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lunes, 18 de noviembre de 2024

El Robaina que le falta a Cuba

Pocas veces tuvo Cuba alguien más conocido y mediático dedicado al tabaco. Con su sapiencia y sencillez inigualables, el célebre veguero se añora, a pesar de que su legado tiene relevo fiel...

Mayra García Cardentey en Exclusivo 17/04/2015
2 comentarios

El día que murió Alejandro Robaina, San Luis (Pinar del Río) era una tierra bien triste. Nunca hubo nada igual. El cortejo fúnebre escoltó el último paseo del guajiro por tierras tabacaleras, desde su vega El Pinar, en Cuchillas de Barbacoa hasta la iglesia municipal. Nadie quedó en casa: unos, desde el camino, agitaban sombreros, encogían rostros, despedían al Don; otros quedaron en la finca llorando todavía el funeral; los más, abarrotaron la parroquia para dedicarle unos postreros minutos al popular tabacalero que, como polvo, volvería a la tierra.

Pinar ya no es el mismo sin Robaina. Cuba tampoco. El tabaco menos. Y aunque la provincia, otrora camino a Vueltabajo continúa siendo región de buenas hojas y Hombres Habano —y ahí está el todavía joven Héctor Luis para confirmarlo—, le falta la leyenda.

Porque el mundo, América, los cubanos, creen en las personas; porque la imagen, el decir de un hombre, puede convocar más que las provechosas ganancias de una zafra tabacalera.

Algunos, incluso, le inquirieron ser fruto del marketing, le envidiaron entronarse como el icono de la aromática hoja en la isla. Pero bien lo saben los publicistas, hay campañas que por muy buenas no funcionan si no existe respaldo de carisma y erudición. Y eso, a Robaina le sobraba. Bastaba conversar solo media hora en su casita de San Luis para notarlo. Tuvo esa sapiencia hasta sus últimos días.

Su notoriedad no se debió solo a que fue el único veguero cubano que en vida le había puesto su nombre a una de las marcas de Habanos Premium que Cuba exporta para más de 120 países; o que las seis vitolas de sus Vegas Robainas son tan reconocidas como las de Cohíba, Partagás o H. Upmann; o que como Embajador del Habano visitó las pirámides de Egipto, la Torre Eiffel, la Puerta de Alcalá, las ruinas del Circo Romano, las Torres Petronas; entre múltiples lugares, donde defendió la autenticidad de los puros cubanos. Ni siquiera su gloria es deudora directamente, si bien es cierta su influencia, de las variadas publicaciones nacionales y extranjeras que derrocharon espacios y elogios, como la Gentleman que lo equiparó en notoriedad con Brad Pitt y George Clooney.

Su sumun vitae era su diálogo dicharachero, la frase elocuente; enamoraba hasta al más suspicaz de los interlocutores, como al propio García Márquez, desde su ocurrencia avispada.

Las anécdotas hablan por sí solas. Cuentan que en cierta ocasión, encontrándose en una tienda dedicada a la venta de puros en Italia, alguien le preguntó: “¿Robaina, por qué al tabaco cubano lo atacan los bichos y al italiano no?”. La respuesta fue lapidaria: “porque el bicho no come mierda”.

A su casa acudieron conocidos, amigos y extraños de todo el mundo: Ricardo Arjona, Sting, Gérard Depardieu, embajadores, empresarios, presidentes; hasta la propia Premio Nobel de Literatura, la sudafricana Nadine Gordimer, no pudo resistir la tentación y hasta los predios de los dominios Robaina llegó, durante su estancia en la XIX Feria Internacional del Libro. Pero el guajiro prefería el respeto sobre la fama, y si se codeó con millonarios y personalidades de fama mundial, siempre eligió “las cosas simples de la vida”.

Compartió su acervo popular con sus compañeros, con los amigos, con el nieto Hiroshi, que intenta hoy seguir sus pasos. Un conocimiento empírico basado en años de saborear habanos, custodiar sembradíos, hablar con las plantas. Quizás nunca supo que su nombre científico era nicotiana tabacum, eso sí, le sabía más que cualquier libro de botánica. 

Fue un hombre sencillo, y ese, todavía, es un honroso mérito. Así quería que le recordaran, como una persona humilde. “Veguero nací”, insistió quien bebió de los misterios del ancestral cultivo, sufrió su desvelo por las colectas y defendió ávidamente la pasión por esta faena inculcada por sus antepasados.

Llevaba en el ADN extracto de la solanácea, amaba la tierra y a su familia con un cariño incondicional. También sentía predilección por las cosas históricas, como aquel molino de cien años, con un motorcito de 1918, que siempre estuvo en su finca.

Y fue inmenso. Quien “cuando nuevo no tenía dinero ni para una foto”, fue, con el tiempo, uno de los rostros más graficados de Cuba. Quien solo soñó en su infancia con comprarse un caballito y luego una bicicleta, se convirtió en hombre de mundo y profeta de la tierra.  Pocas veces tuvo Cuba alguien más conocido y mediático dedicado al tabaco, desde que fuera detallado por Cristóbal Colón en la página de su diario correspondiente al 15 de octubre de 1492.

Los sanluiseños lo saben, se sienten orgullosos, se dejan seducir por ese extraño sentimiento de asociar a gente grande a la tierra oriunda para llevar consigo un poco de esa grandeza también.

Pero hoy, llegar a la casa-museo del fallecido Alejandro Robaina, quien estrechara manos de políticos, cineastas, músicos y fuera embajador de los puros cubanos, resulta nostálgico pero a la vez, reconfortante. Su nieto Hiroshi intenta mantener viva la savia de su abuelo; aunque, a pesar de los cambios, se siente la ausencia del viejo. Se le extraña meciéndose en el sillón de mimbre, con su sombrero de yarey y la mano entretenida con un puro grande, torcido por él mismo, dibujando el aire con pequeñas bocanadas, con una sonrisa llena de pliegues y experticia.

Muchos consideran que el legado queda a salvo con los conocimientos adquiridos por Hiroshi. Realmente parece difícil que el nieto pueda igualar al abuelo. Ni de asomo. Son tiempos diferentes, estilos, formas otras. Incluso, hay quienes hablan de una nueva ruralidad matizada por flexibles métodos de asumir la agricultura, técnica y sociológicamente hablando. Pero Robaina era Robaina. Y eso nunca tendrá discusión.


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Mayra García Cardentey

Graduada de Periodismo. Profesora de la Universidad de Pinar del Río. Periodista del semanario Guerrillero. Amante de las nuevas tecnologías y del periodismo digital.

Se han publicado 2 comentarios


Frank
 30/1/16 0:34

La casa de mi mama esta pegadita a la Finca de Alejandro.todos lo extranamos mucho por la gran persona y ser humano q fue.Nos un legado maravilloso!!!Frank

ILA
 17/4/15 9:35

Mayra, nostálgico e interesante tu escrito, muchas veces desconocemos el valor de nuestra gente. Es imposible imaginar a Ricardo Arjona en  San Luis, solo para conocer a Alejandro Robaina. En un libro de otro pinareño aparece una anécdota de su visita, no sé porque la prensa no se hace eco de estas visitas. Ahora está sucediendo con el Hombre Habano 2015 en la categoría de producción, Rogelio Ortúzar. Hace muy poco Guerrillero (Periódico Provincial) escribió sobre él y la Mesa Redonda lo invitó. Sorprende la combinación de sapiencia y humildad que poseen estos hombres.

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