Nunca me deslumbró el famoso sueño capitalino. Sin embargo, aquí me ven, cinco meses después, viviendo en la burbuja electrizante que implica el hecho de tener en esta ciudad mi nuevo hogar.
Es grande la capital, me decían unos. La Habana te va a tragar “chiquilla”, opinaban otros. Lo que nadie imaginaba era que en tan poco tiempo pudiera sentirme como en casa.
Para muchos, el Capitolio, el Malecón y la tradicional Casa de la Música siguen siendo el referente de lo que engloba la urbe, pero que va, para esta santiaguera, sin dudas, el Estadio latinoamericano sí que sabe marcar diferencias.
Desde niña anhelaba visitar este icónico sitio. Y vea usted, estimado lector, como pude cumplir mi sueño, nada más y nada menos que viviendo el clásico de béisbol cubano. Adivine a quien apoyaba…
Todo tenía que salir a la perfección. El pullover rojo no podía faltar, y mucho menos la gorra a juego. Los colores y la insignia de mi equipo, tenían que hablar por sí solas.
Al llegar al Coloso del Cerro, su imponente arquitectura me dejó extasiada, y la energía era contagiosa en todo momento. Aunque el boleto de entrada tenía el número del asiento que me correspondía, no pude evitar acomodarme entre la multitud de la Peña Deportiva Rojinegra.
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La gente estaba impaciente. Coreaban los nombres de sus jugadores favoritos, y animaban a sus equipos con cánticos y aplausos. Claramente la pasión en el aire era palpable.
Me sentí parte de algo más grande que yo misma, y no me podía quedarme atrás; fue la oportunidad perfecta para rememorar los coros de antaño, que indican al jugador en turno que “camine eso”, o el inconfundible “e’ ahora” (si, así sin s).
Las jugadas emocionantes nos tenían a todos al borde de nuestros asientos. Los santiagueros presentes (incluyendo esta periodista), animábamos a nuestro equipo, que con una mezcla de juventud y experiencia, lograron en el tercer juego de la subserie, el boleto directo a los Play-Off de la 63 Serie Nacional de Béisbol.
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El número mágico fue el 41, victoria que acomodó a los de la Ciudad Héroe en el cuarto puesto de la tabla de posiciones.
A pesar de las amenazas constantes del tiempo, el clásico estuvo candente. Fue la doble jornada sabatina la que sentenció las últimas palabras del pareo. Industriales y Santiago de Cuba dividieron honores, desenlace que dejó a los Leones a un triunfo de firmar el quinto cupo a cuartos de final.
A la hora de recoger los bates, Andy Rodríguez por los montañeses dio el puntillazo final con un vuelacercas que definió el 3-2 global. Justo en ese momento, solté la pluma, y me puse a gritar como una posesa ese coro que tantas veces deseé entonar. El RUUUUUGE LEONA en perfecta sintonía con la conga santiaguera, puso de pie a ambos bandos: azules y rojos.
Mi corazón latía acelerado, la emoción era indescriptible, y siendo sincera, si el final hubiera sido otro, el orgullo de ser de la Tierra Caliente y haber vivido esta experiencia en el Estadio Latinoamericano superaba cualquier resultado. Sin dudas fui parte de algo especial, de una tradición que trasciende el tiempo y une a los cubanos en una pasión compartida.
Con esta visita puedo decir que la periodista santiaguera ya comienza a conquistar la ciudad maravilla, y que al contrario de lo que dice el famoso estribillo, La Habana si aguanta más.
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