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viernes, 15 de noviembre de 2024

Vuelta a la Cordura

Los anuncios de Raúl Castro y Barack Obama en torno a las relaciones bilaterales entre La Habana y Washington son una victoria de la sensatez.

Cubahora en Exclusivo 17/12/2014
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Las simultáneas intervenciones públicas de los presidentes Raúl Castro, de Cuba, y Barack Obama, de los Estados Unidos, ocurridas este miércoles 17 de diciembre, apuntan a dar un giro a las escabrosas relaciones bilaterales signadas por la irracional agresividad de Washington contra La Habana desde hace más de medio siglo.

Luego de largos meses de negociaciones realizadas en Canadá y el Vaticano, y con la activa participación del Papa Francisco, ambos gobiernos convinieron la liberación del titulado contratista norteamericano Alan Gross, condenado por labores subversivas en la mayor de las Antillas, y de los tres combatientes antiterroristas cubanos Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y Ramón Labañino, encarcelados por más de 17 años en prisiones estadounidenses.

Junto a esa decisión, La Habana y Washington asumieron además establecer relaciones diplomáticas plenas y encaminar sus políticas al mejoramiento de los vínculos mutuos, en un clima de absoluto respeto y en el espíritu, muchas veces proclamado por Cuba, de convivir civilizadamente a pesar de las diferencias.

Con este paso, el presidente Barack Obama da cumplimiento a una de sus tantas promesas electorales pendientes, entre las que se encontraba precisamente un cambio de actuación oficial con respecto a la Isla.

Y aún cuando la medida llega a mediados de su segundo y último mandato, no deja de tener una fuerte significación el hecho de que la justificase mediante el reconocimiento público de que la línea agresiva de los Estados Unidos contra Cuba a lo largo de más de media centuria es un rotundo fracaso, y que no será mediante el pretendido colapso de la mayor de las Antillas y los acendrados sufrimientos de su pueblo que se logrará ningún cambio interno en el país vecino.

En consecuencia, Obama parece decidido a aplicar todos los mecanismos legales para dar un vuelco paulatino a la vieja e inefectiva actuación oficial norteamericana con respecto a la realidad cubana, y en ese sentido se refirió en concreto al uso de enmiendas legales que apunten a la flexibilización de los nexos bilaterales.

Y aún cuando la proyección de este giro razonablemente objetivo de la Casa Blanca se produzca en medio de la caída de la popularidad de Obama, de un renovado control republicano sobre el legislativo, y de la premura demócrata por intentar asegurarse la continuidad en la Oficina Oval luego de concluido el  último mandato del primer presidente de raza negra en la historia nacional, no por ello semejante transformación deja de tener trascendencia en el vuelco de una larga historia de enconos imperiales empeñados en poner de rodilla a una nación considerada históricamente por la ultraderecha norteamericana como una “extensión natural” de la primera potencia capitalista.

Lo cierto es que lo ocurrido este 17 de diciembre de 2014 en torno a los escabrosos vínculos cubano-norteamericanos en los últimos once lustros, y que si dudas todavía tendrá un amplio seguimiento entre expertos y analistas de los más variados tintes, podría adquirir con toda justicia el calificativo de “acontecimiento histórico” si al final del camino conduce al establecimiento entre La Habana y Washington de un clima constructivo, equitativo, respetuoso y fluido, una de las tantas aspiraciones de los cubanos y de su vocación nacional de paz y de lazos globales justos constructivos.


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