En efecto, el hecho de que los ciudadanos de Donetsk y Lugansk hayan aprobado masivamente el pasado domingo la autonomía de ambas regiones con respecto a las autoridades golpistas de Kiev, añade nuevos tintes a un conflicto que, aupado desde Washington y sus restantes aliados de Occidente, parece definitivamente escapado de las manos de sus ladinos promotores.
De hecho vale resaltar un primer aspecto clave. A ambas consultas asistieron cifras elevadísimas de votantes que, en su aplastante mayoría, se niegan a reconocer a los neofascistas instalados en la capital ucraniana, los cuales, dicho sea de paso, no han sido ratificados jamás en consulta abierta con la población, por lo que constituyen un neto gobierno de facto.
En consecuencia, a pesar de las rabietas de los golpistas y sus aliados, desde el punto de vista político, las proclamadas administraciones autónomas tienen un origen absolutamente democrático, ingrediente que, sin embargo, brilla por su ausencia en el ascenso al poder de quienes en Kiev afirman ser “gobierno nacional”.
Por añadidura, los este ucranianos que han decidido optar por la independencia de sus respectivas regiones, no obedecen a las ambiciones separatistas de grupos de poder empeñados en ganar espacios y recursos para beneficio propio.
Tampoco constituyen una minoría terrorista que manipuló la consulta a punta de pistola, y mucho menos han sido organizados y utilizados por codicias imperiales externas.
En todo caso, la demanda de autonomía deviene en urgente garantía para la vida y la existencia pacífica de una mayoritaria ciudadanía de origen ruso que ve amenazada su supervivencia a partir de la presencia en Kiev de fuerzas xenófobas al estilo de las que auparon a Adolfo Hitler en la Alemania Nazi, y que ya han probado su odio visceral mediante horrendos crímenes como la quema de decenas de opositores atrapados en un edificio público de la ciudad portuaria de Odessa.
De ahí que, por encima de las negativas campañas mediáticas externas, la legitimidad se desborda por si sola de los referendos realizados hasta el presente en Ucrania del Este, y sus resultados, pesen a quienes le pesen, no pueden ser negados como el genuino producto de una amplia voluntad popular.
Algo que dista mucho, por ejemplo, de otros ejercicios “legales” ejecutados bajo la iniciativa y la tutela de las fuerzas hegemonistas globales, que han llevado a la fragmentación forzosa y violenta de naciones enteras, como es el caso de Yugoslavia.
Por otra parte, no deja de llamar la atención el reiterado y airado aviso de las autoridades norteamericanas de que no reconocerán bajo ningún concepto la voluntad de los pobladores de Ucrania oriental, toda vez que –aducen- se trata de un intento por “desmembrar” a esa ex república soviética, necesitada en cambio de un “fuerte gobierno central” sobre cuyos orígenes ilegales nada se dice ni se analiza públicamente.
Y resulta curioso, porque precisamente la historia política norteamericana ha sido en gran medida la pugna y la ojeriza de los colectivos estaduales, de condados y hasta de ínfimos poblados, para evitar lo que tradicionalmente llaman “el exceso de intromisión del gobierno nacional” en sus asuntos particulares.
De hecho, una rápida revisión a la estructura institucional norteamericana muestra las amplias facultades que asisten a los poderes regionales de cualquier dimensión para dictar leyes, disposiciones y medidas propias, que no pocas veces desdicen y chocan con lo que se postula desde la mismísima Oficina Oval.
Por último, vale insistir en que la constitución de gobiernos locales elegidos libremente por la población en Ucrania del Este establece nuevas figuras políticas e institucionales que ya no pueden ser pasadas por alto en cualquier negociación inmediata o mediata sobre la actual crisis nacional.
A la vez, el respaldo popular masivo a una autonomía que ya cobra formas tangibles, complica de muchas maneras la campaña de guerra que intentan los golpistas y sus cómplices, porque el cuento de que se trata de eliminar terroristas aislados ya no será tan fácil de entronizar entre una opinión pública internacional que ya tiene amplias y traumáticas experiencias en lances similares.
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