Terminada la llevada y traída Cumbre del G-8, donde el caso de Siria resultó uno de los platos fuertes, el consenso que habla de “negociaciones para llegar a la paz” se muestra como una cortina detrás de la cual nada ha cambiado en sustancia.
Quienes siguen desde sus inicios el comportamiento de los involucrados en tan explosivo asunto, no pueden menos que advertir que lo dicho esta vez en la localidad británica de Enniskillen por los “poderosos” del orbe, es un guión repetido una y otra vez.
Los Estados Unidos y sus aliados occidentales suscriben la realización del diálogo, pero insisten en que el gobierno de Damasco debe desaparecer. Del otro lado, Rusia apoya también las conversaciones mientras aduce, no sin lógica aplastante, que el gobierno legítimo sirio no puede ser excluido a ultranza, con más razón cuando en el terreno militar lleva por el momento toda la iniciativa. Es el pueblo de Siria quien debe decidir a quienes prefiere al frente de la nación, insiste Moscú una y otra vez.
Por si fuera poco, y a manera de caja de resonancia de Washington, de sus socios otanistas, del sionismo israelí, de la derecha árabe y de los terroristas islámicos; los titulados “rebeldes sirios” también dicen apegarse a las conversaciones pero sin la presencia del Damasco oficial.
De manera que el atasco es evidente, y muy poco se puede esperar en tales condiciones de una presunta conferencia internacional para el logro de la paz en Siria.
Está además, como otra carga adicional, la reciente declaración oficial de la Casa Blanca encaminada a entregar armas, ahora a la luz del día, a los grupos mercenarios y terroristas que operan en Siria, un anuncio al que se han sumado otros viejos intervencionistas occidentales, para pasar de la “hostil clandestinidad” a la guerra sin máscaras.
Y todo ello da válido espacio para afianzar la triste conclusión de que no habrá otro sendero inmediato que la persistencia de los combates, más muertes de inocentes, mayor grado de agresividad extranjera y márgenes superiores para un escalamiento del conflicto; a menos que las fuerzas armadas nacionales aplasten del todo a los grupos pagados y armados desde el exterior.
Y en algún sentido Siria y sus aliados, especialmente Rusia, no descuidan este importante escalón.
La entrega por Moscú de misiles SS-300 a Damasco, luego de la incursión aérea israelí contra un centro científico sirio, no solo frena nuevas aventuras provocadoras de esa índole, sino que otorga a las fuerzas leales la posibilidad material de hacer polvo las intenciones imperiales de decretar una zona de exclusión, que posibilite a los grupos mercenarios moverse por corredores terrestres bajo protección de aviones extranjeros de combate, y para cuya concreción Washington ubicó proyectiles Patriot y reactores caza en la vecina Jordania.
Además, los SS-300, junto a las baterías de cohetes crucero Yajont, también otorgadas por el Kremlin, multiplican el poder de fuego y el alcance de las defensas sirias, hasta el punto de poner en jaque a los buques de guerra de la OTAN que merodean las costas de ese país mesoriental.
En consecuencia, todo indica que, a partir de las rígidas condicionantes de los agresores, la carta en Siria se seguirá jugando por el momento en el terreno bélico, más allá de que se hable de salones de reuniones y búsqueda de compromisos.
Y es que ningún diálogo puede ejecutarse cuando se desdeña la presencia de un interlocutor. En todo caso, se trataría de un monólogo únicamente imaginable para descuartizar la presa.
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