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lunes, 23 de diciembre de 2024

Cuba no podía dejar morir a su Apóstol

El Golpe de Estado de 1952 rompió el ritmo constitucional de la República y agravó la crisis del modelo neocolonial cubano...

Narciso Amador Fernández Ramírez en Exclusivo 09/07/2020
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Inauguración estatua ecuestre José Martí
Había nacido una nueva vanguardia revolucionaria que no dejaría morir al Apóstol José Martí en el Año de su Centenario. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

El 10 de marzo de 1952 fue un día fatídico en la Historia de Cuba. Esa madrugada, el general Fulgencio Batista dio un Golpe de Estado y derrocó al gobierno constitucional vigente de Carlos Prío Socarrás. Fue un cuartelazo a espaldas del pueblo, quien cifraba sus esperanzas en las elecciones previstas 100 días después y que lamentablemente nunca ocurrirían.

Un joven abogado denunció el verdadero carácter reaccionario de la asonada militar. Su nombre Fidel Castro Ruz, quien con posterioridad lideraría la lucha revolucionaria del pueblo contra el dictador. Su denuncia titulada ¡Revolución no, zarpazo! fue contundente y dio la clarinada para cambiar el status de cosas que evidenciaba la profunda crisis que padecía la república neocolonial, nacida 50 años atrás, bajo el estigma de la Enmienda Platt:

“No fue un cuartelazo  contra el presidente Prío, abúlico, indolente; fue un cuartelazo contra el pueblo, vísperas de elecciones cuyo resultado se conocía de antemano.

“Se sufría el desgobierno, pero se sufría desde hace años esperando la oportunidad constitucional de conjurar el mal, y usted Batista que huyó cobardemente cuatro años y politiqueó inútilmente otros tres, se aparece ahora con su tardío, perturbador y venenoso remedio, haciendo trizas la constitución cuando solo faltaban dos meses para llegar a la meta por la vía adecuada”.

Mientras otro joven, quien luego secundaría a Fidel en las acciones del 26 de julio de 1953 y sería su segundo del Movimiento, el encrucijadense Abel Santamaría Cuadrado, en carta pública indicaba el camino que luego toda una generación de cubanos seguiría: “Una revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo. Hora es ya: todo está de nuestra parte, por qué vamos a despreciarlo?”

La realidad de Cuba no podía ser más sombría. De nuevo Batista estaba en el poder. De nuevo las órdenes se daban desde Columbia. De nuevo el crimen se entronizaba y la dependencia hacia Estados Unidos se hacía más evidente. Los males de la República se multiplicaban. Era un pueblo sometido a una cruel dictadura.

La Constitución de 1940 quedó derogada de un plumazo y en su lugar fueron aprobados los llamados Estatutos Constitucionales que dejaban libres las manos al dictador para decidir su antojo los destinos de una nación oprimida y carente de libertades.

El 27 de marzo de 1952, el gobierno de los Estados Unidos reconoció oficialmente al régimen de Batista. Como subrayó el embajador estadounidense en La Habana, “las declaraciones del general Batista respecto al capital privado fueron excelentes. Fueron muy bien recibidas y yo sabía sin duda posible que el mundo de los negocios formaba parte de los más entusiastas partidarios del nuevo régimen”. Cuba era así vendida al capital yanqui.

Tres meses después, en julio de 1952, Washington firmó acuerdos militares con La Habana, aunque era consciente del carácter brutal y arbitrario del nuevo poder. Cuba está “bajo el yugo de un dictador sin piedad”, subrayó la embajada estadounidense en un informe confidencial de enero de 1953 con destino al Departamento de Estado.

En efecto, el general golpista reprimía con mano de hierro a la oposición, particularmente a la juventud estudiantil simbolizada por el asesinato del joven Rubén Batista en enero de 1953. Una juventud que desde el propio 10 de marzo se le opuso y que acudió en busca de armas a la Universidad para enfrentarlo, pero le resultó imposible y quedó inerme a la espera de nuevos tiempos, esos tiempos de Revolución que sobrevendrían apenas unos meses después.

El panorama social del país era desgarrador: el 60 % de los obreros agrícolas vivía en bohíos de techo de guano, piso de tierra, sin agua corriente, ni servicio sanitario; de ellos, más del 40 % no pudo asistir jamás a una escuela y el 90 % se alumbraba con luz brillante. Más del 90 % de los niños del campo estaba devorado de parásitos. El desempleo era un padecimiento crónico y más de doscientas mil familias campesinas no tenían ni una vara de tierra para sembrar la comida para ellos y sus hijos.

A todo esto se unían otros problemas como el incremento inusitado del juego a niveles nunca antes visto, de la prostitución y del desempleo. Los males del modelo neocolonial habían llegado a niveles extremos. Sin olvidar la feroz campaña anticomunista que tenía aislado al Partido Socialista Popular y la traición de otro grupo de partidos políticos burgueses plegados al Golpe de Estado.

Sin duda, parecía que no había salida a tanta desgracia. Sin embargo, tal y como afirmara el propio joven abogado Fidel Castro en su alegato de denuncia ¡Revolución no, zarpazo!, y cito: “Cubanos: Hay tirano otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras. Hay opresión en la patria, pero habrá algún día, otra vez, libertad.
“Yo invito a los cubanos de valor, a los bravos militantes del partido glorioso de Chibás; la hora es de sacrificio y de lucha, si se pierde la vida, nada se pierde, “vivir en cadenas es vivir en oprobio y afrenta sumidos”. “Morir por la patria es vivir”.

Había nacido una nueva vanguardia revolucionaria que no dejaría morir al Apóstol José Martí en el Año de su Centenario. 1953, marcaría el inicio de la lucha armada contra el tirano y las acciones del 26 de julio serían su detonante.


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Narciso Amador Fernández Ramírez

Periodista que prefiere escribir de historia como si estuviera reportando el acontecer de hoy


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