La visita realizada en días pasados a Moscú por el primer ministro griego, Alexis Tsipras, ha resultado un absoluto mentís para aquellas fuentes que intentaban endilgar a Atenas la preferencia por una “vengativa” alianza con el Kremlin frente a las presiones y exigencias de sus socios más poderosos dentro de la Unión Europea.
Y si bien es cierto que el nuevo gobernante helénico acudió a su encuentro con Vladímir Putin para estrechar la colaboración bilateral e intercambiar puntos de vista claves sobre sus respectivas realidades nacionales, ello no puede identificarse con las insistentes afirmaciones de algunos medios europeos en torno a la “intención” de Atenas de zafarse del bloque que reúne a buena parte del Viejo Continente.
Ni el gobierno de Tsipras ha adelantado un criterio o advertencia sobre tales inclinaciones “separatistas”, ni sus acciones más recientes apuntan a colocar en crisis a la UE, aún cuando sean notorios y públicos sus desacuerdos con la manera en que esa entidad funciona.
De hecho, no son pocos los analistas que reconocen la voluntad de las nuevas autoridades de Atenas de asumir de forma lógica y sensata los compromisos económicos y financieros del país, así como de sus reiteradas y racionales demandas de que no se puede obligar a un país a sufrir el ostracismo y la depauperación internos a cuenta de satisfacer deudas derivadas de la aplicación a escala regional de políticas económicas ineficaces y excluyentes con relación a los intereses de las mayorías.
Y si ciertos intereses determinantes dentro de la UE se llenan la boca para erigirse defensores de los “derechos democráticos” y de “la equidad y el respeto”, es difícil explicarse porqué entonces se ataca el derecho de Grecia de enmendar entuertos llegados desde afuera y de preocuparse y ocuparse de sus atosigados ciudadanos y sus penurias.
Por demás, la muchas veces citada “diversidad democrática” no debería encubrir actos uniformadores y totalitarios como el pretender que un gobierno no defienda y ejerza sus criterios propios sobre asuntos que, como las relaciones externas, resulten esenciales para su avance y el mejoramiento de su clima local.
Y con relación a Rusia y el reciente viaje de Tsipras a Moscú, no se trata de otra cosa que del ejercicio de esa prerrogativa que, por demás, no tiene trazas inéditas, toda vez que el primer ministro ha sido crítico con relación a la hostilidad euro occidental hacia Rusia (dictada en buena medida desde Washington) , y hasta expresó a Putin su comprensión por las contramedidas defensivas del Kremlin, como la suspensión de compras agrícolas y alimentarias rusas en el oeste del Viejo Continente, aún cuando Grecia resulta uno de los países sensiblemente perjudicados por esa decisión.
Consecuentemente entonces, los resultados de este encuentro, donde es evidente primaron la seriedad, el raciocinio y la búsqueda de patrones y decisiones coincidentes y de mutuo beneficio, para nada deberían “asustar” en Washington y en las capitales de sus aliados de Europa.
Amén de la corriente de simpatía que evidentemente se palpó entre los interlocutores, ambos fueron enfáticos en afirmar que Grecia no acudió a Rusia en busca de ayuda o socorro, sino en razón del ejercicio del derecho soberano al diálogo con otras naciones, y para estudiar proyectos y programas de intercambio en igualdad de condiciones y con rédito beneficioso para las dos partes.
De hecho, Moscú ha facilitado la inclusión de Atenas en la construcción de un gasoducto que une a Rusia con Turquía y bien podría llegar a Grecia, lo que aportaría al país la adquisición de energía a precios más asequibles, y a beneficiarse de los ingresos que le aportaría el trasiego de ese energético hacia el resto del territorio europeo.
Un actitud, la del Kremlin, que contrasta con la de pretendidos socios europeos de la nación helénica, centrados en cobrar a toda costa la abultada deuda externa local y los montos de los leoninos empréstitos realizados a cambio de indiscriminados programas de austeridad y recortes fiscales que han comprometido la seguridad y la estabilidad de millones de griegos.
En consecuencia, está clara la ceguera de quienes azuzan los miedos por un pretendido acercamiento griego-ruso y la hipotética decisión oficial helénica de zafarse de la UE, cuando en todo caso lo establecido entre Moscú y Atenas no es más que la concreción de la mil veces citada política de corte multilateralista que anima al Kremlin, y que se basa en el entendimiento, el respeto y la colaboración mutuamente positiva entre todos los Estados como claves de la paz, el progreso y la serenidad globales.
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