Como cada cuatro años, todo está en marcha en Estados Unidos para el entramado político que supone la designación de los candidatos a la presidencia por los dos partidos clave, Demócrata y Republicano, y la ulterior elección de un nuevo ocupante de la Oficina Oval.
Es la encrespada dinámica que ya desde el siglo XIX José Martí definía como uno de los procesos más hirientes y despiadados, a partir de que, para lograr sus propósitos, ni aspirantes ni organizaciones políticas parecen tener límites a la hora de intentar desacreditar y sacar del juego a sus opositores.
De manera que más allá de los debates meramente ligados a los planes de gobierno de cada quien, las campañas se convierten frecuentemente en constante trapicheo de trapos sucios, donde los escándalos de toda índole pueden decidir si alguien llega a no a coronarse como la figura que represente a su partido y que acceda finalmente a la Casa Blanca.
Un cargo, dicho sea de paso, al que los elegidos llegan engarzados en compromisos, intereses y malabares que en buena medida lastran incluso sus perspectivas, inclinaciones y visiones personales, convirtiéndolos en netas fichas dentro del tablero político local.
Y para los comicios que deberán ejecutarse en poco más de año y medio, ya han visto la luz algunos nombres de ambos bandos.
Así, los grupos más ultraderechistas han lanzado al ruedo al “controvertido senador republicano por Texas, Ted Cruz”, según definición textual de la agencia francesa de noticias, AFP. “Una de las cabezas visibles del movimiento ultraconservador del Tea Party”, amplía la propia fuente.
Cruz es considerado por los grupos derechistas como una “estrella política” que ha dejado bien claro su disgusto frente a los sectores moderados del partido que hoy ocupa la mayoría en el Congreso, así como su total rechazo a la trayectoria del gobierno demócrata que encabeza Barack Obama.
En pocas palabras, al parecer se le estima por algunos como otra de las “revelaciones del Oeste”, al estilo de Ronald Reagan en la década de los ochenta del pasado siglo, en que la ultraderecha local vivió uno de los períodos más pletóricos de su historia con el ejercicio a manos sueltas del injerencismo externo, y con la acelerada siembra de tensiones en el mundo bipolar de entonces que, al decir de algunos pretendidos historiadores, “dio la victoria final al capitalismo sobre la desgastada Unión Soviética y su modelo comunista.”
Al mismo tiempo, otro republicano de tendencia ultraconservadora, el senador floridano Marco Rubio, “experto” en los últimos tiempos en la más agrias campañas contra la Venezuela Bolivariana, también dio a conocer su postulación para la candidatura a la presidencia, mientras algunos analistas esperan por un anuncio similar del ex gobernador de La Florida, Jeb Bush, hijo del ex presidente y ex director de la CIA, George Bush, y hermano del “iluminado” George W. Bush, impulsor de las guerras de Afganistán e Iraq a cuenta de su campaña global contra el terrorismo justificada por los aún muy enrevesados y sospechosos atentados del 11 de septiembre de 2001 en territorio norteamericano.
El otro Bush, además, fue el presidente que finalmente en 2008 empujó la economía nacional hacia el barranco del que todavía apenas ha logrado asomar, luego de arrasar con los logros y el paulatino proceso de saneamiento atribuidos a las sucesivas administraciones del demócrata William Clinton.
Y en las filas opuestas a los republicanos, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton ya concretó oficialmente su aspiración como la carta fundamental demócrata en el empeño de esa organización política por seguir al frente de la Casa Blanca.
Ese paso la proyecta como la posible primera presidenta en la historia de Estados Unidos, en lo que daría continuidad a una tendencia “renovadora” que ya entregó la Oficina Oval en dos ocasiones consecutivas al primer político de origen afro norteamericano, el también demócrata y actual mandatario Barack Obama.
Otra nota importante a favor de la candidatura de la Clinton es que en el campo demócrata no han aparecido hasta el momento nombres adicionales con posibilidades de ser nominados, entre otras razones, porque se habla de la existencia de un amplio y cerrado consenso partidista favorable a su nominación.
Por su parte, Obama, cercano el cierre de su último período, parece empeñado en resarcir a su partido con un final en alza en la estima pública, de manera que, luego de perder el control del Congreso frente a los republicanos, al menos la Casa Blanca permanezca bajo la égida de los demócratas.
En ese sentido los analistas apuntan sus empeños personales en cumplir con algunas de las promesas eleccionarias formuladas ocho años atrás, como el tema de la salud, de los inmigrantes, o la nueva relación con Cuba, a lo que se añaden el reciente acuerdo preliminar sobre el uso pacífico del átomo por Irán y la formulación de una nueva doctrina internacional que, según afirmaciones oficiales, priorizaría la diplomacia antes que la fuerza.
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