distinción, nos alarma más por ubicarse a solo centímetros de instituciones como círculos infantiles, escuelas u hospitales.
Nadie en su sano juicio puede negar el problema que representa a día de hoy la excesiva aglomeración de basura. Y hasta puede que las primeras miradas apunten hacia los servicios comunales y sus trabajadores. Esos hombres y mujeres de vital labor, que sin los implementos necesarios y a costa de su propia salud se encargan de limpiar las calles en los horarios más insospechados.
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Sin embargo, pese a la falta de piezas de repuesto, baterías y neumáticos para los medios de transportes, y a las dificultades en el completamiento de las plantillas, las insuficiencias en la labor educativa en quienes laboran en el sector y el déficit de medios de protección— problemas reconocidos por la Comisión de Salud y Deporte de la Asamblea Nacional del Poder Popular— sería cuanto menos injusto culpar únicamente a quienes quizá solo se le puede reclamar por su desorganización.
Incluso, más allá del Ministerio de Salud Pública, que puede asesorar y desarrollar acciones concretas para paliar la situación, se trata de un problema que reclama a gritos un enfoque multisectorial e interdisciplinario.
Con los gobiernos locales como protagonistas de la planificación y ejecución se ha de involucrar a todos los sectores de la sociedad y la economía. Para así insistir en la educación ambiental y en la importancia, por ejemplo, del reciclaje y de otras formas de reutilización de determinados productos.
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Hay en ello una responsabilidad social ineludible, que no pasa de manera exclusiva por exigirle a las autoridades mayor control y rigurosidad en sus chequeos y sanciones, sino en crear conciencia sobre las repercusiones que tiene para la salud de todos la indolencia.
Y para nada se trata de restarle responsabilidades a quienes tienen el deber de cumplir con la recogida sistemática y organizada de los desechos o a quienes toman decisiones que, por una razón u otra, o no se cumplen o ni siquiera se llevan a cabo.
Se trata, por sobre todas las cosas, de recuperar el compromiso ciudadano y la cultura ambiental que permita reclamar a quien corresponda por el cumplimiento de lo que las normas cívicas y el sentido común indician, pero también para actuar y tomar cartas en el asunto.
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