No hubo sorpresas en Inglaterra. Tal y como pronosticaron las encuestas durante semanas, Liz Truss resultó la vencedora en el proceso electoral interno llevado a cabo por el Partido Conservador para elegir, conforme a la legislación vigente, al nuevo primer ministro.
La hasta entonces titular de Asuntos Exteriores se impuso con el 57,4% del apoyo, cifra a todas luces holgada, pero inferior a la registrada en su momento por antecesores de la talla de Boris Johnson o David Cameron, los cuales consiguieron superar el umbral del 60% de los sufragios.
De esta forma, Truss derrotó al político de origen indio Richi Sunak, toda un gentleman en ascenso, designado ministro de Finanzas en febrero de 2020 tras acumular solo cinco años de currículo partidista y convertido en uno de los sujetos más populares de la anterior gestión, gracias a su masivo paquete de ayudas económicas cuando más fuerte azotó la pandemia de COVID-19.
Sin embargo, el electorado tory— formado en su mayoría por blancos acomodados de clase media que viven en los centros urbanos y tienen una edad superior a los 60 años— dejó claro que sigue sin perdonarle su abrupta salida del gobierno tras el escándalo del Partygate y cobró venganza por la “traición”.
El Partido Conservador cerró así un verano para el olvido, lleno de división y marcado por la renuncia de Johnson el pasado 7 de julio, luego de que la dimisión de figuras decisivas dentro de su mandato lo obligaran a abandonar el cargo. No obstante, el debate entre Truss y Sunak firmó el inicio de un periodo convulso y, sobre todo, lleno de incertidumbres.
Cerca de 88 mil personas— menos del 1,5% de la población inglesa— acaban de elegir para liderar al Reino Unido a una diplomática, cuanto menos, interesante en el más perverso de los sentidos.
Con una dura retórica hacia China, Rusia y la Unión Europea, la premier ha sabido moverse en los últimos años por el espectro político y ha ido de protestar contra Margaret Tatcher— de la que ahora se proclama heredera—, de pronunciar discursos antimonárquicos y de oponerse al Brexit a encabezar un posible conflicto comercial entre Londres y Bruselas y a ser, junto a Johnson, la máxima responsable de una nueva ley que rompe de manera unilateral el protocolo de Irlanda del Norte.
Con tal historia de “conversión” y con los méritos económicos acumulados cuando estuvo al frente del Departamento Internacional de Comercio, Truss ganó la simpatía de la militancia de centroderecha, la que reforzó, además, con una retórica populista. Su plataforma apostó por la nostalgia del electorado con mensajes de corte nacionalista que abordaron “asuntos impostergables” como la necesidad de que la gente consuma más queso británico o que la BBC exprese opiniones más patrióticas.
Ante tan atinado programa se impone la pregunta: ¿estará a la altura de los problemas reales que el Reino Unido debe abordar en el futuro inmediato?
La mandataria de 47 años hereda un país con una economía estancada desde hace ya una década y que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico la ubica entre las peores de entre todas las naciones miembros del G-20. A ello se le suma un precario nivel de inversión en investigación y desarrollo como consecuencia de la precaria productividad de las empresas y de la pérdida de espacio en el mercado internacional. Y se le añade, entre otros tantos, la dificultad para adquirir una casa digna y, por supuesto, los problemas generados a partir de las promesas incumplidas sobre los beneficios del Brexit.
La profundización de las brechas sociales se antoja, a priori, el principal reto a abordar. Como tantos otros territorios europeos, Gran Bretaña también se ha visto afectada por la subida del precio de la energía. Un estudio publicado a principios de agosto por la empresa independiente de consultoría, análisis e investigación, Cornwall Insight, estimó que la factura de la luz para una vivienda familiar subirá el equivalente a cinco mil euros al año.
Mientras, los precios de los productos, en especial los alimentos, se elevan de manera acelerada. El Banco de Inglaterra calcula que la elevada tasa de inflación no bajará hasta el otoño de 2023 y distintas voces locales y foráneas advierten sobre el aumento de la pobreza y lo imperioso de ejecutar un plan de emergencia para evitar un cataclismo financiero.
Si bien durante su campaña apenas dio pistas sobre la estrategia a seguir, Truss sí dijo que disminuiría la carga impositiva, una medida que resultaría nula para las personas de bajos ingresos. Asimismo, aseguró que buscará más oferta en el mercado energético y otorgará decenas de nuevas concesiones de fomento para el gas y el petróleo en el mar del Norte sin tener en cuenta los problemas medioambientales.
Aunque a estas alturas el sentido común llama a la aplicación de propuestas intervencionistas para mitigar los efectos de la crisis actual y futura, en sentido general, apuesta por acciones neoliberales y la mínima intervención del Estado sin una justificación coherente para ello. Queda por comprobar si continúa por la línea de su predecesor o si tira de su acostumbrado pragmatismo para intentar sortear el escenario que le viene encima.
Tampoco es que se tenga con ella demasiadas expectativas. Visto lo visto, con que resista hasta las elecciones generales al frente de Downing Street basta para calificar de buena su gestión. La elección de cuatro primeros ministros en seis años habla de la fragilidad de un sistema que, a día de hoy, ofrece muy pocas garantías.
Haroldo
8/9/22 13:40
Juan Carlos gracias por su consideración y lectura. Saludos !!
Juan Carlos Subiaut Suárez
7/9/22 11:08
Estimado Haroldo:
Más que los desafíos de la Liss, prefiero centrarme en los desafíos que encarará el mundo causados por su des gestión, por lo que sé, de inexperta a incendiaria en política, más o menos igual en economía, horrible calificación en geografía )ya situó a Crimea en el mar Báltico), en fin, clon de trumpeta, nada bueno cabe esperar.
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