Siete mil agentes policiales con todos sus artilugios represivos se encargaron de que la coronación en Madrid, como rey Felipe VI, del hasta hace unas horas príncipe Juan Carlos, fuese lo menos explosiva posible.
Sin mayores consideraciones ante la “multiplicidad de opiniones” y la “libertad de expresión”, las autoridades oficiales indicaron que no permitirían manifestaciones públicas contra la continuidad del régimen monárquico en España durante la ceremonia de asunción a la jefatura del Estado del sucesor de Juan Carlos I, quien abdicó en días pasadosa favor de su heredero.
No obstante, refieren órganos de prensa, todo el aparato de control no pudo evitar la eclosión de banderas republicanas en numerosas plazas de la nación ni los intentos de los opositores de marchar libremente por las calles, que terminaron con el arresto de “un importante número” de personas, al decir de los partes policiales.
En la propia ceremonia de coronación —a la que decidieron no asistir dirigentes de varias fuerzas políticas progresistas y populares—, algunos representantes de gobiernos regionales se abstuvieron de aplaudir el acto y el discurso del recién estrenado monarca, quiense esforzó por proyectar la imagen de estar personalmente al tanto de los retos y necesidades de la actual sociedad española.
Así, Felipe VI habló de unidad nacional, tolerancia, lucha contra el desempleo, mejora de la economía, honestidad en el gobierno, y lazos acrecentados y constructivos con el resto del mundo, entre otros elementos altamente vapuleados en España en los últimos tiempos.
Sin dudas, dijeron observadores, fue el claro deseo de trazar un límite entre el nuevo reinado y el de su padre, en el cual personajes de la familia real han estado involucrados en actos de corrupción, y el propio exmonarcadio muestras de sobreponer sus distracciones y placeres particulares a la atención a los acuciantes problemas económicos nacionales.
De hecho, fue significativa la ausencia de Juan Carlos I a la ascensión de su hijo para —indicaron analistas—“dejar todo el protagonismo” a la nueva cara de la Casa Real.
Lo cierto es que para Felipe VI la tarea de asumir la jefatura del Estado español no pinta como una tarea fácil.
Si en los finales de la dictadura del generalísimo Francisco Franco, su padre apareció como la figura que logró encauzar el país hacia un “tránsito democrático”, a estas alturas la actuación de la monarquía deja mucho que desear entre buena parte de la opinión pública local.
Un cuadro al que se suma una decepción de alto grado con respecto a las instituciones oficiales y las fuerzas políticas que se rifan su control, junto a las graves consecuencias sociales de una crisis económica que luego de seis años de vigencia no muestra el menos sesgo de cambiar su inclemente rostro.
Como bien apuntaba un relevante órgano de prensa europeo, “con cifras de desempleo en torno al veinticinco por ciento, familias atrapadas en el pago de sus hipotecas, y escándalos de corrupción salpicando todas las esferas del poder, no pocos españoles esperarán de Felipe VI menos cuentos de príncipes y más soluciones reales”.
Eso, sin contar —apuntamos nosotros—a quienes no quieren oír hablar más de casas ni de familias reales.
Felipe VI fue proclamado rey de España tras la abdicación de su padre, Juan Carlos I, quien estuvo en el trono casi cuatro décadas.
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