Sí... pero no

La reciente y sorpresiva visita de Barack Obama a Afganistán ha tenido más de “pasillo” electoral que de seriedad en las afirmaciones de poner fin a un conflicto armado que se alarga ya por once años.

Frente a militares de su país, en representación de los 88 mil efectivos  por la agreste geografía afgana, el presidente anunció que toda la pesadilla debe concluir para sus tropas en 2014, pero que el número de efectivos que quedarán después en esa nación centroasiática está por determinarse mediante un titulado Acuerdo Bilateral de Seguridad, aún por negociar.

En pocas palabras, pura cabriola donde al final la conclusión es siempre la misma: nadie sabe todavía hasta cuando Afganistán permanecerá ocupada por tropas extranjeras…al menos a partir de la voluntad y el criterio de los invasores.

Lo cierto es que hasta el presente casi mil 840 integrantes del ejército norteamericano han muerto en acciones armadas en suelo afgano, y que las fuerzas que se le oponen, lejos de mostrar debilidad, llegan incluso a anunciar públicamente el inicio de sus etapas de ofensiva bélica a tono con las diferentes estaciones climáticas.

Por otro lado, el descontento popular se acrecienta a partir de las prácticas anti insurgentes, que tienen entre sus modalidades preferidas el asalto nocturno a zonas pobladas en busca, casa por casa, de “pretendidos” rebeldes, junto al bombardeo indiscriminado sobre aldeas “confundidas” por los atacantes con campamentos de terroristas.

De hecho, el propio presidente Hamid Karzai, impuesto por Washington, debió reunirse días atrás con los mandos norteamericanos para recordarles que tales acciones “alarman a la población y despiertan una enorme inseguridad” que se traduce en mayor descontento.

Inconformidad además que salta del otro lado del océano.

Así, una recientísima encuesta realizada en los Estados Unidos arrojó que solo 27 por ciento de los entrevistados aprueba a estas alturas las acciones armadas interventoras en Afganistán, la cifra más baja de apoyo a esa guerra desde que se inició, hace más de un decenio.

Las propias cifras aseguran que 66 por ciento de los norteamericanos se opone a esa aventura militar, y de ellos 44 por ciento lo hace “firmemente”, según el calificativo textual del estudio de opinión.

Y mientras todo indica que Afganistán huele ya más a pantano que a otra cosa para los ocupantes, y que la guerra resulta cada vez más impopular en los propios Estados Unidos, los círculos gringos de poder y quienes le hacen el juego desde los cargos públicos siguen tejiendo mensajes de colores, mientras por debajo no dejan de atizar el fuego y de crear mecanismos para evitar retrocesos en sus planes globales de conquista.