¿Por qué obviar en ocasiones el uso de las palabras que, desde su retorcida perspectiva, el hegemonismo gusta utilizar como justificantes para proyectarse como adalid del respeto al hombre y sus derechos?
Con más razón cuando hay términos precisos y tajantes que, por su significado y contenido, le encajan perfectamente a ciertos personajes y tendencias pretendidamente intocables en este, nuestro convulso planeta.
De ahí que decir que el régimen sionista es un terrorista nato no resulta contraproducente ni incierto. Y ni siquiera por lo que ahora mismo acontece en la Franja de Gaza, sino por su propio devenir histórico y la manera en que procuró la instauración de un pretendido hogar judío en el corazón del Oriente Medio.
Y es que si, por definición, ser terrorista es imponerse a los demás sobre la base de la crueldad, la impiedad, la deshumanización y la violencia sin límites, qué otra cosa ha hecho y hace el sionismo contra el pueblo de Palestina.
Solo que se trata de esa modalidad de “terrorismo” que no es condenable por los autotitulados “cruzados globales” contra tan brutal y deleznable manifestación.
Y las pruebas contra Tel Aviv no escasean, por cierto.
Según datos de última hora revelados por la inoperante Organización de Naciones Unidas y varias entidades defensoras de los derechos humanos, durante las recientes operaciones militares israelíes contra la Franja de Gaza las tropas invasoras han cometido severas violaciones de las leyes de la guerra.
Las propias fuentes precisan que ello se traduce en la masacre contra la población civil palestina, especialmente su niñez, y en los destructivos, sangrientos e indiscriminados ataques contra escuelas, hospitales, centros de protección de civiles y campos de refugiados, bajo el burdo pretexto de eliminar a combatientes de la resistencia árabe.
Acciones que, dicho sea de paso, los Estados Unidos se ha negado a condenar, según se desprende de un estudio de las alocuciones hechas por la Casa Blanca a la prensa sobre las situación en Gaza en al menos las últimas tres semanas.
Porque, ciertamente, aducen analistas, no existen mayores diferencias entre la saña y la ojeriza que contra la población palestina despliegan los poderes sionistas, y las que desatan contra sus víctimas los militantes de Al Qaeda y de otros grupos extremistas de confesión islámica, los mismos que no pocas veces sus progenitores occidentales han debido zurrar por pretender desplegar sus propias alas.
No obstante, y a pesar de sus prácticas terroristas, lo cierto es que la prolongación de acciones sionistas en Gaza no es el paseo militar que originalmente se planeó en las oficinas del primer ministro Benjamín Netanyahu.
Hace apenas unas horas, por ejemplo, el ex jefe del ejército sionista Shaul Mofaz afirmaba que “nuestras tropas han fracasado en su ofensiva contra la Franja de Gaza”, toda vez que en los más de treinta días de lucha, unos seis mil misiles de los guerrilleros de Hamas han hecho impacto en territorio israelí.
Para el ex titular, otro fiasco ha sido el publicitado sistema de protección anticoheteril Cúpula de Hierro, cuya efectividad contra los proyectiles palestinos es de apenas ocho por ciento.
A estas alturas, insistió Mofaz, es evidente que estos pobres resultados están influyendo severamente en la moral de los atacantes, y que cada vez son más los que creen que el ejército no logró conseguir sus objetivos para acabar con el Movimiento de Resistencia Islámica Palestina Hamas.
No obstante, terroristas al fin, los dirigentes sionistas persisten en sus altares de fuerza, como si las operaciones bélicas marcharan sobre pétalos de rosa, y la muerte y la destrucción masivas entre los palestinos de Gaza no fuesen un despiadado asalto a la conciencia y la integridad humanas.
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