Lionel Messi recibió el Balón de Oro de la FIFA 2012, su cuarto consecutivo si contamos la distinción de 2009, cuando todavía era criatura de France Football, la publicación que lo introdujo en 1959.
Este reconocimiento de la grandeza del jugador argentino del Barcelona es doblemente significativo porque en todo ese periodo ha rivalizado con el formidable Cristiano Ronaldo, otro de los grandes futbolistas de la historia.
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El jurado estuvo más allá de toda sospecha de favoritismo o parcialidad: lo formaron los capitanes y los seleccionadores de todos los equipos nacionales, así como periodistas de diversos orígenes, los corresponsales de France Football, el director de la publicación y un periodista por cada federación que compone la FIFA.
La estadounidense Abby Wambach, campeona olímpica en Londres 2012 y máxima goleadora estadounidense, logró el Balón de Oro Femenino.
Y el seleccionador del equipo nacional de fútbol de España, Vicente Del Bosque, fue elegido por la FIFA el Mejor Entrenador de 2012.
La ceremonia en Zurich marcó el punto de partida para una catarata de artículos elogiosos sobre Messi en los medios de todo el mundo, que muy difícilmente añadan algo a lo que ya es archisabido.
El problema con los artículos sobre Messi es su condición repetitiva: bajo centro de gravedad, control excepcional de balón, humildad, goles, la Masía, hormona de crecimiento, servilleta de papel, goles, mejor o igual o peor que Pelé/Maradona, goles, necesita un mundial con Argentina… Más goles.
¿No lo hemos leído todo?
Es por eso que algunos admiradores de Messi, que por su sapiencia podrían pasarse horas hablando de sus virtudes, se han llamado a silencio.
Genio habitual
Hace un par de años Pep Guardiola recomendó abstenerse de explicar a Messi, de analizar su juego y sus habilidades. "No hay palabras para describirle, hay que verlo, sólo eso". Otro admirador, el periodista Santiago Segurola, responsable del mejor elogio que hemos encontrado ("Messi es Maradona todos los días"), también ha suspendido las alabanzas, por repetidas: "sólo queda sentarse y disfrutar", es su contestación cuando le preguntan.
A muchos les llama la atención que Messi tenga un reconocimiento tan unánime a los 25 años. Olvidan que el fútbol es un deporte de juventud y que Pelé ya era el gran Pelé a los 25 años, lo mismo que Maradona.
Lo que realmente debe llamar la atención es el contraste entre la elocuencia de Messi en la cancha y su mutismo fuera de ella.
El silencio
Al comienzo de su carrera, una colega que lo entrevistó nos dijo que se había llevado una mala impresión: "Le preguntaba algo y sólo contestaba un par de palabras". Ella, que todavía no lo conocía bien, lo encontró engreído, pero era más que eso: era el silencio, la irremediable soledad de Messi.
Desde entonces ha pasado mucha agua bajo el puente, pero el laconismo permanece.
Ya no se trata sólo de una manifestación de timidez, aunque algo de esto ha de haber. En los últimos meses, como capitán de Argentina, ha hecho numerosas declaraciones, aunque ninguna para detener las rotativas.
Tampoco es por falta de inteligencia, como lo demostró cuando los periodistas le preguntaron sobre un proyecto del gobierno español para la enseñanza del castellano en Cataluña: la pregunta era muy peligrosa para un extranjero en Barcelona y Messi zafó del brete con elegancia, defendiendo el uso del catalán pero sin rechazar el castellano.
Así, tenemos a un deportista que da tema para hablar torrencialmente, sí, pero muy pocas veces abre la boca y nunca dice algo controvertido.
Lo único que le recordamos en este sentido fue un mensaje sin palabras a José Mourinho, tras marcar un gol en un Barça-Real Madrid en que el banquillo blanco lo había fastidiado: el típico gesto con la mano de "tú hablas demasiado", cuando se dirigía hacia el centro del campo.
Fútbol universal
Al ingresar en el campo de juego, la personalidad de Messi trasciende todas las barreras, proyecta una idea de fútbol universal, que llega a todos pero se engarza a la perfección en el ánimo de los niños.
Cristiano Ronaldo tiene más amigos en Facebook que Messi, pero la diferencia la hacen los adultos, porque el jugador del Barça es más admirado por los niños que el del Real Madrid. O eso intuyo.
Es un misterio, este encantamiento.
Los campeones suelen proyectar una imagen de héroe completo, como deportista y como persona, pero en el caso de Messi la parte personal se diluye: el hombre termina un partido, se va a su casa, saluda a su esposa, besa a su hijo, sorbe un mate y desaparece, como el gato de Cheshire en Alicia en el País de las Maravillas, sin dejar otra pista que su sonrisa.
El gato filósofo
Era un filósofo, el gato de Cheshire, que tal vez hablara del fútbol cuando tuvo el siguiente diálogo con Alicia:
"Yo no quiero estar entre gente loca", dijo Alicia.
"Oh, no puedes evitar eso", dijo el gato: "Todos somos locos aquí. Yo estoy loco. Tú estás loca".
"¿Cómo sabes que soy loca?" dijo Alicia.
"Debes serlo, o no habrías venido aquí".
El mensaje de Messi sobrevuela este mundo de espejismos y neblinas para descender luminoso en la imaginación de los aficionados.
El gato filósofo podría explicarnos la alegoría de la caverna, que Platón cuenta en La República: estamos prisioneros en una caverna y del mundo exterior, donde están las Ideas, la Belleza, el Bien, sólo vemos sombras proyectadas en la pared, deformadas, falseadas, desfiguradas.
Pero en un rincón hay un televisor 3D, como por magia, y los esclavos que estamos allí vemos, en una llamarada, la imagen perfecta, cristalina, pura, de Lionel Messi jugando al fútbol.
El Fútbol, vamos.
Y de repente todos quieren un lugar frente al aparato liberador.
Messi, un solitario aunque esté acompañado, representa al fútbol, el verdadero, la Idea de fútbol puro que nos sostiene cuando vemos sus tristes sombras desfiguradas en la pared de la caverna.
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