A un cuarto de siglo de la independencia de Namibia del titulado “mandato sudafricano”, en 1990, no pocos textos e “interpretaciones mediáticas” sobre aquellos hechos insisten en presentar una controvertida historia de los acontecimientos que rodearon aquel paso histórico para una región del mundo donde el colonialismo y la injerencia imperial han dejado violentas marcas en su devenir.
Y al igual que ahora, por ejemplo, se pretende negar el papel decisivo de la ex Unión Soviética en la derrota del nazi fascismo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, también se publican textos y se emiten criterios totalmente sesgados sobre el proceso de luchas que llevó a liberar a Namibia y deponer al régimen racista de Africa del Sur en la última década del pasado siglo.
Y en el mejor de los casos, al decir tal propaganda, se habla de ese cambio trascendente a partir del “éxito de la presión internacional” sobre el régimen del aparthaid, como si los pueblos de la zona no hubiesen luchado a brazo partido contra la dominación racista e imperialista, y el crucial factor de la presencia de las fuerzas internacionalistas cubanas en el área resultara inexistente o nulo.
Porque vale recordar que miembros influyentes de esa titulada “comunidad internacional”, como los Estados Unidos y sus restantes aliados occidentales, vetaron por años todo intento de establecer condenas y sanciones contra los regímenes segregacionistas de Rhodesia (hoy Zimbabwe) y Sudáfrica, a la que además utilizaron como punta de lanza (ese era su designado papel desde mucho antes) para intentar cercenar el triunfo popular en las ex colonias portuguesas de Africa, y esencialmente en Angola.
Sudáfrica llegó a contar incluso con armas nucleares, cuya tecnología llegó desde ese Occidente opuesto a los movimientos progresistas africanos, con la desbordada asesoría de los sionistas israelíes, que todavía hoy almacenan cientos de bombas atómicas ajenas a todo control internacional.
Y los citados textos, no faltaba más, ni siquiera hablan de Cuba, de las decenas de miles de internacionalistas que cruzaron el Atlántico para entregar su esfuerzo y sus vidas en los combates por frenar la agresión sudafricana y de grupos fantoches locales a la naciente República Popular de Angola, y que a fines de los ochenta, en combates decisivos junto a sus hermanos angolanos y namibios, expulsaron a los últimos soldados racistas del agredido país y obligaron a la soberbia Pretoria a abandonar definitivamente Namibia, que por primera vez en su historia colonial de más de tres siglos comenzó a pertenecer a sus hijos naturales.
En l990, la Organización Popular de Africa Sudoccidental, SWAPO, con su líder Sam Nujoma, ocuparon la dirección de un nuevo país, luego de que la victoria militar de Cuito Canavale, en Angola, librada por efectivos cubanos, de las Fuezas Armadas Populares para la Liberación de Angola, FAPLA, y de la propia SWAPO, quebraron el espinazo a los racistas y sus compinches locales, para abrir entonces un proceso de negociaciones que, concluido en la sede de la ONU con la presencia, entre otros, de un importante grupo de jefes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, terminaría con el dominio sudafricano en Namibia y aceleraría el triunfo electoral, en 1994, del recién liberado (luego de 28 años de cárcel) Nelson Mandela, investido como el primer presidente negro en la historia de la ex Sudáfrica segregacionista.
Desde luego, no faltó en todo momento en esta epopeya la solidaridad de las fuerzas progresista del mundo con la causa de Namibia y del pueblo negro sudafricano, que muchas veces se expresó no solo en los debates diplomáticos, sino además en marchas, demostraciones y acciones populares en las más diversas ciudades del planeta, y que, ciertamente, también presionaron a favor del cambio sustancial que se originó en el Cono Sur africano con el triunfo de las operaciones militares internacionalistas en aquella zona.
No por gusto, y es algo que los revisionistas de la historia deberían tomar en cuenta en sus “análisis”, resultan la franca amistad, la amplia confianza y la presente solidaridad mutua, aspectos tan relevantes en las actuales relaciones de Cuba con Nambia, Sudáfrica y los restantes gobiernos del esa región.
No por gusto tampoco la insistencia africana en proclamar la hermandad permanente con los cubanos y el rendir continuo tributo a los hijos de la Isla que, fusil en mano, cayeron y triunfaron para materializar en Africa uno de los más trascendentes giros políticos de su historia.
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