Hace unos días, abordé un camión de pasajeros que me transportó desde Santa Clara hasta el municipio de Manicaragua. Una doctora con ropas y rostro de postguardia médica también subió, pero no quedaban asientos y —presto, ágil, desenvuelto, “caballero como los que ya no se ven”, dirían algunos— un señor se puso en pie y le brindó su pedazo de banco. La doctora rondaba los treinta.
A medida que el vehículo se alejaba de la ciudad, el “atento” señor quiso iniciar conversación, una conversación matizada por piropos, en tono bajo, tono que aspiraba a lo sensual, cómplice, zalamero… La joven se mostró acorralada, intentó ser cortante, le espetó, con tal de salir de él, que en Manicaragua la esperaban su pareja y sus dos hijos, a lo que el “hidalgo” respondió con más frases piropezcas.
Ella guardó silencio y bajó la cabeza, pensando, tal vez, que el acto de ignorar haría desistir al “galante”. Pero el “galante” se detenía unos minutos y luego volvía a la carga, con más piropos, más… hasta que se cansó de alabar la belleza de aquella a quien le había “cedido” puesto.
La situación fue tan incómoda que sentí ganas de llamar a la muchacha para que se sentara donde yo. No lo hice, quizás porque, cuando más decidido estuve, ya el hostigamiento había parado, quizás por miedo a algún enfrentamiento que llevara a lo que vulgarmente conocemos como “joder el día”, quizás por timidez, quizás por tantas cosas sin justificación alguna, que al fin y al cabo me hicieron quedar impasible frente a un hecho que no tiene otro nombre que acoso. Quienes allí estábamos fuimos cómplices.
Y, probablemente, el acosador, orgulloso de su “hombría”, no sintió el mínimo remordimiento o se percibió como tal; puede, incluso, que haya bajado del camión con dos libras más de aire ensanchándole el pecho y que hasta haya dormido presuntuoso esa noche por haber “levantado la autoestima de una mujer”.
Por estos días, nuevamente, se ha avivado la polémica en torno al dichoso y romantizado piropo. Ese piropo que nuestros padres y madres colocan en nuestras bocas —antes de saber nosotros mismos ni hablar ni entender a cabalidad lo que balbuceamos— cuando nos incitan: “mira, dile algo a esa niña linda que viene por ahí”. Y qué orgullo sienten mientras aseguran que “este chiquillo sí va a ser candela”. En las escuelas, de la mano de profesores y profesoras, de la mano de lo que resulta “norma” para no ser visto como “bobo”, pasa otro tanto.
- Consulte además: ¿Evoluciono?
Y así… van incorporando a nuestro sentido común que la única manera de enamorar es “meterse con ella”. Y dirán —dicen— que se trata de algo cultural. ¿Acaso no fue en su momento “algo cultural” —hace no tanto, por cierto— la actividad esclavista? ¿Acaso no se disfraza de cultural la discriminación hacia las disidencias sexuales?
El argumento de lo cultural se presta, con más frecuencia de lo sano, para un intento de estancar la justicia. “Es normal”, “siempre ha sido así”, “desde que el mundo es mundo”, son frases que ignoran la violencia de todo tipo con la que la historia ha caminado, son frases que ignoran las relaciones de poder, frases que ignoran que, en frente de toda sumisión, existe una imposición.
Y así se impuso el hombre —no hombre y mujer dentro de “el hombre”, sino “el hombre” a solas— desde el mismísimo desarrollo del lenguaje, lenguaje que hasta el sol de hoy resulta capaz de dar legitimidad u ocultar lo que se le antoje, sin tener que hacerlo de manera expresa, sin necesidad de “ensuciarse” las manos, en este caso la boca.
Hay relaciones de fuerza, de violencia, en el hecho de que existan ricos y pobres y, sin embargo, para muchos, se trata de algo totalmente desligado. Para muchos, el pobre es pobre por vago o porque se siente bien siendo pobre o porque Dios quiso que pobre fuera.
Para muchos, los pobres no llegan a la universidad porque no se esfuerzan lo suficiente y las mujeres no ocupan normalmente grandes cargos porque no están dispuestas a asumir grandes responsabilidades o no es frecuente verlas en carreras de ciencias “puras” porque biológicamente —¡ay, la biología! — yacen predispuestas a ser brillantes en otras cuestiones o a no ser brillantes y punto, excepto para amamantar, criar, limpiar, lavar y tender.
¡Y son cuestiones culturales! ¿Cómo no? Se transmiten de generación en generación, se mitifican, se sedimentan, se intentan justificar “teológica” y/o “científicamente”, según el gusto o la época del fortachón que esté de guardia.
Mediante lo “cultural”, intelectuales de altísimo calibre cognitivo han intentado demostrar que el comunismo será imposible de enraizarse en el Caribe, que el capitalismo seguirá haciendo de las suyas por siempre… dado que, quienes lo habitan —al Caribe—, aseguran los letrados de marras, poseen predisposiciones antropológicas que les impiden dar la vida, sacrificarse, llevar algo hasta sus últimas consecuencias, ser de “patria o muerte” —así de claros han sido—, por muy justa que sea la causa. Y esto lo justifican con ejemplos poéticos, mundanos, que nadie “con alma” se atrevería a refutar.
Y son harto inteligentes, mucho, los que más, pero de cierta forma también son eternizadores, teóricos de la eternización, ya lo decíamos, de la injusticia.
¿Dejaremos que se nos usurpe “lo cultural” y “lo poético” por los usos reaccionarios de los que han sido víctimas —con distintos grados de reacción, reacción en ocasiones dentro de los mismos procesos revolucionarios? ¿Acometeremos la tentadora acción de deshacernos del “sofá”?
Por supuesto que no. A nosotros nos corresponde la lucha por la justicia toda y, en esa lucha, se hace preciso entender que “lo cultural” y “lo poético” son terrenos que se hallan en constante disputa: una disputa teórica, filosófica, política, con sangre y llanto en las manos, violenta... A nosotros nos corresponde, en palabras de Santiago Feliú, esa destrozadora “sabiduría de desaprender”. Nos corresponde reformular, teorizar nuestras lógicas, revisar a diario, reinventar, fundamentar y legitimar nuestro sentido común. Nos corresponde, minuto a minuto, calibrar nuestra lucha con la justicia toda.
Si hay quien se arriesga a decir que el ejercicio de la opresión ha sido cultural y que poético ha sido el desenfado con que muchos aceptan su miserable suerte, nosotros, contraposición fundadora, nos encontramos en condiciones de arremeter y gritar —o susurrar con tono de museo, según se precise— que, desde el primer aborigen que decidió no colocar la otra mejilla ante el aborigen más fuerte, desde Espartaco, desde los indios caribes que eligieron perecer antes de ser domesticados, desde los caníbales que saborearon la carne de conquistadores, desde Hatuey, desde el “volveré y seré millones” de los descuartizados, desde la Bastilla, desde Toussaint Louverture, desde Bolívar, desde Enrique Favez, desde José Antonio Aponte, desde Carlota, desde Félix Varela, desde Abraham Lincoln, desde Ana Betancourt, desde los abakuá que decidieron el lugar y la hora de su muerte aquel 27 de noviembre, desde Limbano Sánchez, desde Martí, desde Gómez, desde la Comuna de París, desde Marx, desde los no se sabe cuántos negros que masacró la naciente República, desde Lenin, desde Rosa, desde Mella, desde Villena, desde Mariátegui, desde Sandino, desde Simone de Beauvoir, desde Vilma, desde Ernesto, desde Marighella, desde Neto, desde los teólogos de la liberación, desde Thomas Sankara, desde Maurice Bishop, desde Mandela, desde los mapuches, desde Palestina, desde los Panteras Negras, desde las Venas abiertas… en las manos de Hugo, desde los pañuelos verdes, desde quienes luchan por la felicidad de un gorrión, desde El Mejunje de Silverio, desde los eternos moradores de todas las fosas comunes cavadas por el capitalismo, cultural también ha sido el acto por la emancipación y poéticas igualmente sus contradicciones, sus sacrificios, sus alaridos de dolor y gloria, poética la felicidad visceral que el ejercicio de la lucha promete, consuma y viraliza: la lucha buena, noble, rabiosa… que mata y salva, siempre salva…
Nos es cultural, pues, el ejercicio contrahegemónico en regeneración constante, el ejercicio incompleto e interminable de la fundación de algo más… que tiene que ser, por básica cuenta de supervivencia, antirracista, anticolonial, anticapitalista, antipatriarcal, colectivo… que se enfrente, en fin, a toda injusticia sistémica, “cultural”, si se quiere, que se nos ponga delante.
Estábamos hablando del piropo… No soy yo quien mejor conoce sus rincones oscuros. Alguna vez, la osadía y la ignorancia, el machismo… me hicieron saltar en su defensa. Incluso, llegué a emocionarme cuando una desconocida estrujó mi nalga derecha en medio de un tumulto. Claro, yo nunca me he sentido vulnerable, porque fui “diseñado” para vulnerar. No sé lo que es… Yo no soy quién para decidir sobre los miedos que me son ajenos.
¡Ah!, pero ya ellas, mis camaradas, dijeron que les duele, que lo sufren; ya ellas gritaron ¡NO!… y con eso, créanme, me basta.
Alberto
2/12/21 7:39
De acuerdo a la historia narrada....vergonzosa claro, por la propia complicidad del periodista...vayamos a donde realmente comienza el acoso. Y es algo a lo que me quiero referir, a definir exactamente que es acoso. Porque por donde yo lo veo....el acoso en si....no viene por los piropos...sino por la actitud del hombre de seguir piropeando a la chica aunque esta ya explicitamente le demostro su incomodidad.
Yo defiendo el piropo...o cualquier interaccion inicial entre hombres y mujeres que en base al respeto se de. Porque sino....como romper el hielo para llegar a conocer a la mujer.....y ella al hombre.....para quien sabe si despues pasar a una amistad si tenemos intereses comunes....o algo mas.
Tambien defiendo la libertad de expresion de alabar incluso obsenamente la belleza ajena. Basicamente porque odio la censura.
Y ahora al tema de los pobres....si..puedes que muchos piensen eso...pero la verdad es que al ser pobre....tiene dos caminos para superarse en la vida. El camino torcido lleno de delitos. O el de esforzarse y trabajar o estudiar. Por suerte en nuestro pais lo ultimo es facil...porque hasta anciano siempre puedes estudiar...y trabajo siempre hay....aunque no sea de tu gusto. Y ahi tenemos a la sociedad tambien....si es una sociedad cultivada en valores...Pues sin duda muchos se irian por la segunda via para salir de su probreza....si faltan los valores....ya te imaginaras porque camino ira. Lo que hay demostrado demograficamente en barrios marginales es que en familias disfuncional hay una mayor tendencia a tomar el camino errado....Es un tema complejo sin duda.
En el caso de las mujeres....pues no veo ninguna limitante para que avance. Si...puede que las costumbre digan una cosa...pero acaso creemos en que las mujeres son tan "tontas" para no saber lo que quieren....o "con tan baja autoestima" que no pueden lograr lo que desean. Yo creo que no....seguir con esa narrativa solo las llevara a que ante algun rechazo ya crean que hay un ente superior que "no las contrato" ..no les dio un puesto de direccion" y asi sucesivamente en vez de seguir esformzandose y hacerlo suyo por meritos.
Carlos
1/12/21 9:43
La frase "volveré hecho millones" es Túpac Katari, no deTúpac Amaru
El autor
1/12/21 14:59
Estimado Carlos, tras su importante aclaración, he vuelto a buscar y verdaderamente he quedado contrariado, pues son varias las fuentes que le adjudican el dicho a uno y varias las que le adjudican el dicho a otro. Otras fuentes van más allá y llegan a los años recientes, a los herederos de esta frase, y cuentan que la dijo Evita Perón, otros recuentan que Evo Morales. Descartando evidentemente a estos últimos, que asumimos la retomaron, parece haber una dicotomía histórica entre quién lo dijo. Pido perdón por no advertir esto. Un saludo. Intentaré corregirlo de una manera salomónica. https://www.google.com/amp/s/www.telesurtv.net/amp/news/tupac-amaru-pionero-rebelion-independencia-americana-20180518-0005.html https://www.granma.cu/hoy-en-la-historia/2019-11-20/el-cerco-de-tupac-katari-20-11-2019-16-11-16
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