Murió Veneno. Así desperté el sábado. Ponchado sin poder hacer swing a la noticia. El béisbol cubano ha perdido a uno de sus más auténticos fieles. El hombre más azul de estos tiempos, que jamás se sentó detrás de su equipo en el Latino.
Dicen que se llamaba Eduardo Medina. Así dirán los documentos oficiales, esos que con el paso del tiempo nadie recordará, porque en el imborrable imaginario popular del béisbol cubano, el hombre se llamará siempre Veneno.
Veneno que avivó Leones, nunca los mató, como tampoco profirió jamás un átomo de ofensa a los rivales. Fue —y quisiera decir siempre es— el veneno más dulce del deporte; auténtico, humano, con su pulóver azul y sombrero de cumpleaños con la I gótica grande que se podía ver desde cualquier lugar del Latino.
Nacido en un paraje del centro de Cuba, desde pequeño se mudó a la capital y su familia lo llevaba al estadio para ver la pelota. Siempre tomaban asiento en la banda de primera, donde hinchaban los contrarios de Industriales.
Así, de grande nunca cambió de posición como homenaje a su familia, aunque sus preferencias eran por los conjuntos habaneros. Nunca se le vio ofender a nadie, ni al contrario.
"Hay que saber cómo se sienten esos jugadores cuando están perdiendo, o cuando cometen un error o se ponchan. Ellos, que juegan para el público, no merecen nunca una grosería ni un abucheo, a mí me enseñaron a respetar siempre, y eso hago con los peloteros".
Eso me dijo una tarde, mientras esperábamos por el play ball de un partido en el Latino. La gente pasaba y lo saludaba. Hacía unos minutos que había ido a ambos bancos a saludar a los equipos. Era su rutina siempre.
"Yo soy Veneno en La Habana y en toda Cuba. He ido detrás de Industriales por el país entero, si me pongo a contarte se acaba el juego y no termino. La gente me ha ayudado cuando ha estado difícil el alojamiento y después somos como familia para toda la vida. El que siembra cosecha siempre."
"El béisbol es mi vida, si yo pudiera viviera dentro del estadio. El juego, la afición, esto tiene un encanto, un no sé qué, que me inspira y me hace un hombre feliz".
"Me duele cuando veo gente ofendiendo lo mismo a Industriales, que al equipo contrario. Ese nunca va a ser un buen aficionado. Para mí, el buen aficionado disfruta, aplaude, felicita, y cuando menos hace silencio, pero nunca agrede, ni siquiera con palabras".
Así era Veneno. El más azul de todos los aficionados, de una ética vertical, campechano y natural. Vivió los buenos y los malos momentos de su Industriales de siempre. Gozó y sufrió, y dice que de esos momentos está hecha su vida.
Será difícil entrar al Latino y no verlo allí, abrazarlo. Hablar de pelota y de la vida. Toca ahora no dejar que muera su espíritu. Veneno merece un altar en su casa, como él decía, que vivía allí e iba a dormir a la otra.
Como mismo se inmortalizó a Armandito, el Tintorero; toca rendir el mismo homenaje al otro seguidor por siempre de los Leones.
Su mística estará allí, sobre el banco de primera, esparcido por todo el graderío, celebrando al buen beisbol, juéguelo quien lo juegue.
Dicen que murió Veneno, yo sigo diciendo que no. La afición no lo va a dejar morir nunca.
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