¿Cómo fue la inauguración?
Los Juegos Olímpicos del Centenario cobraron vida con una ceremonia de cerca de cuatro horas que tuvo momentos brillantes y emotivos. Carente de Disney —el elemento distintivo de otros eventos norteamericanos—, el acto en sus mejores momentos recordaba más a Spielberg, entre las mariposas humanas, los muñecotes estilizados y el bello espectáculo del Partenón, semejando el templo de Zeus y con elementos que agigantaban las imágenes y que mezclados con otros recursos ofrecían una realidad virtual.
Demasiado monótono resultó el desfile de las 197 naciones o comités olímpicos nacionales participantes, porque además de que no contó con la agilidad necesaria, el público no lo animó como suele ser habitual en otros confines y, carente de aplausos, los atletas fueron llenando la pista del estadio.
Tanta energía contenida se desató cuando entró la delegación de los Estados Unidos cerrando el desfile, después de alrededor de hora y media de haber comenzado. La única delegación que tuvo un significativo aplauso además de la anfitriona fue la de Georgia… porque también es el nombre del Estado al que pertenece Atlanta.
Momento de gran emoción fue cuando se homenajeó a los atletas más destacados de los Juegos Olímpicos y subieron al escenario Bob Beamon, el saltador de leyenda en México-68; Mark Spitz, también norteamericano, el nadador de Munich-72; Nadia Comaneci (Rumania), la gimnasta que encantó a Montreal-76; Teófilo Stevenson, el más destacado de Moscú-80; Carl Lewis, el gran atleta de Los Ángeles-84; Grec Louganis, clavadista norteamericano por Seúl-88 y el gimnasta belorruso Vitali Sherbo, por Barcelona-92.
Luego de las palabras de William Porter “Billy” Payne, presidente del Comité Organizador de Atlanta y de Juan Antonio Samaranch, titular del COI, el presidente del país sede, Bill Clinton, dejó oficialmente inaugurados los Juegos de la XXVI Olimpiada.
La ceremonia de la antorcha olímpica fue otro bello espectáculo, en el que intervinieron destacados y famosos deportistas. Si Holyfield, el boxeador profesional, un ídolo porque reside en Atlanta, se llevó sonada ovación, luego que la antorcha fue pasando por otras luminarias, se quebró el medidor de aplausos cuando al lado del pebetero la recibió nada menos que Mohamed Alí.
Prendida la llama, fue subiendo como si se tratara de una pelota de baloncesto y en forma de canasta penetró en el pebetero. Desde el 20 de julio ardió en el Estadio Olímpico hasta el 4 de agosto, día de la ceremonia de clausura.
AVENTURAS DE UN REPORTERO EN ATLANTA
Madrugó, porque quería ir a varios eventos ese día. Su lugar de residencia dista entre 30 y 40 minutos del centro… una vez dentro del ómnibus de los juegos, de afiliación religiosa: viene “cuando Dios quiere”.
Solo tres cuartos de hora de espera y allí está el flamante ómnibus refrigerado, contrastando con el calor abrasante de estos días a pleno sol. “Bueno, todavía es temprano”, piensa el reportero. Pero cuando el sofisticado “camello” del primer mundo entra en el perímetro urbano, se acuerda de Carlos Ruiz de la Tejera.
Piensas que vas a bajarte… ¡que inocente! No es porque haya aglomeración de personas. Es porque el tranque es tremendo y a veces en 15 minutos no se mueve una rueda. Cincuenta minutos más tarde solo han quedado atrás 300 metros y el reportero decide seguir el resto del trayecto a pie, acción en la que le secundan reporteros y reporteras, fotorreporteros y fotorreporteras de otras nacionalidades.
Caminar, es lo de menos. Lo enjundioso sucede cuando el reportero y otros muchos reporteros están frente a la instalación, luego del acceso a ras de calle, que incluyó encendido de computadora para los redactores y revisión de cada cámara y lente para los fotógrafos. Ahí están las puertas, la instalación del otro lado…, pero no es la vía de acceso.
Comienza entonces un peloteo olímpico. El reportero y otros reporteros caminan como dos kilómetros en un tramo de 400 metros, subiendo y bajando escaleras mecánicas, hasta que un camarógrafo, en violento arranque de ira, lanza una cámara contra el piso. Cuando un camarógrafo tira una cámara, no le quepa dudas de que está muy bravo.
De repente el reportero llega a una de las tres salas de competencia a las que pensaba asistir en el día, pero cuando mira el reloj se da cuenta de que se le escapan las otras dos.
Conversaba el reportero con Rosa, espadista española, en la sala destinada a la esgrima, cuando entra un compatriota de ella, entrenadora de tenis de mesa, a paso rápido porque han desalojado urgente esa sala contigua, ante la amenaza de una bomba.
Es buen momento para irse a otro deporte, amén de que la esgrima acababa de concluir la fase clasificatoria. Pero tendría que ser uno de los deportes concentrados en el Georgia World Congress Center, porque tomar un transporte para otra instalación significa muchas emociones en poco tiempo.
En esta XXVI Olimpiada participan alrededor de 10 260 competidores, y hay unos 15 000 periodistas de todos los medios, la gran mayoría de radio y televisión, así como cerca de un tercio de prensa escrita, incluyendo agencias de noticias, por lo que no es fácil hacerse de un lugar en el espacioso centro principal de prensa para el reportero que llega, computadora en ristre.
Cuando sale del aire acondicionado, otra vez el sofocante calor. El entra y sale es constante, pues solo no hay aire acondicionado a cielo raso, pero así y todo existen lugares en los que hay rejillas por las que brota una brisa gélida. Esto ha dislocado más de una garganta, incluyendo las de los reporteros.
Intentaba asistir el reportero a una final de natación por la noche, pero resulta que hay finales para las cuales no basta con la credencial olímpica sino que además hay que tener boleto, que había que gestionar bien temprano, cuando sorteaba molinos de viento.
Hora del regreso. De nuevo un ómnibus “trompo” hasta la base para hacer el cambio por el que ha de llevarlo a casa. De nuevo la aventura del traslado. Aquí venden ventiladores de mano en las calles, pero más le valdría a los reporteros comprar televisores para estar al tanto de la Olimpíada en esas cuatro horas o más que se le van al día entre la espera y la transportación.
Estas son parte de las aventuras de un reportero en Atlanta. Si quiere pensar que se trata del autor de estas líneas, sencillamente usted no es un mal pensado.
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