Se suponía que esta madrugada fuera diferente; que a la cama le llevaran el pastel con tantas velas; que su amada le tapara los ojos para hacer más intrigante el regalo por estos 49 años; que su familia lo sorprendiera con un “feliz cumpleaños”, mientras él, quizás, se pusiera melancólico porque, de repente, se diera cuenta de que tenía casi medio siglo de vida
Se suponía que saliera temprano a trabajar con su mejor “pinta” porque al final no todos los días se llega al último año de la cuarta década; se suponía que sus amigos lo esperaran llenos de felicitaciones y hasta con una fiesta sorpresa en la tarde; y que él, siempre tan enamorado, contara las horas para la salida de por la noche.
Se suponía que fueran al cine, o que esperaran el alba en el malecón, o que comieran en alguno de los nuevos restaurantes de la ciudad, o que se fueran a bailar. Y que Adriana estuviera radiante, más que otras veces; que sonriera abiertamente, sin dolores ocultos, porque allí estaba él, el hombre de su vida, cumpliendo años en libertad.
Todo esto se suponía para esta jornada, pero Gerardo sigue preso. Como hace dieciséis años pasará su aniversario en un medio hostil. Y volverán el de pie áspero, el sonido de las rejas, el uniforme, los pasos contados, los horarios infranqueables, las soledades.
Sin embargo, Gerardo es un fuera de serie y a pesar de la adversidad —cuentan quienes han tenido la dicha de visitarlo—, siempre está sonriendo, animando, encendiendo esperanzas a quienes acuden a su prisión como si no fuera él, precisamente, quien más ánimos necesita. Y así será también este cuarto día de junio cuando llame a Adriana y le diga que sea fuerte, que él está bien, cuando reciba los miles de mensajes haciéndole saber que no está solo que, de alguna manera, todos cumplimos años con él.
La prisión ha sido dura, les ha robado cumpleaños, nacimientos, muertes, velorios, homenajes. Les ha robado la compañía en momentos de luto, de enfermedades, de fiestas, de reuniones familiares. Y les han nacido hijos, nietos, sobrinos, dolores…
Como el tiempo en que Elizabeth Palmeiro denunciaba que Ramón no recibía una atención médica digna para la artrosis de sus rodillas, esa que le dificultaba el andar, y aquí sus cuatro mujeres (como él llama a su esposa y tres hijas) se desesperaban por tenerlo cerca: momentos únicos de alivios también robados por una sentencia atroz, implacable. Como sucederá también este 9 de junio cuando Ramón llegue a sus 51 años de vida y les falte de nuevo el cuarteto de besos, los más amados.
Con tales ausencias siguen ellos dando batalla. Y aunque Fernando —ya de nuevo en Cuba, luego de quince años de encierro— siga intentando convencernos de que “lo que hicieron ellos, lo harían once millones de cubanos”, sigo pensando en la esencia que los trasciende, en esa condición que los hace únicos, porque no es cualquiera quien se inmola por una causa, quien deja todo por el bien de los demás, quien pasa 16 años alejado de sus amores, construyendo una vida llena de ausencias.
Por eso, en estos días de junio que vieron nacer a Gerardo y a Ramón, compartamos con ellos la tarta, la canción del cumple, los años cumplidos y por cumplir. Y ojalá que cuando al amor de Adriana le toque llenar con 50 velas su cake y al príncipe de Elizabeth con 52, estemos todos juntos aquí para ayudarlos a soplar tantas velas juntas.
alina
5/6/14 8:50
Estos dos heroes reciban de todos nosotros parte de este pais el abrazo y la felcitación mas fuerte q exista en su cumple
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