Si Washington y el resto de sus aliados de Occidente asumen que efectuadas las elecciones de este 25 de mayo en Ucrania todo marchará viento en popa en esa ex república soviética, para la mayoría de los observadores políticos el explosivo asunto apenas se ha movido un ápice.
El vencedor de la controvertida lid, signada por la parcialidad, la violencia y la arbitrariedad para excluir de las boletas a candidatos “incómodos”, y realizada además en medio de la continuación de la titulada “operación antiterrorista” contra el Este pro ruso y la casi total ausencia en las urnas de los habitantes de esa parte del país, fue el magnate Piort Poroshenko, dueño del consorcio nacional de elaboración de chocolate, con una fortuna personal que se dice supera los mil 300 millones de euros, y principal financista de los grupos de derecha que en febrero último depusieron al gobierno del presidente Víctor Yanukóvich.
En pocas palabras, un hombre afín a los planes norteamericanos de sentar plaza sobre la misma frontera con Rusia, que junto a China conforma el “dúo maldito” que “obstaculiza” el desarrollo pleno del hegemonismo Made in USA sobre el planeta.
No obstante, en sus más recientes declaraciones, y sin dudas en el intento mediático de dorar su imagen de pro occidental convencido, Poroshenko se confesó partidario del ingreso inmediato de Ucrania en la Unión Europea, admitió un “compás de espera” para acceder a la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, habló de gestionar arreglos con Rusia sin admitir la reciente adhesión de Crimea y Sebastopol a Moscú, y se inclinó verbalmente a programar nuevos referendos en el Este ucraniano para “escuchar las preferencias” de sus pobladores.
Solo que el universo local sigue siendo difícil, complejo e incierto en todos los sentidos.
Sumarse a la UE no es una solución a los duros problemas internos ucranianos, y los socios más defenestrados de esa bamboleante entidad regional lo conocen de primera mano.
Por otra parte, el caos en el Este no da muestras de ceder. Los ataques militares dirigidos por Kiev contra los federalistas con el uso de bandas neonazis, la resistencia de los grupos que aspiran a la autodeterminación, y el surgimiento de bandas pagadas y organizadas por magnates y aventureros de toda suerte, hacen de la inseguridad y la violencia una carta de primera mano difícil de extirpar.
Únanse a este panorama las tensiones con Rusia, lógicamente alarmada por la irrupción de Occidente sobre sus divisorias, y las severas complicaciones energéticas que eso implica para Ucrania, un país dependiente de las compras de gas a un Moscú que, por demás, acaba de suscribir con China el suministro masivo de ese carburante al gigante asiático.
Por añadidura, y tal vez como uno de los datos más significativos sobre la controvertida validez de lo ocurrido en Ucrania este 25 de mayo, está el hecho de que, según fuentes periodísticas, de una nómina de posibles votantes ascendente a 35 millones de personas, apenas 17 por ciento concurrió a las urnas, lo que cuestiona el carácter de “producto de la voluntad mayoritaria” que se le pueda atribuir a un gobierno nacido en tales circunstancias.
En consecuencia, Poroshenko, que estuvo vinculado a casi todos los gobiernos de la Ucrania post soviética, y gracias a cuyo dinero los manifestantes derechistas de la plaza Maidán, en Kiev, “contaron con comida, ropa, tiendas de campaña, calefacción y materiales para construir las barricadas”, será, al decir del nada liberal rotativo español ABC, “el hombre que empuñará el timón de una nave destartalada y que navega en medio de una fuerte tempestad.”
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