Durante tres décadas de conflicto armado la inseguridad general somalí redujo significativamente las posibilidades de supervivencia de sus nacionales, también amenazados de muerte hoy por la más severa sequía de los últimos 40 años.
El país sufre una de las peores secuelas de la inestabilidad climática –cuatro temporadas de escasas lluvias impidieron cultivar tierras y nutrir al ganado- que colocan en riesgo de perecer por hambre a unos 350 000 niños, el segmento más vulnerable de la población, mientras se pronostica una quinta etapa de estío.
Alrededor de 7,1 millones de personas –de ellas 1,5 millones de pequeños- están expuestas a altos niveles de inseguridad alimentaria aguda entre este mes y septiembre próximo, incluidas más de 213 000 que enfrentarán lo que se identifica como hambre catastrófica en caso no recibir urgentemente ayuda.
Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), unos 386 000 niños somalíes experimentan hoy desnutrición grave, peligrosa de no acceder a tratamiento, mientras que en las zonas más afectadas escasean los servicios inmediatos de salud y las instalaciones dedicadas a la atención médica resultan insuficientes.
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El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) reportó que poco más de 70 000 menores de edad requieren alimentación terapéutica, a fin de ofrecerle con celeridad un soporte de vida y se teme que muchos de ellos entren irremediablemente en fase de autofagia.
Lo que ocurre en el país del Cuerno de África es una combinación mortal de factores inherentes al subdesarrollo, que le limita tener instrumentos para al menos paliar los embates de una naturaleza inestable, cuyo comportamiento causó 250 000 muertos en 2011, marcado como un año histórico de sequía.
La incontrolable situación de seguridad en Somalia la empeora hoy las consecuencias de la Covid-19, el peligro de hambruna y el deterioro climático. (Tomada de aa.com.tr)
Somalia, un Estado elementalmente ordenado antes del conflicto armado concluido en 1991 con el derrocamiento del presidente Mohamed Siad Barre, protagonizado por alianzas guerrilleras, desde aquel evento bélico se sumió en el caos con la consecuente irracionalidad institucional y su repercusión en la seguridad ciudadana.
La reciente reelección de Hassàn Sheikh Mohamud como gobernante acontece en medio del complejo contexto de un conflicto bélico intermitente contra la guerrilla de Al Shabab –los Jóvenes- y una sequía despiadada, dos variables para las cuales deberá concebir soluciones: una política y la otra de emergencia humanitaria.
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Esa situación se inserta en el plan estratégico de Estados Unidos que considera prioridad bombardear con drones a los insurgentes y no con víveres a poblaciones con hambre prolongada, porque el guión es resguardar los buques que transportan petróleo por el litoral somalí y no proteger a niños desnutridos al borde de fallecer.
La alarma humanitaria llegó tras la ONU solicitar 1 500 millones de dólares para enfrentar la crisis con urgencia, sin embargo solamente recibió hasta ahora 400 millones, mientras agencias de auxilio demandan el apoyo de los líderes de las naciones donantes, principalmente los países del G7, las siete mayores economías del mundo.
Una explosión de decesos infantiles acecha al Cuerno de África, si el mundo se centra solamente en la guerra en Ucrania y no actúa ya, declaró Unicef ante el desequilibrio respecto al interés que requiere la situación somalí en el ámbito internacional.
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