Mientras ahora mismo el Israel sionista pretende enseñorearse sobre la Franja de Gaza, los golpistas de Kiev masacran a la población del Este ucraniano, y los círculos imperiales de poder pretenden volar la cabeza de quien se oponga a sus pujos hegemónicos, la humanidad ha llegado al centenario de la primera gran matanza planetaria, un cruento episodio bélico de pura cuna reaccionaria.
¿Cabeza dura esta especie “inteligente” que fue capaz de tamaña locura universal, repetida en grande apenas tres decenios después, y reproducida casi permanentemente a más reducida escala en cada esquina del orbe hasta estos, nuestros nada calmados días?
En todo caso, producto el histórico desmadre global -con sus elevadas cuotas de muerte y destrucción- de la vigencia de la filosofía del despojo como única consideración válida para quienes, desdichadamente, tuvieron y tienen poder suficiente para hacernos a todos una candente antorcha.
Porque la causa de la Primera Guerra Mundial, cuyos cien años se recuerdan por estos días, no fue precisamente el complot que terminó con las vida del archiduque Francisco Fernando de Austria y de su esposa, Sofía Chotek, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914 a manos del joven estudiante nacionalista serbio Gavrilo Princip. En todo caso el magnicidio fue apenas el gatillo.
Las verdaderas causas de un incendio que involucró a decenas de países, cobró unos diez millones de muertos, y contrariamente a los gustos de sus promotores, trajo al mundo al primer estado de obreros y campesinos de la historia en el otrora imperio ruso, no fueron otras que los celos y disputas de los poderosos por poseer más a cualquier costo.
Ni patriotismo ni altruismo, como decía la propaganda de entonces para movilizar a millones de ciudadanos a morir en las trincheras. Solo ambiciones netamente sectoriales entre las potencias que decenios atrás habían implementado el “reparto asimétrico” del globo terráqueo en áreas coloniales.
Y la gente fue a morir como moscas mientras, entre otras cosas, los grandes empresarios norteamericanos amasaban fortunas a cuenta de una prolongada “neutralidad” que dejaba margen para negociar con cualquiera de los contendientes (solo rota a favor de la ENTENTE cuando el conflicto estaba virtualmente definido), los grandes imperios europeos se masacraban mutuamente para definitivamente dejar espacios involuntarios al nuevo poder de Norteamérica, y las colonias devenían campo de batalla a cuenta de pugnas totalmente ajenas a los autóctonos y a sus urgencias reales.
Finalizada la contienda se habló entonces de que nunca volvería a repetirse semejante bacanal de muerte y destrucción. Apenas el pretexto para dejar sentado que para los “vencedores” el cuadro global resultaba ideal e inamovible, porque en el fondo el expansionismo y la revancha nunca se tomaron un descanso.
La Segunda Guerra Mundial, que dio paso a la peligrosa era armamentista nuclear, fue el más claro ejemplo de que nada había cambiado en la corteza cerebral imperialista.
De manera que a un siglo de un episodio bélico que algunos -bajo las fanfarrias y oropeles de turno- todavía han intentado celebrar como contienda justa y patriótica, el planeta no ha dejado de ser una suerte de matadero donde los mismos bajos sentimientos y recelos que impulsaron la Primera Guerra Mundial siguen intactos entre buena parte de aquellos que, desgraciadamente, tienen toda la fuerza como para reeditarlos, ahora con el uso de una tecnología asesina de altos quilates.
Cese la filosofía del despojo y cesará la filosofía de la guerra, dijo Fidel Castro en una de sus comparecencias ante la Asamblea General de la ONU.
Y sin dudas ahí radica la fórmula para que sucesos devastadores como los que por estos días cumplen aniversario, resulten definitivamente netas pesadillas irrepetibles.
Mercy
5/8/14 17:54
Y el mundo igual o peor..será qué no aprendemos las lecciones que nos da la vida y la Historia?
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