Primero por el número de miembros, y luego por el alcance que ha tenido en la historia de este archipiélago entre el triunfo popular del 59 y la fecha actual, bien pudiera decirse que los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) son en Cuba algo así como el nombre y los apellidos del pueblo.
Al menos así está inscrito desde su nacimiento en 1960, por la idea espontánea de Fidel, aunque la mayoría aquí prefiere sus señas de pila: la cuadra o el barrio.
Sin embargo, cuando una criatura hija de su época es clave en los anales de una sociedad en construcción, cada nuevo cumpleaños siempre conviene parar a mirarse a fondo; porque si antes de hoy han pasado 54 almanaques de combate a muerte contra el enemigo interno, de salvar vidas con la sangre de miles de personas generosas, de tropiezos y de desvelos…, entonces puede ser útil la mirada en el espejo.
En primer lugar, por medio de los CDR nada de la vida nacional ha sido ajeno a la gente, a todo tipo de gente. De algún modo han sido una demostración de organización popular espontánea, de composición variada, pero en conjunto, fiel al sistema social que lo creó.
Ahora bien, una cosa es la óptica del que forma parte más o menos activa, y otra la de mirar desde lejos una entidad que casi no puede explicarse fuera de nuestras fronteras, e incluso, más allá del entendimiento del cubano que prefiere no tener nada que ver con la iniciativa vecinal amparada en el nombre del CDR.
Personalmente, he escuchado testimonios que me han sacudido la perspectiva sobre lo que puede lograrse en ese estrecho marco social de la cuadra.
De dos edades diferentes, conocí por ejemplo a Yusimí Moreno y a Artemio Fernández. El primero, un joven exrecluso agradecido que me dijo una vez: “Hoy me considero un hombre de bien. Vivo feliz y tranquilo con mi mujer y dos niños. Por el trato y el respeto de todos en la cuadra, parezco ser el único que recuerda los siete años perdidos en la cárcel. He reconstruido mi vida desde el CDR. Por eso, cuanto tenga que ver con esta organización lo asumo como un deber”.
Por su parte, Artemio, un viejo fundador, me hizo escribir su apreciación: “Son el pueblo mismo y para este viejo, el camino que guió su vida. La salvación de la Revolución ha sido siempre la unidad, y el Comité, la herramienta más eficaz para mantenerla. Allí se genera el debate franco, con opiniones variadas, todo el mundo puede hablar y decidir cosas importantes del país”.
Recuerdo que, ni Artemio ni Yusimí, olvidaron recalcarme el término unidad. No por gusto fue el más recurrente en ellos, y creo no equivocarme en pensar que, más allá del nombre con que se llame esa afiliación organizada de vecinos, la unidad posible es su más grande valor.
¿Cuánto de lo que hoy nos quejamos en masa, o certificamos como valores perdidos, pudiera salvarse o reencontrarse si la vecindad fuera la primera escuela reformatoria de la vulgaridad, la chabacanería, el irrespeto al espacio ajeno, la indecencia, la ilegalidad abierta y descarada, el egoísmo o el elitismo?
¿Cuántos de estos vicios pudieran ser desplazados, no por una actitud de enfrentamiento personal y acusación a contracara, sino por la fuerza arrasadora de la cooperación, la solidaridad, el buen decir, el mutualismo, la cortesía y el civismo, que bien pueden cosecharse en la tierra fértil y común del barrio?
Sanamente, considero que a los CDR les llegó la hora, no de valorar la pertinencia de si existen o no; sino de readecuar las formas de darse su lugar, haciendo que la gente participe porque reconoce en ellos un deber, una necesidad, una motivación y una razón que les beneficia.
Como en casi todo tema social, la clásica ruptura entre los patrones de la juventud y los tradicionales también aquí genera encendida polémica. En este caso, las evidencias de una relativa apatía juvenil respecto a los deberes cederistas estimulan la opinión.
Sin embargo, varios sondeos me han conducido a entender que el problema mayor no está en los bisoños, ni en su disposición; sino en la comunicación deficiente con esa generación, en viejos esquemas impuestos que no los motivan a ser parte.
Sobre el particular, conservo el criterio de Héctor Pacheco, un bayamés que coincidió en la óptica: “Todas las generaciones piensan diferente y en todos los tiempos los mayores dijeron que la juventud estaba perdida. Ese nunca será un argumento. Tenemos que llegarles usando su propia óptica, sus preferencias y motivaciones.
”Es cierto que el trabajo ideológico con los jóvenes debe tener mayor intencionalidad, hablarles mucho de la memoria histórica y aclararles su papel en las circunstancias actuales; pero no puede ser con el mismo discurso de décadas anteriores, porque, además, no son los mismos peligros: la droga, las enfermedades sexuales, la prostitución y hasta los métodos de subversión enemiga”.
A eso es posible agregarle lo del carisma y la empatía del presidente de la cuadra. Cuando es un peleón de 60 años, intransigente y aferrado a viejos patrones, pocos le hacen caso. Hay que saber escuchar a los jóvenes, atender sus criterios y aplicar sus propuestas. Sería un buen camino para pensar y hacer de maneras distintas.
¿Qué es imposible hacer al CDR diferente y funcional? No lo creo, porque hay muchas experiencias exitosas que han prescindido del teque y el compromiso formal por apariencias; porque hay gente que a lo largo de una calle se lleva bien, se ayuda, se corrige, arman buenísimas fiestas y se ríen de conjunto; de un modo tan ameno y familiar que sobreviven al chisme y la envidia malsana que difícilmente falte.
Conozco de varios lugares cercanos donde la gente se llama cederistas, y encuentran la motivación en lo que son capaces de hacer por idea propia, colectiva y colegiada, y no culpan su apatía al reclamo diario por los problemas con el agua, la electricidad, las calles y caminos, el transporte, y otros tantos que siguen reclamando sin dejar de cumplir con esa especie de contrato de colaboración que tienen entre vecinos.
Ese es un último detalle por el que voto a favor: la creatividad espontánea. Estructurada y dirigida, los CDR pueden reafirmarse como la mayor organización de masas de Cuba en tanto más paso den a la iniciativa y estimulen la participación.
Si ya resulta singularmente complejo aunar criterios entre tantas personas diferentes, téngase en cuenta que la diversidad es la fuente más rica y fértil de ideas buenas para el bien colectivo; y a lo largo de una cuadra o la escalera de un edificio, una idea puede convertirse en hecho más fácil y más rápido si la acuerda el concilio de vecinos, y no una Resolución dictada desde cualquier Nivel Central.
Laura
28/9/14 10:22
Es un mito que a los jóvenes no nos interese la vida del barrio y la localidad. Soy sociológa y he trabajado bastante las comunidades, lo más importante es que la gente confía, que estructuralmente los CDR son la organización de la sociedad civil cubana más amplia y cumple tal vez tareas que para el común ha perdido el objeto d emira pero son d egran improtancia humana. Sin embargo, no bastó crear un cargo deportivo para sumar a la juventud, es necesario una mirada más profunda en la organización.
Jose
28/9/14 9:25
A mí me parece que los medios de comunicación han hecho mucho daño a los CDR. Primero, los más cederistas son viejos, feos, Chuncha... y luego todos los Días y Noche y Tras la Huella ponen a los CDR como chivatos. Los cubanos si algo no soportamos son los chivatos, seamos mejores o peores. Ese san benito tenemos que quitárselo, y ¿cómo hacemos? No hay comunicadores que puedan trabajar en ese sentdio?
Mercy
28/9/14 9:18
Muy de acuerdo con el autor. Pero eso tiene que mover a hacer los cambios necesarios desde la participación popular.. No solo informar, indicar, recoger el dinero, es vernos para preguntarnos qué queremos que cambie para que se parezca a la sociedad actual cubana y no a la de los años 60 porque son otros tiempos, siempre con el denominador común UNIDAD..
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