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lunes, 25 de noviembre de 2024

Sobre las brasas

Aún cuando la reciente disputa ha bajado públicamente sus tonos, la Península Coreana sigue siendo un horno bélico...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 09/05/2013
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Cerca de puas y Bandera NorCoreana
El conflicto ha bajado su tono mediático pero sigue latente.

Y no se trata esencialmente de que Corea del Norte anuncie pruebas de tiro y hasta el despliegue de misiles que presuntamente llegarían a territorio norteamericano, o que hable de sus particulares avances en el manejo del arma nuclear. Porque, en buena medida, tales dimensionados poderíos poseen, a juicio de más de un observador, mucha más carga de voluntarismo que de realidad.

De manera que la extensión hasta nuestros días del grave peligro de una nueva guerra en el ámbito coreano tiene otras marcas de fabricación y una data que se remonta a sesenta y ocho años atrás, cuando el país quedó divido al término de los combates de la Segunda Guerra Mundial.

Entonces las dos grandes potencias de la época, la Unión Soviética y los Estados Unidos, ocuparon el Norte y el Sur respectivamente a tono con el avance territorial de sus fuerzas ante el derrotado militarismo japonés. Para dos años después, 1947, y según lo pactado, las tropas extranjeras deberían salir de la península y los coreanos decidirían su suerte. Moscú cumplió el trato, pero Washington lo desestimó. Le era intolerable perder una base de operaciones casi sobre las fronteras de la URSS y de la nueva China.

Vendría luego la agresión militar imperialista al Norte en 1950 y su término en 1953 con la firma de un armisticio —que no acuerdo de paz— vigente hasta hoy y causante de una constante de tirantez mutua que ha permitido al Pentágono mantener en el Sur entre 25 000 y 40 000 efectivos, bases bélicas de todo tipo, y fuertes arsenales de armas atómicas, amén de programar sucesivos y provocadores ejercicios castrenses, que en su edición de marzo último incluyeron el inusitado vuelo de bombarderos B-2 Stealth con capacidad nuclear y el envío al área de aviones de combate no detectables F-22 Raptor.

Y es que, expresan estudiosos, mientras el Norte no sea definitivamente soliviantado, para la Casa Blanca resulta conveniente alentar la imagen de un “vecino comunista” de talante agresivo, armamentista, terrorista, y amigo de toda acción destructiva.

Como apuntaba el experto Jack A. Smith, del Global Research, “la existencia de una belicosa Corea del Norte justifica que Washington rodee al Norte con un auténtico anillo de potencia de fuego en el noroeste del Pacífico lo suficientemente cerca para casi quemar a China aunque no del todo. Una peligrosa República Popular Democrática de Corea del Norte también es útil para mantener a Japón dentro de la órbita estadounidense y también es otra excusa para que el antes pacífico Tokio se jacte de su ya formidable arsenal”.

De hecho, en medio de las recientes tensiones, los Estados Unidos se apresuró en dislocar misiles en Alaska y la costa de California, desembarcar complejos coheteriles en Corea del Sur, promover la intensificación de vuelos militares de rastreo y combate, y planear la instalación en la zona de artilugios de su titulada sombrilla antimisiles, destinada a neutralizar la respuesta enemiga a un primer ataque atómico norteamericano.

Para los analistas, mientras tanto, las presiones y airadas respuestas de Corea del Norte intentan obligar a la otra parte a concretar las ya viejas y desoídas peticiones de negociar un acuerdo definitivo de paz que otorgue a Pyongyang la seguridad suficiente como para dedicarse a un ingente desarrollo interno, e impulse un clima positivo para enfrentar los temas referidos a una posible reunificación, aún cuando sea bajo la fórmula de “un país, dos sistemas”, propuesta incluso por la “belicosa” parte Norte, y que aún espera respuesta del otro lado del paralelo 38.

Por añadidura, se trata también de lograr el término de las incesantes y riesgosas maniobras militares de Washington y Seúl, y el retiro definitivo de las tropas extranjeras del Sur, de manera que la Península deje de ser el polvorín en que las apetencias imperiales la han convertido por casi siete décadas.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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