Dicen que fue Máximo Gómez quien le dijo a su padre que la vida del niño Rubén sería una luz plena de melodía. Y acaso no se equivocó aquel hombre ya viejo, arrugado y siempre serio, duro y noble como los años que ya le pesaban y el dolor por no ver el sueño anhelado.
Quizás Gómez solo avizoró la esencia detrás de una mirada penetrante, de unos ojos altivos, grandes, que emitían desde su profundidad, la entereza de un hombre que fue poesía, canción, lucha, amor, entrega, Revolución.
Y es que aquel pequeño nacido en una vieja calle de Alquizar, en La Habana, cuando los cubanos parecían ganarlo todo y una mano poderosa, imperial, les arrebató la victoria, supo beber de la savia martiana, hacerla propia y engrandecerla con la misma energía con que soñó, creó, añoró, sufrió, peleó contra los males sociales y del cuerpo, desafió a “asnos con garras” y a la muerte.
Rubén Martínez Villena fue un joven osado, valiente e incansable, y quién sabe si también lleno de miedos, esos que ocultaba tras una enorme coraza o unos versos regalados, escritos desde la sabiduría y la pasión por la justicia, y por la vida que tan corta fue para él.
Los que lo conocieron personalmente cuentan que apenas siendo un niño ya escribía y sentía como propio el sufrimiento de una Cuba que le dolía a cada momento, que los libros y la pluma eran su refugio fiel, sus compañeros más íntimos, que hablaba del Apóstol cubano como si se tratase de alguien a quien debía mucho y que estaba seguro de que muchas de las cosas que forjarían el futuro de la Patria serían encontradas en su ideario.
No dejaba espacios para el cansancio. Y en unos agitados años 20 encabezó la importante Protesta de los Trece, estuvo en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, en la creación de la Universidad Popular José Martí, en el Grupo Minorista, el Movimiento de Veteranos y Patriotas, la Falange de Acción Revolucionaria, la Comisión Nacional Obrera de Cuba y hasta en el Partido Comunista de Cuba, fundado por Carlos Baliño.
Así también se unió a la FEU de Mella y se enfrentó cara a cara al tirano Machado, a la vez que convivió y aprendió de los teóricos del Partido Comunista de la Unión Soviética.
En medio de tantos avatares, sabiéndose desde muy joven enfermo de una dolencia pulmonar que poco a poco apagó su luz, nos legó una poesía singular, de esas que nutre el alma de muchas generaciones y se hace universal, a la vez que propia, cubanísima.
Imposible entonces deshacernos de aquellas palabras llenas de amor, ese sentimiento verdadero que al decir del Che, mueve a todo revolucionario.
Puedes venir desnuda a mi fiesta de amor. Yo te vestiré de caricias. Música la de mis palabras; perfume es de mis versos; corona, mis lagrimas sobre tu cabellera (Hexaedro Rosa)
Te vi de pie, desnuda y orgullosa
y bebiendo en tus labios el aliento,
quise turbar con infantil intento
tu inexorable majestad de diosa.
Y le cantó a lo glorioso de la historia, a las hazañas del pasado, de las que tanto debemos aprender aún:
Fue una bélica música vibrante,
fue la voz del clarín en rebeldía,
que tocando a degüello parecía
un formidable grito de ¡adelante!
(Mal Tiempo)
Y nos regaló un testamento eterno, que para algunos es esencia propia y un silencio convertido en tribuna, que nos enseña a decir lo que pensamos:
Los amigos de ahora —para entonces dispersos—
reunidos junto al resto de lo que fue mi “yo”
constatarán la escena que prevén estos versos
y dirán en voz baja: —¡todo lo presintió!
Y ya en la madrugada, sobre la concurrencia
gravitará el concepto solemne del “jamás”;
vendrá luego el consuelo de seguir la existencia...
y vendrá la mañana... pero tú, ¡no vendrás!...
… y hoy sufro de mis versos volteando en el silencio
campanas mutiladas; no más que yo presencio
la danza de mis bronces en ímpetu insensato;
y oigo —bajo mis sienes— inexorable y rudo
clamar, en un glorioso vértigo de rebato
¡el toque inverosímil del campanario mudo!
Con el paso del tiempo, la obra de Villena se ha convertido en inspiración y acción, en palabra viva que nos indica por qué estar siempre con la pupila insomne y el párpado abierto. Nos convoca a seguir forjando y haciendo poesía de todo lo que nos rodea, a saber que de hombres de carne y hueso surgen “gigantes” para quienes lo más importante, es tener “algo grande que hacer”.
Al decir del trovador cubano Silvio Rodríguez, la vida y la poesía de Villena son excepcionales por su misterio y al mismo tiempo por su transparencia, por su vuelo poético y su análisis científico sobrecogedor. Él decía lo que muchos a veces necesitamos decir.
Porque también en el verbo que nos regaló hasta el último minuto de su vida, insistió en la necesidad de investigar, polemizar, tener un discurso serio y a la vez, conservar un pedacito de niñez, pues: “(…) mientras eso exista podemos estar seguros de que aún podemos mejorarnos (ser más comprensivos: aprender cosas nuevas, ser capaces de generosidad) y así podemos alegremente acercarnos a la vejez, mientras algo no sólo permanece joven, si no está caminando hacia la juventud dentro de nosotros”.
Por eso hoy más que nunca, en la Cuba nuestra es tan necesario beber de ese espíritu, siempre hacedor de sueños y salir al encuentro de ese titán gigante con que nacemos todos, aunque siempre haya quien huya espantado de los retos, de los sacrificios, de los errores e imperfecciones de toda obra humana.
Y es que de Rubén aprendimos a no contemplar los crímenes en calma, a ratificarnos por qué es mejor “la estrella que ilumina y mata”, a poner la inteligencia y el pecho a las balas, con fuerza apasionada, sin importar lo tormentoso del camino.
@iroelsanchez desde Twitter
16/1/14 12:01
Alegra leer hoy a jóvenes que escriben sobre Rubén.
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