Otra vez las autoridades derechistas de Kiev, a instancias y con la segura anuencia de sus aliados de Washington y el resto del occidente imperial, retoma el camino de la guerra como pretendida fórmula para, según su discurso mediático, “defender la integridad nacional y frenar la agresión rusa.”
En efecto, en los últimos días unidades militares ucranianas, mediante el uso de potente artillería, blindados y apoyo aéreo, han intentado penetrar en la región Este del país, donde los milicianos independentistas, en gran mayoría de origen ruso, pretenden desligarse de un régimen de probada inclinación xenófoba, entreguista y neofascista.
De manera que, nuevamente- y vale reiterarlo una y otra vez por corresponderse con una noria maldita- las autoridades del gobierno que encabeza el ladino presidente Piort Poroshenko, hacen caso omiso a sus propios compromisos de lograr una solución negociada al prolongado y costoso conflicto interno, y privilegian el derrotero de la muerte y la destrucción.
Porque, ciertamente, la opción por la agresividad como política central y básica de Kiev está echando por tierra todos los sensatos esfuerzos de paz que se han venido originando en la zona, tanto por iniciativa de Moscú, como de otros entes regionales que no desean un foco de tensiones permanente en la zona.
Es el caso de los acuerdos adoptados tiempo atrás en Minks, la capital de Bielorrusia, mediante los cuales los golpistas ucranianos se comprometieron a establecer un cronograma de negociaciones con la milicias del Este, de manera de edificar un clima de paz y dar respuesta a las demandas de amplia autonomía y seguridad que reclaman los ciudadanos de origen ruso y no pocos ucranianos descontentos con el avieso giro nacional.
Sin embargo, a pesar de una retórica que supone seriedad y apego a lo acordado, lo cierto es que para el gobierno de facto la “gran solución” solo radica en el sometimiento de los titulados “rebeldes”, y en el establecimiento de un contexto de permanentes tensiones sobre las fronteras rusas, tal como lo han decidido los círculos más agresivos de Occidente.
Porque quienes hoy se aposentan en Kiev y dicen representar “la dignidad nacional frente a las apetencias del Kremlin y sus instrumentos agresivos”, no son más que la maquinaria creada, pagada, entrenada y lanzada al ruedo por los intereses hegemonistas globales, los mismos que luego de la desaparición de la Unión Soviética y el socialismo este-europeo, se juraron no permitir el resurgimiento de nuevas potencias mundiales, mucho menos de signo y criterios adversos a las ínfulas absolutistas.
Por tanto, la Ucrania derechista no admite ni admitirá remedios sensatos y equitativos. Su papel ya está signado desde el oeste, y los premios prometidos (integración a la Unión Europea y a la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte) reclaman de la indecencia y la engañifa multiplicadas.
Solo que otros factores internos empiezan a tomar relevancia en el asunto, junto a la resistencia enconada del Este y la hábil diplomacia y actuación de Rusia.
Y se trata de la indignación y el resquemor que va generando entre muchos ucranianos el costo de las aventuras militares de Kiev y la progresiva aplicación de medidas económicas y sociales dictadas desde el exterior como condicionantes para la pretendida suma del país al “universo occidental.”
Y lo ejemplifican, por ejemplo, las recientes y airadas protestas de madres y familiares de jóvenes llevados a combatir de forma obligatoria contra sus hermanos mediante el reclutamiento forzoso, ordenado por un cuerpo castrense lastrado por los fracasos en el campo de operaciones y por las constantes deserciones de combatientes que han pasado incluso al bando contrario.
El nuevo llamado a filas ha encontrado un inusitado y enconado rechazo que se materializa en la quema masiva de citaciones en las calles de las ciudades ucranianas, y en la no presentación en los puntos de concentración de no pocos conscriptos.
Como decía una madre a gritos ante las cámaras de la televisión, su hijo no morirá por la pretendida gloria de una Ucrania de derecha que no vale la pena.
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