El lunes 19 de noviembre de 1888 nació en la instalación militar del Castillo del Príncipe, en La Habana José Raúl Capablanca Graupera. El tiempo sería testigo de cuán lejos llegaría aquel niño prodigio que con apenas cuatro años de edad ya era capaz de comprender las reglas del juego ciencia con una agudeza no propia de su edad. El mismo Capablanca contó: “aprendí a jugar el ajedrez antes que a leer”.
El 17 de noviembre de 1901 dio inicio el primer acontecimiento deportivo del siglo XX en Cuba.
El campeonato nacional de ajedrez tendría como oponentes al experimentado Juan Corzo Príncipe y el niño José Raúl Capablanca.
Corzo comenzó delante tras ganar las dos primeras partidas del match, la segunda precisamente un día como hoy, justo cuando Capablanca cumplía 13 años. En lo adelante el niño prodigio puso de manifiesto su enorme talento y tras disputar 12 partidas, se convirtió en campeón nacional; el más joven de Cuba hasta nuestros días.
Un lustro más tarde se coronó en un torneo de partidas rápidas celebrado en el Manhattan Chess Club en Estados Unidos donde derrotó, entre otros, al vigente campeón mundial Emanuel Lasker, un hombre con quien, en lo adelante, mediría fuerzas en más de una ocasión.
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Las dos primeras décadas del siglo XX marcaron su consolidación ajedrecística. Fue un período colmado de triunfos contra los mejores trebejistas de una época dorada. Incluso llegó a ganar varios premios a la brillantez de juego por la forma tan armónica con que movía las piezas y ganaba sus partidas. Fue entonces cuando jugó un ajedrez más fresco e interesante, demostrando así su colosal superioridad sobre el resto de sus contemporáneos.
En 1921 el genio cubano se convirtió en campeón mundial al derrotar en el match por el título al hasta entonces monarca Emanuel Lasker.
Ya en 1920 el alemán se había percatado del enorme talento ajedrecístico del cubano, y había decidido renunciar al título en favor de este, añadiendo que Capablanca habría ganado, no por la formalidad de un desafío, sino por su brillante maestría.
Pero Capablanca no aceptó ser campeón mundial sin jugar apenas una partida, por lo que ambos trebejistas pactaron el duelo a celebrarse en La Habana. Luego de catorce fechas, y con ventaja de cuatro puntos en favor del cubano, el 21 de abril Lasker anunció su decisión de retirase del torneo.
La hegemonía de Capablanca fue tanta que se proclamó campeón mundial sin perder apenas una partida, poniendo fin a 27 años de reinado del alemán. Pudo haberle pasado factura el clima al europeo, pero lo cierto es que el Mozart del ajedrez demostró que su profunda comprensión de la estrategia era muy superior a lo que se sabía hasta entonces.
El cubano ganó fiel a su estilo de juego, con una comprensión posicional única e irrepetible, y pasó a la historia como el tercer campeón del mundo, título que perdió en 1927 ante Alexander Alekhine, quien nunca le daría la revancha.
No obstante, en el debut de Cuba en una Olimpiada Mundial de Ajedrez, acontecido en Buenos Aires en 1939, Capablanca consiguió la medalla de oro al mejor primer tablero, por delante del propio jugador ruso.
José Raúl Capablanca fue un jugador excepcional, con un talento natural y una maestría ajedrecística nunca antes vista. Sin dudas, un hombre muy adelantado a su tiempo.
Su profunda comprensión de la estrategia era muy superior a lo que se sabía hasta entonces. Sus mejores partidas son consideradas un paradigma de la sencillez de los genios, verdaderas obras de arte. A la luz de nuestros días, se hace imposible comprender el mundo de los trebejos sin mirarlo con los ojos de ese fuera de serie que nació el 19 de noviembre de 1888.
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